Cuando Mateu Lahoz pitó el final del partido los jugadores de la UD Las Palmas suspiraron de alivio y miraron al suelo. Alguno incluso se tumbó. Mientras el Estadio de Gran Canaria explotaba de júbilo los héroes del empate contra el gigante Barcelona estaban totalmente vacíos. Habían firmado 96 minutos conmovedores, repletos de tanto orgullo y amor propio que no les quedaban fuerzas ni para celebrar. La paliza física fue descomunal para arrancarle un empate (1-1) de oro al líder, tan inesperado como trabajado para igualar con el Levante a la orilla de la permanencia. Con los mercenarios de Paco Jémez la UD se podrá salvar o no, pero tiene la certeza de que morirá en el intento.

Las portadas nacionales se quedarán con que se reabre la lucha por el título o con que Mateu Lahoz la pifió en el penalti que mandó Calleri a la escuadra. O con que el Barcelona estuvo lejos de su mejor versión. Y nada de eso es mentira. Pero también es indiscutible el mérito de la UD Las Palmas por valentía, sudor, concentración y orden táctico. No le intimidó ni siquiera los primeros veinte minutos de un descomunal Leo Messi, autor de un gol de falta tremendo y generador de otras dos ocasiones de mucho peligro. Quería cerrar pronto el partido el cuadro azulgrana para pensar en la batalla del domingo contra el Atlético de Madrid, pero no se lo permitió ni Chichizola primero ni la firme defensa amarilla después.

Este empate confirma, si todavía no estaba claro, que a esta UD la han cambiado. Antes brillaba por su juego de salón y ahora por sus dientes afilados, una mentalidad con la que torpedeó a un Barcelona que acabó con todo su arsenal ofensivo sobre el terreno de juego. Pero no era el día de Luis Suárez, Iniesta, Coutinho o Dembélé. Tampoco de Leo Messi. La noche de ayer va directa al museo gracias al oficio de Gálvez, a la velocidad de Ximo Navarro, a los tres pulmones de Etebo, a la bendita locura de Aguirregaray, al olfato de Calleri, a la firmeza de Vicente y a la agilidad de Chichizola. Fueron los más brillantes dentro de una actuación coral con la que la UD se reconcilió con su gente. Porque en la primera parte fue muy valiente para buscar muy arriba al mejor equipo de España y porque en la segunda resistió de pie todos sus empujones. Daba igual por dónde se acercara el Barcelona que siempre había una pierna de un jugador amarillo para salir al quite.

Jémez había cumplido con su palabra en rueda de prensa y la UD fue osado desde el pitido inicial. El equipo amarillo intentó plantar emboscadas al Barcelona en todas las zonas del campo con una presión muy elevada. Buscaban los insulares el uno contra uno para entorpecer la salida de balón del equipo de Ernesto Valverde, un planteamiento que exigía mucha complicidad, concentración y fondo físico. Era habitual ver a un central o a un lateral defender a un centrocampista rival y permitir que Messi, Suárez y Aleix Vidal, el trío de ataque, estuvieran en un tres contra tres en campo contrario. Un riesgo que exigía cero despistes. Pero los cometió la UD porque resulta imposible no tenerlos ante tanta magia.

La fortuna para los amarillos fue que al descanso solo le costó un gol en contra. Cuando, a los veinte minutos, lo encontró Messi ya lo merecía el Barcelona, que se había topado con un excelente Chichizola en dos ocasiones. En la primera, tras un error infantil de Ximo Navarro, el portero frenó el mano a mano con Suárez, que fue asistido por Messi. Y en la siguiente el mejor jugador del mundo lanzó una falta desde la frontal a la que se estiró con reflejos felinos su compatriota. Al tercer despiste no falló el argentino. Si antes le frenó Dani Castellano en la siguiente ocasión fue Ximo. Pero Messi puso el balón en la escuadra del portero con una potencia bárbara. Imparable.

Con 0-1 y tres defensas amonestados se plantaron los insulares en los veinte minutos. Pero las sensaciones eran buenas. Tomar tantos riesgos había encontrado como rédito disponer de varios acercamientos. Menos que los del Barcelona, pero eran noticia tras varios partidos de sequía: un centro-chut de Halilovic, un intento de chilena de Aguirregaray y un buen desmarque de Jairo servían de aviso.

Cambio de chip con el 1-1

Jémez había retocado la alineación situando a Aguirregaray en la derecha y entrando Dani Castellano por la izquierda sacrificando a Macedo, mientras que Jairo arrebató el puesto a Nacho Gil. Había dos piezas nuevas y el sistema era el mismo, pero la filosofía era muy diferente con respecto a los encuentros ante Athletic, Sevilla y Leganés. La UD, esta vez, sí miraba a la portería contraria.

Una falta de Halilovic que rozó el larguero y un mano a mano de Calleri, a gran pase de Vicente, fueron las otras ocasiones que tuvo la UD hasta el descanso. Y es que tras el 0-1 la intensidad del duelo bajó ligeramente porque los amarillos se iban quedando sin aire y los culés pusieron velocidad de crucero, lo que les bastó para tener alguna ocasión más como un remate desviado de Iniesta o, la última, una mano involuntaria de Chichizola fuera del área que debió ser falta amonestación.

Pero el fallo más relevante del árbitro estaba por llegar. Nada más reanudarse el encuentro, en un gran cabezazo de Aguirregaray al palo, el colegiado vio mano de Digne y pitó penalti. La rozó el francés, pero tras dar en el palo, también de manera involuntaria y sin desviar la trayectoria. Pero la cuestión es que Calleri mandó el regalo a la escuadra de Ter Stegen para poner un empate que premiaba el carácter de la UD.

El Barcelona tocó la corneta hasta el final pero los amarillos plantaron la frontera del campo en su borde del área y Chichizola no tuvo que trabajar tanto. En su lugar lo hicieron todos los demás liderados por la jerarquía de un Gálvez espectacular. El Barça lo intentaba todo pero solo una volea fuera de Suárez, una falta a la barrera de Messi y un remate lejano de Dembélé, poca cosa para tanta posesión, inquietaron a la UD.

Entre faltas a tiempo, anticipaciones, cambios defensivos -entraron Aquilani, Macedo y David García- y recuperaciones milagrosas a Las Palmas le dio tiempo de mirar hacia arriba. Un remate de Gálvez, un control largo de Calleri con el pecho y, sobre todo, un mal pase de Tana con Halilovic preparando el cañón pudieron agrandar la hazaña. Pero la cosa se quedó en empate. Un empate justo para el emocionante esfuerzo de los mercenarios.