El joven arquitecto brasileño Guilherme Torres escogió para vivir un pequeño estudio en Londrina (Brasil). El local, de 73 m2, albergaba anteriormente un taller de pintura de un artista plástico que el arquitecto estuvo reformando durante diez años.

El viejo local presentaba muchos problemas, como una deficiente instalación eléctrica, grietas y humedades en las paredes. En un mes, todos los revestimientos de las paredes fueron retirados y rehechos, y durante el proceso, el arquitecto decidió construir una mesa y un sofá de obra. "Al diseñar el mobiliario, me decidí por seguir una dirección opuesta a la habitual y crear algo fijo, inmóvil", explica Torres.

La mesa sirve de apoyo para libros y colecciones, además de espacio para trabajar y comer. El sofá ocupa todo el largo de la sala. Está recubierto por dos colchonetas de grueso algodón negro. Los cojines se realizaron con sobrantes de tejidos y estampados de la colección de la diseñadora Adriana Barra para Micasa, el templo del diseño de São Paulo.

La cocina se ubicó en un estrecho espacio de tres metros de largo por 1,5 de ancho. El suelo, de cemento continuo, como en toda la casa, se cubrió con una goma industrial para protegerlo de manchas de grasa. Para la pared que queda libre de armarios y electrodomésticos, el mismo arquitecto diseñó una trama inspirada en los mosaicos árabes. En el dormitorio principal, la pared del cabecero es de ladrillo, para darle una ambientación más cálida que el resto de la casa. En cambio, el dormitorio de invitados, ubicado en una entreplanta sobre el salón, mantiene el aire industrial presente en toda la casa, con los tubos metálicos que protegen las instalaciones eléctricas a la vista. "Como se trataba de mi casa, no quería que se pareciese a los trabajos que realizo para mis clientes. Quería algo experimental con aspecto industrial", explica Torres.

La idea de dejar a la vista las instalaciones de luz y agua tiene su inspiración, explica el arquitecto, en la obra de Paulo Mendes da Rocha, un arquitecto brasileño ganador del Pritzker en el 2006 y famoso por explorar la arquitectura brutalista, mostrando los mecanismos de la arquitectura funcional, tales como tuberías hidráulicas y eléctricas.

Toda la reforma ha costado unos 6.000 dólares, un presupuesto realmente bajo conseguido por la simplicidad de la solución arquitectónica elegida