"Nosotras hemos implantado el calado en cualquier prenda que pueden usar tanto mujeres como hombres, también hacemos calado en corbatas, camisas, adaptamos el calado a cualquier pieza". Así definen Adela Hernández y Rita Sánchez, dos expertas caladoras de Ingenio, el matiz diferencial que convierte a esta manufactura textil en un activo cultural incalculable para el municipio del sureste grancanario. Ambas disfrutan de un merecido descanso después de la maratón de coser que ha supuesto la puesta a punto de los trajes que se mostraron en la pasarela del parque Néstor Álamo de la Villa de Ingenio, el pasado 4 de agosto.

El calado ingeniense es un recurso del pasado que, de hecho, ha sabido adaptarse a la vida moderna como forma decorativa, puesto que "el adorno del traje es el calado", como subraya Sánchez. Sendas artesanas, Adela y Rita, pertenecen a la Asociación de Caladoras de la Villa de Ingenio (Acvi).

La confección de los calados en Canarias se realizó dentro de la unidad de producción familiar, al menos hasta 1891, cuando comienza a gestionarse bajo esquemas productivos que a principios del siglo XX y ante al auge en su demanda, propicia la apertura de casas exportadoras de calado insular.

La isleña Adela Hernández ha coordinado el trabajo de los diseñadores que dieron forma al XIV Desfile de Moda Calada, enmarcado anualmente en el Festival Internacional de Folclore de la villa grancanaria. Este año celebró su decimoctava edición, demostrando que el calado se sitúa con fuerza como un recurso demandado para la alta costura. Ingenio es la localidad con más caladores censados, según datos de la Fundación para la Etnografía y el Desarrollo de la Artesanía Canaria (Fedac).

Las ingenienses Mari Ortega y Virginia López; Nataly Garrido, de la capital grancanaria; el lanzaroteño Oswaldo Machín; y el gallego Cristóbal Vidal, fueron los creadores cuyos diseños se culminaron con el mimo y la pericia que sólo la experiencia y sapiencia de las artesanas pueden imprimir al calado canario.

Y esas son las mujeres de la Asociación de caladoras, amanuenses del folclore textil acuñado en Ingenio, como la propia Adela Hernández, o Candela Martín y Rita Sánchez, presidenta y vicepresidenta de la ACVI respectivamente. La agrupación une a medio centenar de caladoras, que ponen en valor el calado tradicional de la Villa de Ingenio y cuyas técnicas perpetúan "con acciones durante todo el año" y la "colaboración con otros colectivos", como aclara Sánchez. La actividad de la agrupación se multiplica cuando se acerca el desfile y la pasarela se ve más y más cerca.

"Nos reunimos en la asociación (en la plaza de la Candelaria de la localidad) y vemos qué diseñadores vienen al desfile. A partir de ahí les llamamos, ellos nos mandan los bocetos de los diseños que quieren y nos reunimos para consultarlo entre todas, si son muchos, si podemos cumplir los plazos", explica Adela Hernández. Algunas proposiciones no son factibles, otras son poco realistas. En este punto, las artesanas vuelven a contactar con los modistos, llegan a un acuerdo, y se ponen manos a la obra.

Y es que "para calar bien y cómoda, el calado siempre debe ser en recto, para hacer una curva y que sea calada, cuesta mucho trabajo, es lo que tiene el calado". Estas sencillas palabras de Rita Sánchez aclaran que la relación entre el patronaje que envía el diseñador y su viabilidad para el calado dista de ser armónica. y sin embargo, la sencillez en los contornos calados no los exime de complejidad.

Es más, cuando se le pregunta a la segunda responsable de la asociación, Rita Sánchez, sobre el cómo elaboran los bordados, replica: "¿Técnica? No sabría decirte cuál. Aguja e hilo, y el telar". E insiste: "Si fuéramos a hablar de los tipos de puntos no sabría explicártelo, tendrías que verlo, son muchos puntos los que tenemos que echar". La técnica que usa Adela Hernández, por su parte, consiste en que "yo miro la pieza y me decido por un calado determinado, a partir de ahí voy sacando de mi imaginación, de lo que sabemos, voy poniendo y quitando según lo que me guste y quede más bonito".

Valoran los diseños que anualmente les proponen los diseñadores para el desfile, "son muy bonitos", apuntan ambas, "este año las diseñadoras de Ingenio y Las Palmas conocían el calado, también el de Lanzarote, pero él no sabía que se aplicaba el calado en un vestido", añaden. Así que el conejero descubrió en Ingenio que el calado iba más allá del bordado para bandejas, manteles y juegos de camas.

Estas creadoras ofrecen a la artesanía una intensa dedicación, toda la que sus quehaceres diarios les permiten. "Yo trabajo, así que compagino a ratos", comenta Sánchez. La caladora cumple con su oficio a medio día y dedica muchas de sus tardes al arte del calado. La mayoría se ocupan de las tareas domésticas: "Nos dedicamos a las casas y luego, los ratitos libres, nos ponemos a calar, pero cuando es el desfile dedicamos más horas", asevera Hernández.

Personalidad

Cada prenda calada obtiene un valor como consecuencia de todo ese trabajo de elaboración, cada calado "tiene su personalidad, las piezas tienen la personalidad de la caladora", reivindica Rita Sánchez. Cuando ellas aprendieron la técnica tradicional la diferenciación no afloraba entre los calados, pero con la maestría, la belleza cobra el protagonismo. "A cada caladora le gusta hacer un tipo de trabajo", al que más recurre, "y después ella o yo amañamos mejor otro tipo de calado", dice Sánchez, "cada una con el calado que mejor practica", coincide Adela Hernández.

El tiempo que pueden invertir en bordar un calado oscila en factores como el tamaño del calado que se ponga, y los puntos con que el artesano quiera dotar al calado en sí. "Para trabajar un punto, empiezas a echar hebras. Está el calado de cuatro puntos, el de ocho puntos se hace con tres hebras". Además, en esto también influyen el tiempo disponible, si apremia o no, y factores de motivación como "las ganas que tenga de trabajar la caladora o de que quede bonito el trabajo", añade Sánchez.

En cuanto a los materiales, hay ciertos tejidos que no se usan, como la tela de punto, o la licra. "El calado no se queda bien", como aclaran las ingenienses. Todos lo demás tejidos naturales son susceptibles de ser calado, seda ogandil, o hilo se disputan el sutil tacto de las artesanas y cada una "es mejor o pero para sacarla de hebra, esa es otra parte", pero "se puede con cualquier tela", sentencia Sánchez.

El relevo de estas artesanas no está muy claro, al menos para ellas, que ven en la juventud apatía y desinterés hacia la tradicional práctica textil. "Hay que dar muchísimos puntos para después sacar un cachito de tela que has tardado 15 días en hacer, en un traje que en cuánto lo vas a vender, ¿15 euros, 20 ó 30? No es dinero. El calado es amor al calado, porque si no tú no calas, porque no se gana dinero", lamenta la vicepresidenta.

"Los jóvenes no se quieren meter en esto y cada día hay menos", replica su compañera Hernández, que estima una ausencia de compromiso en los hogares, donde una tradición encuentra el cimiento necesario para fortalecerse en la persona. "Esto ya es una cosa que las madres de antes nos enseñaban, si no salíamos a trabajar fuera nos poníamos a calar", explica la propia Hernández. Incluso la necesidad servía de acicate para hacer calados. En otros tiempos la industria textil carecía de los posteriores modelos de fabricación en masa que hoy día proveen de prendas a los comercios, de modo que la fabricación de prendas en casa no era una extrañeza.

"Si fuera joven tampoco lo haría, porque no voy a ganar nada, no tengo futuro con esto, así que...", Adela Hernández deja la frase en suspensión, mientras esgrime una mirada resignación. "Yo misma tengo hijos varones, así pues la tradición del calado, cuando yo me muera, se acaba. Mis hermanas tampoco calan, ya conmigo se acabó", dice Rita Sánchez.

Pero la satisfacción del trabajo con el calado es un hecho para estas artesanas, que se sinceran: "Después de tantos disgustos, de tantos dolores de cervicales, de no tener medios económicos, después, una vez que se acaba y tú ves el calado en la prenda, dices ´Jesús, qué bonito, qué lindo´. Después se te olvidan todos los problemas".

No es una cuestión de dinero, es satisfacción y, claro está, vestirse una, o hacer remiendos. "Nosotras cogemos cualquier blusa que se te queda pequeña, le pones un trocito de calado y lo aumentas, o hacemos la blusa al gusto, calada. Hacemos cositas para nosotras también".

Amor al arte

Las artesanas trabajan el calado con ciertas dificultades económicas, pues carecen de subvenciones o patrocinios, y la producción no ofrece una contrapartida económica, ni mucho menos la posibilidad de crear un negocio comercial. "Esto es amor al arte", dice Rita Sánchez.

"Hicimos una merienda benéfica para recaudar fondos, un fin de semana en el sur y un paseo en velero", apunta Adela Hernández, productos rebajados para la Asociación de cara a las rifas. Recaudaron 1.800 euros, íntegramente invertidos en el desfile, principal gasto para la agrupación anualmente. "Nosotros, si tuviéramos 6.000 euros, haríamos un desfile maravilloso, traeríamos más diseñadores", desvela Hernández. Así y todo, el último desfile duró hora y media. Con los modistos, el favor es mutuo: "Ellos ponen las telas y la hechura y nosotras les regalamos el calado para ver si esto tiene un poco de salida", continúa Hernández. El gallego Cristóbal Vidal "nos está pidiendo presupuesto", dada la demanda de sus diseños en las redes sociales. De igual manera, Oswaldo Machín "me llamó y me dijo que en Lanzarote le estaban preguntando por los calados", revela Hernández.

La costumbre artesanal de Ingenio se ha ganado un hueco en las esferas de la alta costura por méritos propios. Antes, modistas como Ogadenia Díaz y Nieves Barroso, patronaron para las ingenienses complementos, tocados, collares y camisetas que se han cobrado una demanda firme en el sector.