Cristina Iglesias Fernández (Oviedo, 1965) trabaja como anestesista en una de las unidades de reanimación del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA). Madre de dos hijos, en la entrevista que sigue, explica y defiende con pasión una especialidad médica muy desconocida, pero medular en el trabajo cotidiano de un hospital.

-Mucha gente asocia al anestesista con dormir al paciente, y ahí se acaba la historia.

-Si solamente hiciéramos eso, habría sido imposible avanzar. La anestesia ha hecho posible el progreso de la cirugía. Es maravilloso anunciar que se ha hecho el primer trasplante hepático, pero para que sea posible hacerlo tiene que haber detrás un buen anestesiólogo y unos buenos cuidados posoperatorios.

-El desconocimiento de la especialidad por parte de la sociedad es muy notable.

-Es cierto. Sin embargo, los anestesiólogos son las personas mejor formadas para atender a cualquier tipo de paciente, tanto en un quirófano como en la reanimación. En otros países, como Estados Unidos, la valoración social y profesional de la especialidad es impresionante. No se conciben los cuidados críticos sin un anestesiólogo detrás, mientras que en España los cuidados críticos están en manos de los intensivistas, una especialidad que no existe en otros lugares.

-Hay gente que sigue temiendo la anestesia. El consentimiento que firmas dice que incluso te puedes morir.

-Sí, pero la realidad es que no se muere casi nadie, aunque estás sometiendo al paciente al procedimiento más agresivo que puedas imaginar. El procedimiento anestésico es totalmente seguro. Cuando entras en un quirófano, confías plenamente en el anestesista. Sin embargo, no preguntas quién te va a anestesiar. Pones en manos del anestesista tu cerebro, tu corazón, tus pulmones... Los anestesiólogos trabajamos en el anonimato porque todo eso no se ve ni se explica. Es más, hay compañeros nuestros cirujanos que, dependiendo del tipo de cirugía que practican, desconocen otros campos de nuestra especialidad.

-¿En qué línea ha avanzado la especialidad?

-La evolución ha sido asombrosa en los últimos años. Pasamos de ser un servicio de asistencia al procedimiento quirúrgico, a ser la clave de que ese procedimiento pueda realizarse o no.

-¿Dormir a un paciente tiene su enjundia, verdad?

-Si estás dormido y te clavan un cuchillo, te despiertas. Lo que hacemos nosotros es mucho más complejo: dormirlo para someterlo a una intervención muy agresiva. Pueden quitarle la mitad del hígado, operarle el corazón, extirparle un pulmón y, sin embargo, al despertar no recuerda nada de todo eso. Ha dormido plácidamente, no debería tener dolor y despierta en una situación aparentemente estable. Digamos que el papel del anestesista consiste en convertir un procedimiento de máxima agresión en algo que parece un sueño.

-¿El paciente sueña durante la anestesia?

-Sí, pero muchas veces no lo recuerda porque el anestesista se encarga de que no lo recuerde. Claro que sueña, y posiblemente sienta cosas. La monitorización que tenemos ahora permite un conocimiento exhaustivo hasta del estado neurológico del paciente. Es como disponer de pequeños encefalogramas continuos.

-Antaño todo era mucho menos llevadero, ¿no? Mejor que no se hicieran entrevistas como ésta.

-Desde luego. A principios del siglo XX, la gente se moría de una apendicitis, de una vesícula biliar, de una perforación? Era una muerte segura. Eso se ve cuando anestesias un perro u otro animal: lo operas y se muere de estrés. El estrés quirúrgico provoca la muerte. Sin embargo, los fármacos que empleamos hacen que todo ese proceso se convierta en algo banal.

-¿En qué se han traducido los avances de los últimos años?

-En la mejoría en el despertar. En el HUCA se hacen cirugías de hasta 18 horas, por ejemplo de base de cráneo, de tumores del territorio maxilofacial o de otorrino, de neurocirugía... Tenemos unos hipnóticos maravillosos que, cuando finaliza el procedimiento, no dejan un efecto residual muy prolongado. Antes pasaban horas para aquello que se llamaba "eliminar" la anestesia. Eso ha desaparecido.

-¿Cuál es la situación más compleja que recuerda?

-Lo más complejo suele ser la emergencia, por ejemplo de un paciente politraumatizado, que ha sufrido un accidente de tráfico y está en estado de premuerte.

-Ahí no existe la opción de hacer el preoperatorio y todo el protocolo habitual.

-En la emergencia, lo más complejo va a ser siempre la vía aérea. A priori, no sabes si va a ser fácil o difícil intubar. El paciente tiene una reserva escasa y tú un margen pequeño. Quizá la situación más peliaguda sea el sangrado, la hemorragia externa o interna que provoca un deterioro galopante. Tu deber es ponerlo en condiciones para poder operar, para abrir el abdomen... Quizá ésta sea la zona cero del anestesiólogo, la de más riesgo.

-Los anestesistas cada vez tienen más protagonismo en el tratamiento del dolor.

-Sí , en el control del dolor crónico. Requiere una serie de cuidados muy específicos y técnicas de alta tecnología. El dolor crónico es más complejo de controlar que el dolor agudo. Lleva asociados otros factores, de tipo neurológico o social. Hay compañeros muy expertos. Es casi una especialidad dentro de la anestesia.

-Usted trabaja en una unidad de reanimación.

-Por aquí pasan el 90 por ciento de los pacientes que se operan en el HUCA. No tenemos criterios de ingreso, nuestra unidad está pensada para cualquier paciente que se haya operado, aunque se estime que su cuadro es irreversible. Tenemos una supervivencia muy alta en peritonitis, infecciones graves, disecciones aórticas, procesos tumorales... Son pacientes muy complejos y con mucha patología asociada.

-¿Alguna situación que le produzca una especial desazón?

-Lógicamente, cuando no somos capaces de reanimar a una persona joven y con esperanza de vida. Nos sucedió recientemente con una chica muy joven que acababa de dar a luz y sufrió la rotura de un aneurisma. Después su familia nos escribió una carta de agradecimiento. Esas cosas te marcan. No te gusta que se muera nadie, pero una persona tan joven te impacta más. En un quirófano se lucha mucho por los enfermos, se sufre y se llora. No lloras allí, en el momento, pero después sí.

-¿Eso va incluido en el sueldo?

-Somos médicos que trabajamos en situaciones de estrés tremendas, límite. En pocos segundos tenemos que tomar decisiones muy importantes, que deciden la vida o la muerte del paciente. Por eso nos molesta mucho que nos traten como funcionarios.

-¿Qué quiere decir?

-Que cuando entramos a un quirófano, vamos a salvar la vida a un paciente, o al menos a que la operación salga lo mejor posible. Si esa cirugía, en vez de durar ocho horas, dura nueve, no podemos estar pendientes del reloj. Por eso no queremos que nos reprochen que otro día salgamos una hora antes. Muchas veces se nos juzga por el resultado, no por lo que se ha luchado.

-¿Son importantes las buenas relaciones personales?

-En el quirófano tiene que haber buen rollo entre todos, entre cirujanos y anestesiólogos, también con la enfermería, porque dependemos unos de otros. No digo que tengamos que ser amigos necesariamente, pero somos un equipo, y si el equipo no funciona el resultado va a ser malo. Y cuando las cosas se ponen mal, nos volcamos en un esfuerzo común. En un quirófano es fundamental la comunicación.

-¿Situaciones de particular tensión que recuerde?

-Cuando entramos en un quirófano con un paciente a vida o muerte. Se desconoce lo que ocurre dentro de un quirófano, cómo se trabaja. Hay un equipo de gente impresionante, muy humilde, muy sencilla. Hablo de limpiadoras, celadores, auxiliares, enfermeras, médicos... Son héroes anónimos, que salen muy poco en los medios de comunicación. Luego queda solamente la foto exterior, el paciente se salva, sale adelante y ya se pasa página.