Gol de oro

El ogro del Atlético

Schwarzenbeck, fiel escudero de Beckenbauer durante más de una década en el Bayern, forma parte de la leyenda negra colchonera por su célebre gol en la final de 1974 de la que el miércoles se cumplen cincuenta años

Beckenbauer y Scwarzenbeck, con la selección alemana.

Beckenbauer y Scwarzenbeck, con la selección alemana. / FDV

Juan Carlos Álvarez

Hans Georg Schwarzenbeck es el ogro histórico del Atlético de Madrid. Su complicado apellido está unido a la mayor tragedia histórica del conjunto madrileño: aquella tarde de 1974 en Heysel, aquel instante desgraciado del que el miércoles, 15 de mayo, se cumplirán cincuenta años. El día más desventurado de la historia del Atlético coincide con el instante de mayor gloria de este central poderoso, de nariz gigantesca, pero cuyo rostro pocos reconocerían. Podría pasear tranquilamente una tarde por el Metropolitano, rodeado por miles de camisetas rojiblancas, sin que nadie identificase al protagonista de su mayor pesadilla.

Schwarzenbeck está unido a una jugada histórica. Con el paso del tiempo su impresionante carrera parece empezar y terminar en aquel minuto 120 de la final de la Copa de Europa disputada en Bruselas. Este central alemán fue durante una década la pareja silenciosa y discreta que ayudó a brillar a Franz Beckenbauer. Un periodista germano describió la relación futbolística entre ambos de forma maravillosa: “Schwarzenbeck limpiaba el salón todos los domingos para que Beckenbauer pudiese bailar sobre él”. Y así era. Durante cuatrocientos partidos ejercieron de pareja de centrales en el Bayern. Franz Beckenbauer era el líbero y Hans Georg Schwarzenbeck era su “vorstopper”, el hombre que le liberaba de problemas, que asumía el trabajo sucio para que su compañero luciese en toda su grandeza.

Se conocieron en 1966 cuando a Schwarzenbeck (muniqués de dieciocho años) le subieron al primer equipo del Bayern de Múnich. Llevaba cinco años en la cantera del equipo bávaro cuando su imparable progresión hizo que el croata Cajkovski le reclamase para el primer equipo. Beckenbauer tenía tres años más y ya era un gigante que unos meses antes había impresionado al mundo con su actuación en el Mundial de Inglaterra.

–¿Tú quién eres? –le preguntó Beckenbauer nada más verle–.

–Soy Hans –respondió con cierta timidez–.

Sepp Maier, el legendario portero de aquel equipo, estaba cerca de la escena y se metió de lleno en la conversación.

–No puedes ser Hans, ya tenemos dos (Hans Riggotti y Hans Nowak). Vas a ser “Katsche”.

A partir de ese día ya sería siempre conocido por su apodo: “Katsche” (gato). A Schwarzenbeck le impresionó y sorprendió al mismo tiempo el comentario de Maier. Le llamaban así desde que era un niño, aunque nunca supo muy bien el porqué. La clase de sobrenombre que llega antes de que la memoria esté preparada para dar determinadas respuestas. En la cantera del Bayern, como es lógico, siguieron llamándole de la misma manera y Maier era un habitual de los entrenamientos y partidos de los juveniles y se quedó con el apodo. Por eso cuando asomó por el entrenamiento del primer equipo de inmediato le dejó claro cómo iba a ser conocido en el vestuario.

Schwarzenbeck debutó ante el Werder Bremen como lateral izquierdo, posición que ocupó durante unos meses y donde protagonizó actuaciones catastróficas que le hicieron pensar que su vida en el Bayern iba a ser más corta de lo que deseaba. Pero al final de aquella temporada llegó su primer gran momento: la final de Copa ante el Hamburgo en Sttutgart. Cajkovski decidió que él se encargase del marcaje del gran Uwe Seeler y no hubo noticias de él. El Bayern se impuso por 4-0 y casi más importante que el título fue el convencimiento de que habían encontrado a la pareja ideal para Beckenbauer. Y nadie rompió su pareja durante más de una década, ni en el club ni en la selección alemana. Schwarzenbeck jugó más de quinientos partidos para el club muniqués y casi cincuenta con la selección. Nunca se marchó de un partido, jamás tuvo que ser sustituido por una lesión. Durante su carrera conquistó con el Bayern seis Ligas, tres Copas alemanas, tres Copas de Europa, una Recopa y una Intercontinental. Con la selección añadió una Eurocopa (y un subcampeonato) y un Mundial para completar un palmarés deslumbrante. Solo las dos últimas ligas las ganó cuando Beckenbauer ya se había marchado a Estados Unidos a jugar en el Cosmos. El resto de sus grandes triunfos llegaron al lado de Franz, donde asumió sin problemas el papel de honesto y eficiente escudero. Por eso le llamaron de mil maneras: el “fiel vasallo”, el “limpiador del emperador… Nunca le preocupó. “Sabía perfectamente cuál era mi lugar” dijo en más de una ocasión. Ni la fama ni los celos profesionales pudieron con él. Además de Beckenbauer gente como Maier o Müller tenían un enorme atractivo y acaparaban el foco y el dinero de la publicidad. Schwarzenbeck, con sus mismos títulos, no. Daba igual, era feliz por haber hecho realidad el sueño de aquel niño que comenzó a jugar al fútbol en los bosques y parques de Múnich.

Pero en esa carrera de eficiente secundario hubo una gloriosa excepción: el 15 de mayo de 1974. Ese día el Bayern, a quien ya entrenaba Udo Lattek, se enfrentaba a la posibilidad de ganar por primera vez la Copa de Europa. Llegó a Heysel para enfrentarse al Atlético de Madrid de Juan Carlos Lorenzo. El partido, igualado y de pocas ocasiones, llegó a la prórroga. A seis minutos del final Luis Aragonés colocó de forma magistral un libre directo cerca de la escuadra derecha de la portería alemana. Maier solo pudo seguir con la mirada el vuelo del balón. El gol parecía dar el título a los colchoneros que poco después tuvieron un contragolpe para liquidar la final. Entonces llegó el minuto 120, la última jugada del partido. Schwarzenbeck avanzó sin oposición por el centro del campo y desde treinta metros soltó un cañonazo que se incrustó junto a la base del palo derecho de la portería defendida por Reina. Allí se acabó todo. Sin tandas de penaltis entonces, la Copa de Europa se dilucidó en un partido de desempate que se jugó solo dos días después en el mismo escenario y donde el Bayern, mucho más fuerte, aplastó por 4-0 al deprimido Atlético de Madrid. Casi nadie recuerda que en esa repetición Gerd Müller y Uli Hoenes firmaron un doblete cada uno, en cambio nadie olvida la trascendencia de Schwarzenbeck en el desenlace de la historia. Allí nació el ciclo glorioso de un Bayern que levantaría la “orejona” tres años consecutivos para tomar el testigo del Ajax de Cruyff. “Katsche” firmó ese día la jugada que le haría inmortal. Para el Bayern, pero también para el Atlético de Madrid. Casi treinta goles marcaría en sus casi seiscientos partidos como profesional, pero ninguno como ese.

Schwarzenbeck se retiró del fútbol con 32 años, en 1980. No quiso jugar con ninguna otra camiseta. Se marchó a su casa y rechazó la posibilidad de entrenar o de encontrar un hueco en la estructura del club como hicieron casi todos los grandes jugadores de su generación como Maier, Müller, Hoeness o el propio Beckenbauer. Necesitaba distanciarse del fútbol que le había consumido demasiada energía. Se fue junto a su tía y le comunicó que quería echarle una mano llevando la papelería familiar que tenían la familia Schwarzenbeck desde hacía muchos años. Ella llevaba un tiempo buscando a alguien que quisiese hacerse cargo y no podía imaginar que la solución iba a estar en su sobrino Hans. Y así fue. El ya legendario central se convirtió en responsable de una papelería hasta el día de su jubilación. El Bayern de Múnich, en su deseo de echarle una mano aunque él había rechazado todas sus propuestas para incrustarse en su staff, convirtió a su pequeña empresa en la suministradora principal de material para sus oficinas. Durante años era fácil encontrarse a Schwarzenbeck llegando con su Volkswagen a las dependencias del club para entregar algún pedido personalmente y saludar de paso a quienes habían sido sus compañeros y eran sus amigos. El 15 de mayo se cumple medio siglo de aquella tarde en la que el actor secundario se convirtió en principal; el día que el Atlético de Madrid conoció al ogro de su historia.

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