Luján se murió en la calle. El sábado tomaba un ron Arehucas a la puerta del restaurante Tertulia en un vaso de plástico. No entraba por su mal olor. El domingo dormitaba de madrugada en los soportales del Club LA PROVINCIA, fumando un cigarrillo. La madrugada del miércoles falleció en uno de sus bancos de costumbre, donde solía residir, noche y día, de sol a sol. Inmerso en un proceso de autodestrucción en las aceras de la calle de León y Castillo, alrededor del antiguo cine Royal, lo ha conseguido. Hay quien se encadena a una palmera para que no se muera la planta. Nadie había convocado una manifestación una protesta en favor de la vida de José Carlos Luján, ni de tantos Luján que pululan por esta atlántica Smart City. Un perro abandonado habría sido recogido en un albergue. Es el mundo al revés.

La proliferación de ciudadanos que viven en las calles de la capital grancanaria se ha incrementado en niveles alarmantes. Tres personas fueron halladas muertas ayer en la ciudad sin portar documentación. Tanto analizar la realidad y diagnosticar la situación económica y política, y más valdría centrarse en aspectos concretos que atraen la atención de la sociedad, aunque no la movilicen. Se necesita ayuda moral y que se ataquen las causas estructurales de la pobreza. La indiferencia se ha adueñado de la gran mayoría ciudadana que convive, día a día, con los que se instalan en los portales o en los cajeros automáticos. No hace falta alejarse demasiado de las sedes del Gobierno de Canarias o de los nobles edificios del Cabildo de Gran Canaria. Salta a la vista la presencia personas, cada vez más, que se quedan al margen de la vida social en su sentido más literal.

El individualismo, larvado en una sociedad de clases medias zarandeadas sin piedad por una crisis permanente, aumenta más la diferencia entre quienes tienen y quienes no tienen. El frenazo a la movilidad social y la desigualdad socavan valores, alejan la solidaridad y ensombrecen la vecindad, hasta en pueblos pequeños.

Son los pobres más aparentes, los mendigos, los transeúntes, los marginados visibles de nuestra gran ciudad del siglo XXI. Es difícil buscar y atajar las causas de su situación, en efecto. El que está en la calle, a la vista, pese a los cartones, plásticos o papeles para cobijarse, es una persona débil y aislada sin apoyo, un enfermo. También los hay golfos e incordiantes, caraduras y vividores. Son los menos. Unos y otros ahí están. Más que nunca y aumentando.

La recuperación de estos vecinos nuestros, hermanos nuestros, resulta una tarea compleja. Me niego a aceptar que sean irrecuperables. Hay esperanza. No es optimista quien niega la verdad, la arrincona o la oculta, sino el que sabe que, aunque la vida está llena de dificultades, está convencido de que pueden superarse entre todos con responsabilidad y compromisos compartidos. Podemos preguntarnos en estos momentos, en la antesala de un nuevo frenazo económico, en otro ciclo en el que el turismo atraviesa episodios de enfriamiento, como mantener la esperanza. El optimismo económico que insuflaban las estadísticas se esfuma poco a poco. ¿Estaremos, de nuevo, como ya se ha escrito, “bailando sobre la cubierta del Titanic”?

Los políticos que inician mandatos y legislaturas se han conjurado contra la pobreza y la inclusión social. Es el primer punto del ‘pacto de las Flores’ del nuevo Gobierno de Canarias. Tiene la máxima prioridad.