La grandeza de las pequeñas cosas. Desde hace semanas van y vienen a una isla menor, pequeña y maravillosa. La Palma. Cuidan las tierras de los abuelos. Los ancianos superan los 80 años y los viajeros cumplen la promesa que les hicieron. Los viejitos enfermaron y sacarlos de la finca en la que han vivido más de 60 años ha sido trágico. Se resistían a dejar la huerta, los animales y sus escasos y alejados vecinos. No querían. Lloraron lo que nadie se imagina. Engañaron a médicos, familia y a ellos mismos enmascarando sus dolencias hasta que se decidió trasladarlos a un hospital en Gran Canaria. Nadie quería correr riesgos. “Abuelo, no llores, estás malito y hay que llevarte a Las Palmas…” Él está malito y su inseparable mujer, recomponiéndose en casa de sus hijos. La tristeza de ambos preocupó a la familia. Cada poco preguntaban por las lluvias, el viento, sus perros o la siembra. Su finca ha sido su vida. Hijos, nietos y nueras no sabían qué hacer para levantarles el ánimo así que visto lo visto un día dos nietos no resistieron la tristeza y las lágrimas de los abuelos y tomaron lo que sin duda ha sido la mejor y más generosa decisión, el mejor regalo para esos dos seres en el ocaso de su existencia. Les prometieron que mientras estuvieran pachuchos ellos cuidarían la finca palmera. Viajarían dos veces a la semana a la isla bonita para atenderla y buscar a quien les echara una mano en su ausencia. Los ancianos acogieron la noticia con tanta alegría que teniendo como tienen algunas perrillas no querían que los chicos hicieran gastos pero los nietos, que los conocen bien, acordaron que a los enfermos el trajín no les podía costar un euro. Lo pagarán entre todos, hijos y nietos. Así llevan dos meses.

Hace poco les prepararon una sorpresa a los mimados abuelos. Una banda de nietos, seis, fueron a verles. Cerraron ventanas para evitar la claridad y les acomodaron entre almohadones. “Ponte las gafas, viejo. A ver si conoces esto…” Y pulsaron el play. En una pantalla apareció la finca soñada. Un vídeo mostraba cómo de cuidada estaba su propiedad, con perros correteando y ventanas y puertas cerradas. Las imágenes constituyeron el mejor tratamiento, el más eficaz. Los ancianos lloraron y rieron. Ningún médico había sido capaz de llegarles al corazón, sus nietos, sí.

Y es que la medicina desconoce los poderes curativos del amor.

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