Estos días he recordado a Salvador Sagaseta, escritor, periodista y amigo. Se cumplen cinco años de su muerte. Buscando documentación para escribir algo a modo de recordatorio, me tropecé con uno de los tantos episodios cómicos que viví con Salva dotado como pocos de una pluma ácida, aguda, valiente, canalla y sagaz. Tenía un sentido del humor que a quienes trabajamos a su lado siempre nos maravilló. Sus famosos "Huevos de oro" eran tan temidos como deseados. Personalmente destacaría de Salvador su capacidad para escribir con inteligencia de cualquier tema. Era un poco cabrón, lo era.

Un día de los tantos días que compartimos le dije que me iba sur para intentar entrevistar a Julio Iglesias. Me miro y se burló. No lo dijo, no hacía falta. "Te traeré algo y no vas a tener más remedio que dedicarle un huevo de oro, verás". Lo conocía bien. Efectivamente fui al hotel Maspalomas Oasis en el que estaba el cantante que vivía uno de sus mejores momentos. En la puerta estaba toda la prensa del corazón. Venían a lo mismo, a entrevistarlo. No iba a ser fácil. De pronto recordé la tarjeta de un médico que guardaba en el bolso y sin pensarlo, nos fuimos derechitos a la recepción: "Dígale a Julio Iglesias que venimos de parte de un amigo, llévele la tarjeta". ¡Glup!. Al galeno lo había visto una vez en mi vida pero en tiempos de guerra, ni un paso atrás. En diez minutos una voz anunció: "Julio les está esperando". Disimulando nuestra sorpresa un Julio encartonado, comido por el sol salía a nuestro encuentro. "Pero fotos no", eh!", advirtió. "Hombre una al menos para ilustran la entrevista", le supliqué. "No; si quieren hacen fotos de mis juanetes", dijo el morenazo.

Por supuesto hicimos fotos de los juanetes y cuando llegué al periódico se las enseñé a Salvador, y le reté: "Toma. De los juanetes de Julio, escribes tú". Y de aquellos juanetes escribió una crónica genial.

Ese era Sagaseta.

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