La madre lo había pensado, bueno, más que la madre, la tía y la abuela, pero ninguna se atrevió a verbalizar lo que pasaba por sus cabezas. Rubén era alto, moreno, de pelo ensortijado y sensible. Leía revistas que traían sus hermanas. Revistas de moda que informaban de diseños, de modelos, de lujos, de gente guapa y rica. Le encantaba leer, escuchar la música clásica y la pintura, gustos que teniendo catorce años y procediendo de una familia humilde, eran una rareza. Con 17 años conoció Madrid. Amigos que se movían en los ambientes madrileños lo llevaron para que se comiera el mundo y allí le dio las primeras dentelladas a una vida sin tapujos. Su familia nunca aceptó las idas y venidas del chico que no hacía nada salvo el pecado mortal de compartir casa con amigos, amanecer en los locales de moda y vivir sirviendo copas. Diez años después seguía yendo y viniendo a Madrid pero planteándose cambiar de ciudad; vivir en Las Palmas no le ilusionaba. En el tiempo que lo pienso y no lo pienso conoció a un chico francés y desde que se hizo de noche no se separaron. Se habían conjurado muchas cosas como para no darse cuenta de que estaban hechos el uno para el otro. El francés estaba instalado en Madrid; tenía una economía holgada de manera que vivieron juntos intuyendo que aquello tenía futuro. Dos años más tarde decidieron que los padres de ambos debían conocer lo que para ellos era la historia de amor más hermosa del mundo. Querían gritarle al mundo que eran felices. Viajaron a Las Palmas pero aquello fue un fracaso. Tan fracaso que el padre del canario no disimuló que la opción sexual de su hijo fue una sorpresa para él y no la aceptó. No dejó ni que durmieran bajo el mismo techo. Debía estar ciego porque desde niño Rubén había dado sobradas muestras de su sensibilidad. La madre rota trató de convencer a su marido de lo importante que era la felicidad de su hijo pero papi prefirió vivir con una venda en los ojos.

Decepcionado y herido regresó a Madrid y juró que si sus padres no respetaban su vida él no estaría en la suyas. No los volvió a ver. Hace tres años la mujer falleció y dos días después del entierro el chico viajó a Las Palmas y la despidió.

Solo su pareja estuvo a su lado, abrazándolo. Y llorando juntos.

@marisol_Ayala