La situación de lucha urbana que vive la Octava Isla, así llamada por el número de canarios que emigraron en busca de un mundo mejor, es dramática. Las imágenes que vemos a diario producen una tristeza que desde la lejanía paraliza. La impotencia duele. Del baile de cifras que conocemos hay una especialmente grave:

En Venezuela el número de presos políticos detenidos está por encima de los 170; cifra que se elevará porque el caos, los enfrentamientos y la desesperación parecen imparables. Un país sin norte, acorralado y de futuro incierto.

Para los canarios, Venezuela es mucho más que un país. Fue la esperanza donde arribaron miles de isleños que salieron de los puertos canarios a bordo de cargueros en los años 50 o 60 huyendo del hambre y la persecución política. Muy bien que el Cabildo de Tenerife haya solicitado Ayuda Humanitaria al gobierno español y canario para atender a los españoles residentes en lo que para nosotros es la Octava Isla, Venezuela. Toda ayuda será poco aunque la inseguridad de un país a la deriva hará difícil que esa ayuda llegue a su destino.

En 2004 viajé a Venezuela para escribir sobre las consecuencias de la tragedia de Vargas, un corrimiento de tierras e inundaciones ocurridas en las costas caribeñas el 15 de diciembre del año 1999, especialmente trágica en ese estado donde la población canaria es numerosa. Las cifras de fallecidos se calcularon de centenares a miles (algunos hablan de entre 700 a 30 000 muertos). Caminar entre escombros escuchando el relato de aquellas víctimas fue duro. En ese viaje conviví con 13 familias canarias. Estos días los he recordado. Qué habrá sido de ellos. Venezuela ya era un país convulso y peligroso donde se organizaban patrullas vecinales para proteger sus hogares. Añoraban sus islas, querían volver, pero ya tenían raíces familiares y era complicado. Durante esos días asistí a multitudinarias manifestaciones contra el gobierno de Chávez; visité casas en zonas residenciales donde sus moradores dormían en habitaciones acorazadas, similares a cajas fuertes, con armas de fuego a mano para repeler un asalto. En otras zonas familias canarias se atrincheraban temerosas de un ataque. Y en esos días entrevisté a Chávez, un pavo real entre la prensa a la que contestaba sin pie ni cabeza, sin coherencia.

Las noticias que nos llegan desde la maltratada Venezuela no son esperanzadoras, no. Son preocupantes. Hoy más que nunca el dolor de esos canarios es nuestro dolor.

Y nuestra pena.

marisol_@Ayala