¿Qué pienso? vengo de navegar y estoy seca, no se han mojado ni mis zapatillas, ni la ropa. No fue buena idea pasear por la calle de los insultos y evité la siguiente. Leo tantas cosas feas que busco una A para sentarme en el tablón del medio y pensar. Pensar y preguntar dónde está la puerta del laberinto para esquivar insultos, amenazas y desaparecer, eso, desaparecer y volver con un sable entre los dientes. No se puede transitar la vida entre tanto vómito y descalificaciones. Me pregunto a quien le duele España, a quien le duelen los muertos, a quienes los ancianos que han muertos enfermos y solos. Debatir a escupitajos no me gusta y por primera vez estoy decidiendo salir del barullo, del saludo y la amistad falseada. Las dos Españas están en pie de guerra y tiran a dar. No es escribir en público un lugar seguro. Nunca un teclado hizo tanto daño de manera que saltar al ruedo con tantos miuras es un riesgo que pienso evitar. Cuando la palabra discrepante solo sirve para el insulto y la descalificación acampar es ventajoso. Yo ya no tengo ni padre ni madre, se fueron los dos, pero pienso en ellos viviendo la situación terrorífica que vivimos y se me parte el alma. En medio de esa nube negra veo gente que sigue alentando la búsqueda de culpables, fabricantes de tensiones y odio. Pasan la tarde polemizando y envenenando, crispando. ¿Cómo se puede pensar hoy en otra que no sea el drama insufrible que nos rodea? El que están viviendo miles de personas. Hubo un tiempo en el que en la misma sociedad convivieron la maldad, la crispación y la bondad. Ya no.

Hoy el referente de nuestra sociedad son las mascarillas, con esos ojos que asoman inundados de lágrimas. Son los nuestros.

Los de todos.