El encuentro tuvo lugar hace tres meses, no más. Lo anoté en una socorrida servilleta para no olvidarlo y como pasa siempre, o casi, el día que busqué en mis bolsillos no estaba. Me aparecieron varios papeles pero ninguna era la servilleta que buscaba. Entonces memoricé lo que había escrito, la escena que quería recordar. Paseando por Las Canteras me paró un joven que amablemente me dijo que quería hablar conmigo. Sospeché que quería mostrarme algo. Del bolsillo de su chaleco sacó una foto arrugada. “¿Y eso?”, pregunté sorprendida. Me invitó a verla. Una habitación con una cama de matrimonio. En la cama, de espaldas a la cámara, había un hombre joven y en una silla al lado de la cama, una mujer mayor. Supuse que familiar del muchacho. No entendía nada hasta que reparé en unas piernas que calzaban botas. “¿Y esas piernas?”, pregunté. “Son suyas…”, contestó. En ese momento decidí tomarme en serio la foto y a su propietario. Le invité a tomar café para saber de qué hablaba. Supe entonces que su familia vivió unos años en un callejón hoy desaparecido, en las inmediaciones de Ruiz de Alda. La familia llegó a Las Palmas desde Córdoba. Allí sus padres vivieron de la venta ambulante y aquí, de fiestas de pueblos. Le pedí que aligerara el relato, que tenía prisa. ¿Qué papel jugaba yo en su historia?, pensé. Cuando vi su emoción guardé silencio. “Hace tiempo que la estoy buscando”, dijo. Seguía sin entender nada.

“En casa mis padres tenían el reportaje que usted nos hizo; mi hermano mayor estaba enfermo y murió de lo que nosotros, los pequeños, no sabíamos. Un día, años después, en casa se habló de sida”. Fue a principio de los noventa, cuando esa enfermedad segó tantas vidas. Recuerdo que La Provincia publicó la historia poco después en la primera página de un domingo, con foto y texto.