En casa, la lucha canaria siempre nos fue cercana, familiar. Mi padre amó ese deporte y aunque periodísticamente cubría las idas y venidas de la U.D. Las Palmas, siempre buscó tiempo para escribir de un deporte que nunca tuvo tirón popular aunque a mi padre, Antonio Ayala, eso le importaba poco. Él iba dando pasos con su pluma para que ese deporte fuera conocido por el público. Por esa voluntad y compromiso, los hijos mayores nos sabíamos de memoria los nombres de las figuras. Mi padre llegaba de una luchada y nos contaba cómo había ido de manera de que una pardelera nunca nos sonó a chino a nosotros, especialmente a mi hermano Alfredo, que heredó de mi padre la pasión por este deporte vernáculo. Tal era el compromiso de Ayala padre por la lucha canaria que en casa, una vivienda terrera, una de las habitaciones fue destinada a la actividad de la Federación de Lucha Canaria gratis total. Los papeles llegaban al techo y ahí buceaba mi padre para hallar fichas o fechas de luchadas importantes. En esa casa vimos entrar a leyendas de la lucha que impresionaban por su poderío físico y por lo que papá nos había contado de cada uno. ¿Qué niña de la época se había tropezado en el patio de casa con el Faro de Maspalomas, el que levantaba el arado y era capaz de llenar terreros como el Campo de España? Ninguna. Yo, sí. A mi padre los luchadores le llaman Don Antonio y eso me gustaba. Por ahí tengo fotos de un acto de lucha con Camurria y el Faro de Maspalomas a mi lado. A este último yo le llegaba por el ombligo.

Hoy escribo esta columna porque un compañero, Pedro Reyes, ha realizado un trabajo de investigación reivindicando un reconocimiento y dice textual: para “Antonio Ayala, Jesús Gómez y Juan Cubas por su aportación y trascendencia a la lucha canaria”.

Merecido.