Volando desde Lanzarote a Gran Canaria reparo en la conversación que mantienen dos mujeres de mediana edad que ocupan las dos butacas a mi espalda. Una de ellas está muy angustiada; sin poner mucha atención intuyo la razón de su estado. Acerté. «Tengo que buscar un centro para meter a mi madre, ha ido perdiendo la memoria y ya no puede estar sola».

La otra mujer escucha con atención y pregunta «¿no tienes hermanos?», «sí, dos pero viven en Tenerife y Fuerteventura. Son maestros». No puede contar con ellos. «¿Y qué has pensado?», pregunta. «Ni idea; ahora, viajo a Gran Canaria para conocer a una señora que está dispuesta a cambiar de isla y cuidarla. Ojalá!». Está decidida a pagar lo que le pidan, dentro de un orden. Una preocupación familiar que se repite más de lo creemos. ¿Qué hacer con nuestros viejos solos y enfermos? Un grandioso y viejo problema social de difícil solución que cada vez tiene más lejos una salida. Las residencias privadas han sacado la gran tajada a cuenta de nuestros ancianos. Ni la más generosas jubilación se acerca a los precios prohibitivos. «Mi cuñada está en el paro y aunque le hace falta el dinero otras obligaciones le impiden cumplir. Vive en El Hierro y estaba dispuesta a viajar tres veces a la semana desde esa isla hasta Gran Canaria pero las irregularidad de los vuelos no ayudan y esa puerta se ha cerrado». Escucho que uno de los sobrinos de la mujer cuidó a la señora durante tres meses pero se aburrió de estar solo en la isla con 32 años y separado de su pareja. La muchacha cuenta a su vecina de asiento que tiene una casa en Tenerife que está dispuesta a ceder gratuitamente para uso y disfrute de quien le ayude a cuidar a su madre, pues ni así ha convencido a nadie…