De Fayna Bethencourt conozco lo que conocemos todos, sus apariciones durante 17 años entrando y saliendo en tv contando su más que complicada vida que comenzó en uno de los primeros Gran Hermano. Guapa, dulce y enamorada del peor amante posible, Carlos Navarro, El Yoyas, concursante del mismo reality que, poco a poco, fue dando pasos hasta comenzar, con cámaras o sin ellas, y maltratarla física y psicológicamente hasta poner en peligro la vida de sus dos hijos, nacidos la relación con el psicópata. No recuerdo haber visto una historia de maltrato tan larga como la de esa niña que, por cierto, es canaria. De manera que estos días me propuse escuchar de su voz cómo empezó su infierno y qué resorte activó su cabeza para soportar lo que soportó, con el desamparo como única defensa. Palizas, vejaciones, gritos y amenazas. De alguna manera el infierno de Fayna es el mismo que sufren tantas y tantas mujeres en España a las que los gobiernos animan a denunciar y minutos después las dejan a merced de su opositor a asesino. Son mujeres que viven, no solo huyendo de su maltratador, sino enfrentadas a la indiferencia de la administración de Justicia que no puede con tanta mujer apaleada. A este fulano, que lleva meses escondido pero localizado por policías y periodistas, la más que patética administración de Justicia lo cita por medio de un conmovedor oficio pidiéndole que vaya tal día y tal hora al juzgado. Y una mierda.

Escuchar a Fayna detallar su infierno te anima a dos cosas: a alejarte de las urnas y a preparar la sábana que cubrirá su cuerpo el día que al machito le salga bien su objetivo. Tirarla por la ventana. Ella misma le contó a Risto Mejido que, cuando en los informativos hablan de otra mujer asesinada cubierta con una sábana, no puede evitar pensar «la próxima puedo ser yo». ¡Qué vergüenza!.