Una madrugada de hace 8 o 9 años un empresario canario bajo sospecha de estar vinculado al narcotráfico vio como su casa familiar situada en una zona privilegiada de Las Palmas era asaltada por las fuerzas de seguridad el estado a las órdenes de Baltasar Garzón. Los amigos de la familia hacía tiempo que conocían los rumores que le señalaban como un narcotraficante a las órdenes de la Operación Nécora, pero eran muchos más los que le apoyaban que los que le acusaban. Una de sus características era vivir en una falsa normalidad a pesar de estar sentado sobre un barril de pólvora que estaba a punto de explosionar. Hombre de pocas palabras que ocultaba lo que finalmente resultó ser cierto. Ni su mujer dudaba de él, pese a que a ella misma fue utilizada para esconder la droga sin saberlo.

Durante años, se dedicó a comprar propiedades inmobiliarias. Adquirió tres viviendas y solares, en una zona privilegiada de la ciudad, y vehículos de alta gama. Los beneficiarios de sus «negocios», empezaron a organizar almuerzos y festines en su casa, donde siempre invitaban a los mismos, la familia y algún amigo de mucha confianza, y de este modo su «club de fans», hacía piña sin conocer con certeza, quién era realmente esta persona. En el Puerto, el empresario compró 6 naves y todo lo que se le fue ocurriendo. No quería dinero en casa. Ni él ni su familia, ni sus cómplices, pensaron jamás que el fin estaba cerca y que se llevaría por delante a inocentes. Dos amigas de la mujer del empresario no sabían que iban a recibir visita. Cada una en su casa, en su alcoba y en pleno sueño, fueron sacadas de la cama. La casa de ambas fue invadida por media docena de efectivos policiales. Por separado, las metieron en una furgoneta rumbo a Madrid. Garzón les esperaba. Y todo por hacerle un favor a la mujer del empresario. Llevarle un bolso.