Era y es una mujer estupenda, trabajadora, solidaria, cariñosa y guapa. Ni un defecto. Al menos el que tiene y angustia a sus cercanos no es visible y trata de corregirlo hasta ahora sin éxito, la verdad. Es impuntual. Ese pequeño defecto no lo es tanto. Me explico. Cuando era una niña y llegó la adolescencia comenzó relacionarse con amigos y compañeros de trabajo los cercanos se percataron de su incapacidad para la puntualidad, para llegar a los sitios, el que fuera a la hora pactada. Pero nadie le daba importancia a lo que sacaba de quicio a familiares y amigos. Su tardanza, su incapacidad para llegar a la hora prevista, provocaba algún breve enfado o alguna benévola sonrisa. Pero el asunto, el problema, lejos de corregirse se agravó tal como vaticinaron algunos. Los amigos y la familia hacían la vista gorda cuando la chica llegaba tarde o a veces muy tarde pero como entenderán es imposible sortear esa situación laboral de incertidumbre que día tras día provoca la tardanza de la empleada. Lo que estaba previsto llegó; la chica sufrió su primer despido. Los consejos para corregir el comportamiento de la empleada, a la que le tienen mucho aprecio, no sirvió nada. Ni servirá. De hecho volvió a sufrir dos despidos en otros trabajos por la misma causa, llegar tarde reiteradamente. Nadie en su entorno ha entendido jamás que ha causado su divorcio vital con el tiempo que se le vaya el Santo al Cielo sin boleto de vuelta. En su descargo hay que decir que la joven empleada ha tomado cartas en el asunto y está decidida a cambiar hábitos que le reconcilien con el reloj, con la hora, con la puntualidad. Pese a todo es una mujer estupenda que está dispuesta a coger el toro por los cuernos y pacificar a la familia.