La conocí joven, guapa y eficiente, mes a mes mantenía con ella una brevísima conversación. Confirmar la hora de mi consulta, preguntar por mis médicos y poco más. Le gustaba leer y nos recomendábamos lecturas. Hacía poco que ella había descubierto a Millás, Almudeda, Rosa Montero y Cerca. De Almudena le fascinaba su capacidad de trabajo, sus libros tan desarrollados, tan documentados. Cuando falleció la escritora quiso ir a Madrid para despedirla. Finalmente no acudió pero nunca supe la razón. Me hablaba de lo que internet había sido para ella, un mundo que se abría de par en par para saciar sus curiosidades. No puedo decir que fuera mi amiga pero sí que entre nosotras había comprensión y afecto. Lo cierto es que dejé de verla porque tuve que viajar por las islas, especialmente a Lanzarote, para recibir a mi primer nieto. Hace un par de meses me tropecé con quien ha sido una de sus jefas y vieja amiga mía a la que hacía tiempo que no veía. «¿Un café?», dijo una de las dos. Total que nos sentamos en la primera cafetería que vimos. Comenzamos una charla de viejas amigas. Repaso a los niños, sus chicos y los míos, y poco más. De pronto me tocó el hombro como quien demanda atención. «¿Sabes lo de X?», preguntó. Entonces supe que la muchacha a la que le gustaba Almudena había comenzado a tener comportamientos preocupantes en su trabajo como confundir calles, citar nombres que repetía con insistencia y que no pertenecía a nadie conocido. Todo eso alertó a la familia hasta que un día su olvido dio tres vueltas más de tuerca. Había olvidado dónde estaban los aseos del centro en el que llevaba trece años trabajando. Un neurológico y a esperar resultados.

El resultado tardó año y medio en llegar. ¿Hay alguien que crea que la demora no mata? El estudio neurológico fue rotundo. La mujer sufre Alzheimer y lleva año y medio sin tratamiento.