Decido comenzar la columna de hoy hablando de un bebé que batalla por su vida en un hospital canario. Se llama Alma y nació hace unos 50 días. Su llegada al mundo ha superado todas las expectativas previsibles, miles de enlaces compartidos, monográficos televisivos y programas de radio hasta el agotamiento. Todos los medios trabajando con la prohibición de no difundir datos personales ni médicos del bebé ni de su famosa madre y abuela, Anabel e Isabel Pantoja. Que se sepa nadie se ha atrevido a saltar ese muro y tampoco hay un medio decente que, teniendo imágenes, se haya atrevido a violar una ley por la que, además, se arriesga a tener que afrontar una indemnización millonaria. Las cosas van cambiando y los enfermos son respetados.

La violación a la intimidad implica acceder sin permiso en el ámbito ajeno de lo personal, una zona íntima que una persona se reserva para sí o para un grupo concreto de personas. Por otro lado, el descubrimiento de un secreto conlleva acceder a la información de manera ilegal y que sea divulgada con posterioridad. En el caso que nos ocupa, la pequeña Alma, ni un diagnóstico facilitado por un médico puede difundirse ya que puede provocar un juicio si la familia del paciente lo demanda. Hasta hace unos años era posible ver reportajes con enfermos a merced de periodistas que les prometían lo que no cumplían. Ese formato lo recuerdo porque lo trabajé durante años. ¿Nadie recuerda la persecución que sufrieron en Canarias los primeros enfermos de sida? Yo sí. Uno de ellos fue traicionado por políticos que entonces gestionaban la sanidad canaria. Primero, le rogaron a la prensa que no desvelaran el nuevo domicilio de un enfermo de sida ni sus datos personales. Días después, los mismos que pedían discreción, filtraron el nombre y el municipio al que habían sido trasladados los enfermos. No le pidas respeto a quienes no se respetan ni ellos.