Anoche tuve una experiencia única. Ante la luz de la luna, detrás de un cristal, cuando dejaba pasar una noche más de un día normal, apareció.

De pronto tuve la sensación de que algo extraño pasaba. Oía su respirar, unas palabras escuchaba que venían de no sé donde, como de un misterio se tratase.

Aquello no había hecho más que empezar. La llamé y contestaba, hasta que por la ventana de mi cuarto, entreabierta, se coló fugazmente y de forma misteriosa, en un abrir y cerrar de ojos, allí apareció, ante mí.

Era lo que decía verdaderamente, su vestimenta la descubría. La forma en que apareció, el haz de luz en que venía inmersa, su sombrero, su escoba. Sí, era lo que bien decía, una bruja.

Me cautivó su voz, sus palabras y sencillez. Me quiso lanzar una maldición, pero todo se tornó en ella. De pronto, se consumó por unos minutos su inmensa maldad, y se tornó amable y comprensiva por momentos.

No sé qué vio en mí cuando pensaba que me iba a escapar en lo inmenso de la vida, cuando me ofreció un regalo. Un pequeño regalo para ella, e inmenso para mí.

Me quería dar una pizca de felicidad. ¿Os lo creéis? Una bruja ofreciendo felicidad, que locura tan grande.

Le supliqué que me la diese en unas dosis muy pequeñas, que me las empaquetara individualmente en una cajita, para poder dar como regalo porción a porción, cada uno de los paquetitos, a todo aquel que lo necesitase más que yo.

Que no se me acabe la vida para poder seguir dando estos fantásticos regalos, y que no se consuman esos rayos de luz de esperanza que quiero dar mientras vuelo por el universo.

¡Sentí tanta alegría con el regalo que me dio esta bruja! Lucía tan pequeñito y simple en su mano, y que para mí representaba tanto tanto, que me abrió la imaginación, y sentí el deseo de pedirle un hermoso regalo más.

Le pedí que me diera un frasco. Un sencillo frasco de cristal, como esos que ya tenía yo antes. Transparentes, con un largo cuello seguido de una pequeña abertura en la parte superior. Con su tapón, con el que poder dejarlo bien cerrado, y dejar dentro de él algo pequeñito que no quiero que se me escape. Que se metiese en él, que quedara dentro. Y que no intentase salir.

Me lo concedió. Con un último conjuro, unos movimientos alocados de brazos, unas imploraciones a alguien del más allá, y “chasss”.

Allí lo tenía. Lo tengo desde ese momento. Míralo aquí. Lo llevo siempre encima, en este bolsillo de mi camisa, en el que está más cerca de mi corazón. Para sentir su calor, y oiga como late mi corazón por saber que estará siempre junto a él, junto a mí. En verdad no creía que algo tan simple, tan pequeño, me pudiese dar tales sensaciones.

En los momentos de tristeza, de lágrimas, cuando necesito que vuelva, me pregunto como salir de ese pozo. Volver a sentir la emoción de la vida, y que mis alas se abran para partir una vez más a volar, a sentir, a vivir la vida.

Es entonces cuando queriendo cambiar mi camino, observo ese hermoso frasco, y la observo admirado que está allí adentro. Esas emociones que esconde en su semblante, en el calor de sus palabras, en todo su ser. Y no lo puedo remediar, no, no puedo. Abro el frasco, con cuidado de que no se escape, me acerco a él, y es entonces cuando me emociono al sentir su aroma. Su olor se introduce por mi nariz, va en mi aire y pasa por mis pulmones que se ahogan.

Llega a mi sangre y la cautiva. En ella, llega a mi corazón, quien sin quererlo, la empuja por mi cuerpo. Todo mi cuerpo vibra y siente, en esos momentos, la llegada al alma del consuelo que le falta, y entonces, ya no entiendo nada....