Cómo si fuese un sueño, me encontré diferente. Sentía que había sucedido en mí algo muy extraño, fuera de lo común. En un instante noté que mi cuerpo se transformaba, que mi mente se reconvertía, como tras una explosión.

Ya no era persona, mi materia ya no volvía a ser sólida, ahora, ya era agua.

Consciente de que era una fina gota de agua. Transparente, suave, minúscula. Que aún teniendo esa pequeña magnitud, me hacía sentir grande, profundo, extraordinario.

En mí se reflejaba el mundo, las imágenes de aquellas buenas gentes que ya conocía, sus actos, sus sentimientos, su amor.

Llenaban mi húmeda composición, resplandecía en mí, la luz de la vida que me rodeaba.

No quería ver mi ombligo en esta noche, quería ver el mundo, desde el estado líquido en el que me había convertido.

Escurridizo, entre las rendijas de las virtudes de aquellos conocidos, en la verticalidad de la personalidad de muchas personas. Intentando no filtrarme en los poros de las pieles curtidas por los arañazos que en sus vidas habían sentido.

No quise evaporarme por el calor de momentos cálidos, originados por instantes llenos de sentimientos y pensamientos bien fogosos.

Cuando me alejó de su rostro, con una sacudida de su mano, como intentando desprenderse de mi presencia, caí al suelo. Tonto de mí, que en mi estado líquido, creyendo poder adaptarme a cualquier forma o dimensión, al llegar al suelo, desperté...

Ya no era líquido, volví a ser humano. Era el despertar de mi sueño.

Dulce sueño.

Bella situación.

Lindo estado.

....que pena. ¡De no haber sido un sueño!