Decir Han Solo es escudriñar en el pasado, en la infancia convertida adolescencia, donde un chaleco de cuero, una blusa blanca competían con aquellas pistoleras rozando sus muslos. Es cierto que desde que lo ví me enamoré, representaba todo aquello que se vislumbraba en un futuro próximo como aventura y diversión. Ese Han Solo a la vez patoso y genial que animaba a todo secundario de la vida a ser el protagonista de su propia historia. No recuerdo en que cine fue…Avenida, Avellanada quizás el Rex…pero si el fulgor del Halcón Milenario, los gritos histéricos de mis primas cada vez que salía el “correcto” Luke Skywalker mientras yo soñaba con esa sonrisa canalla dispuesta a sobrevivir en un mundo intergaláctico bastante hostil.

Dos años esperé para ver como lo congelaban y un año más para su extraña resurrección, sin ningún rasguño, de la carbonita. Han y el Halcón Milenario se grabaron en mi mente pero sobre todo, en mi corazón, que quedaron tatuados por el sentido de la aventura, de que las batallas de la vida no siempre las ganaban los más poderosos o que la ironía o el humor eran armas tan poderosas como el terror o la violencia.

Decía un crítico de cine que la última película de La Guerra de las Galaxias es un Frankenstein del episodio IV de la saga. Prometeo o no, las nuevas generaciones incluso podrán amar a los nuevos personajes. Los de mi Quinta, aquellos que nacimos y creamos la leyenda de La Guerra de las Galaxias, por el contrario, desde su estreno, convivimos con una sensación de estupor y duelo.

Debería de estar prohibido matar a personajes que son mitos de nuestra cultura porque con ellos mueren parte de nuestro recuerdos y vivencias, de nuestra memoria colectiva. No se puede matar a Superman, como no se puede modificar el Quijote o Cyrano de Bergerac, más famoso por su mito que por su propia vida porque ya no pertenecen a su autor sino a su público, a ese mente colectiva que los ha convertidos en una parte de su Patrimonio Cultural, en mitos de su Memoria Colectiva.

La muerte de Han Solo ha sido la muerte de un héroe de mi generación. Y ahora nos sentimos un poco más solos en este mundo tan prosaico y consumista. Y me pregunto si era necesario….y me planteo si al igual que defendemos unas leyes para salvaguarda el patrimonio etnográfico, artístico o documental, y dentro de él, el gran olvidado cine, no deberíamos proteger también nuestra herencia cultura y emocional: nuestros mitos, tradiciones, leyendas… para salvaguardarlos de intereses políticos o comerciales. Quizás así evitaríamos polemizar por una Cabalgata de Reyes, banalizando la ilusión de niños y adultos.

R.I.P. Han Solo