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En medio de la pandemia de Covid-19 desatada a nivel mundial, continúa sorprendiendo la escasísima incidencia de infectados y muertos por el coronavirus que ha habido en el continente africano, al menos hasta el arranque de 2021. A nadie se le escapa que muy probablemente en esos buenos datos se refleje de una manera muy importante la falta de test. Pero en 53 de los 54 estados de África la situación ha sido durante un año buena o muy buena. La única excepción ha sido Suráfrica, donde la situación, incluso estando mal y con una ‘mutación propia’, es mucho mejor que la de muchos países europeos como Bélgica o España, que la de Estados Unidos o la de buena parte de los países sudamericanos.

En principio la mayoría de estos países africanos deberían haber sido pasto del coronavirus. Hay hacinamiento, miseria, falta de control, escasez de recursos y una sanidad deficiente. Algunos expertos avisaron. En África los efectos de la Covid-19 serán terribles. Hasta el momento no ha sido así. Y seguramente no lleguen a serlo nunca. Los africanos se han visto afectados, además, por otros coronavirus que les dan cierta inmunidad cruzada.

La genética nos explica esta paradoja.

Los seres humanos de nuestra especie evolucionaron en el África subsahariana. Aparecieron allí hace unos 250.000 años. Durante más de la mitad de nuestra existencia como especie permanecimos en esa zona como cazadores recolectores de cierto éxito, utilizando sofisticadas herramientas, ropas y adornos, manteniendo una compleja vida de ceremonias y rituales.

Unos 140.000 años atrás un grupo humano migró colonizando con éxito amplias zonas del África austral (lo que hoy es Namibia y Suráfrica). Sus descendientes son los actuales khoisan.

Hace algo más de 100.000 años, coincidiendo con una época de cambio climático, los primeros humanos de nuestra especie salieron de África. Alcanzaron el Cercano Oriente. Allí dejaron sus huellas fósiles. Pero no les fue muy bien. Se extinguieron sin que ninguno de sus genes haya llegado hasta nosotros.

Unos 70.000 años atrás se produjo una migración de humanos que colonizó la selva ecuatorial africana. Sus descendientes son los actuales pigmeos.

Hace 50.000 años una pequeña población de humanos de nuestra especie abandonó África. Todos los seres humanos actuales que poblamos el mundo fuera de África (desde los japoneses a los esquimales, de mongoles a españoles…) somos los descendientes de estos pocos migrantes.

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Cuando nuestros ancestros salieron de África por Oriente medio y se dirigieron al norte hacia Europa, por el camino se encontraron con otra especie de seres humanos: Los hombres de Neandertal.

Eran más fuertes que nosotros, tenían un cerebro mayor, también utilizaban herramientas complejas, tenían lenguaje, desarrollaron la sofisticada cultura musteriense, cuidaban de sus ancianos y discapacitados y enterraban a sus muertos con complejos ritos funerarios para asegurar su bienestar en el más allá. Los Neandertales se habían originado en Europa unos 350.000 años atrás.

En cambio, nuestros ancestros que salieron de África y se dirigieron hacia el sur También se encontraron con otra especie de seres humanos avanzados: los Denisovanos.

Como poco después de su encuentro con nosotros, tanto los hombres de Neandertal como los Denisovanos se extinguieron, los antropólogos generaron multitud de hipótesis casi todas orientadas defender que extinguimos a ambas especies, en noble competencia, porque éramos mejores, más inteligentes, más hábiles, mejor organizados.

A la vista de lo que sucedió con las poblaciones sudamericanas durante la conquista de América por los europeos, otros antropólogos han defendido que extinguimos a los Neandertales y los Denisovanos mediante epidemias, al contagiarles enfermedades africanas frente a las que nuestra especie era inmune.

Hay hipótesis para todos los gustos. Pero la secuenciación del genoma de nuestra especie, del de los hombres de Neandertal y del de los Denisovanos arroja una evidencia inesperada: cuando nuestros ancestros se encontraron con los hombres de Neandertal lo que hicieron, fundamentalmente, fue ligar. Se aparearon con ellos a menudo. Y lo mismo pasó cuando nuestros ancestros se encontraron con los Denisovanos.

En realidad, hasta el 20% de todo el genoma de los neandertales permanece hoy en día en los seres humanos modernos. La mayoría de los europeos y nuestros descendientes en América, tenemos alrededor un 4% de genes neandertales. De estos genes depende en buena parte nuestro color de piel blanca, el pelo rubio, los ojos claros y también nuestra propensión genética a la adición al tabaco o a la diabetes.

Se han encontrado fósiles de híbridos entre los hombres de Neandertal y los de nuestra especie, desde lo que hoy es Rusia (como el hombre de Ust’-Ishim) hasta la actual Portugal (como el niño de Lapedo). La genética también nos indica que principalmente sobrevivieron las niñas nacidas de hombres de Neandertal y mujeres de nuestra especie.

Con los hombres Denisovanos ocurrió una historia parecida. Abreviaremos diciendo que la mayoría de los asiáticos actuales tienen genes procedentes de los denisovanos.

Lo malo del asunto viene ahora: Hemos heredado de los neandertales los genes asociados a padecer una variante grave de la Covid-19. El 8% de los europeos tiene esos genes neandertales que los vuelven especialmente sensibles al coronavirus.

Sin embargo, para muchos de los asiáticos actuales la cosa es aún peor. Han heredado de los Denisovanos genes que también les vuelven muy susceptibles al coronavirus. En India y Bangladesh hasta el 30% de la población tiene estos genes denisovanos, que la actual pandemia vuelve peligrosos.

Por el contrario, las poblaciones africanas están totalmente libres de genes neandertales y denisovanos.

Tener estos genes, consecuencia de los comportamientos sexuales un tanto casquivanos de nuestros ancestros, multiplica casi por 5 la probabilidad de que el coronavirus nos mate.

Quizás esto contribuya a explicar por qué en África se están produciendo tan pocos muertos por Covid-19.

Y en una época donde los supremacistas blancos vuelven con sus tonterías de superioridad racial, decirles que, genéticamente hablando, puede interpretarse que los blancos somos el equivalente a las mulas, mientras que los africanos son los verdaderos purasangres.