Mientras recuperamos la normalidad no conviene olvidar la primera ola de la pandemia. Aquellos meses de marzo y abril…

Cuando los hospitales colapsaron, los médicos tuvieron que decidir a quienes les daban la oportunidad de sobrevivir -conectándolos o no a los limitados respiradores- y los pacientes morían a miles en la más absoluta soledad, transformándose en una mera estadística entre toneladas de cadáveres que se acumulaban insepultos.

No hace tanto que nuestras vidas se encerraron en un confinamiento riguroso.

Pero parece algo de otra época ahora que gracias a las vacunas estamos consiguiendo doblegar la pandemia de la Covid-19, lo que nos permite estar cerca de volver a nuestra vida de antes.

Avances en tiempo récord

Los modelos epidemiológicos estiman que, sin vacunas, en vez de los 220 millones de contagiados y los más de 5 millones de muertos por la Covid-19, hoy en día estaríamos hablando de entre 1.000 y 1.500 millones de contagiados y entre 20 y 30 millones de muertos.

Y todavía seguiríamos confinados rigurosamente.

Afortunadamente estamos asistiendo a uno de los mayores logros conseguidos por la ciencia en toda la historia de la humanidad.

En menos de 2 años acabamos sabiendo más sobre el nuevo virus SARS-CoV-2 que sobre los patógenos que llevan milenios asolando a la humanidad.

En un tiempo récord se publicaron más de 20.000 artículos científicos sobre el SARS-CoV-2 y la Covid-19.

Y todas estas investigaciones nos han permitido:

Otra pandemia peligrosa y brutal

Sin embargo, mientras vamos doblegando la Covid-19 se está desatando otra inesperada pandemia, extremadamente peligrosa y brutal: la de los anti-vacunas y negacionistas, cada vez más activos en su perniciosa propaganda.

Con unas cifras sorprendentes, que oscilan entre el 10 y el 20% en muchos de los países desarrollados, numerosos expertos en salud pública están publicando modelos donde se demuestra que los antivacunas son ya una de las 10 mayores amenazas a las que se enfrenta la humanidad.

Algunos estudios arrojan datos desoladores. Por ejemplo, tan solo 12 personas son las principales responsables de la mayor parte de la propaganda antivacunas publicada en los medios (mayoritariamente en internet).

Esta docena de iluminados están entre las personas más influyentes de la humanidad.

Su logro es a la vez impresionante y catastrófico, pues han convencido a millones de personas para que no se vacunen, ni vacunen a sus hijos.

Las consecuencias de sus actos abruman.

Por ejemplo, solamente en los países en los que hay datos fiables, las vacunas salvan la vida de 2,5 millones de niños al año.

Pero algunos trabajos estiman que como resultado de las campañas de los antivacunas podrían haber muerto hasta 110.000 personas en el año 2017 y 140.000 en 2018. Personas que, «engañadas», se habían negado a vacunarse contra la enfermedad que finalmente les mató.

Lo peor es que en su mayoría eran niños.

Más «asesinos» que los terroristas

Algunos foros legales norteamericanos opinan profesionalmente que estos 12 antivacunas son responsables de muchas más muertes que el conjunto de los asesinos terroristas, y habría que tomar medidas urgentes contra ellos.

La fría estadística les da la razón.

Los expertos piensan que, de no ser por los antivacunas, numerosas enfermedades como el sarampión, la poliomielitis o la difteria podrían estar erradicadas de nuestro mundo tal y como ocurrió con la viruela.

Pero, muy al contrario, los antivacunas y negacionistas amenazan con acabar convirtiéndose en un reservorio para el SARS-CoV-2, dándole al coronavirus la oportunidad de permanecer entre nosotros largo tiempo.

Si queremos salvar millones de vidas y mantener nuestros estándares de salud y elevadas expectativas de vida, urge combatir a estos antivacunas con todos los medios a nuestro alcance.

Para ello debemos encontrar las razones de por qué tantas personas son antivacunas.

¿Qué tiene en la cabeza un antivacunas?

Resulta fácil caer en la explicación más simple: los antivacunas son estúpidos, absolutamente ignorantes (al menos en ciencia), inadaptados o con patologías sociales.

Este abordaje se está convirtiendo en un emergente campo de trabajo para las publicaciones académicas de sociólogos y psicólogos.

Y en sus investigaciones encuentran evidencias estadísticas de que el porcentaje de antivacunas presenta una fuerte asociación estadística con ser terraplanista, creer en «medicinas alternativas», en extrañas energías que nos controlan, en ovnis que nos transfieren tecnología… o pensar que los humanos nunca fueron a la luna.

Se ha encontrado una asociación significativa entre ser antivacunas y tener escasa formación académica, abandono de estudios, fracaso laboral, aislamiento social… Y también hay una asociación entre ideas políticas extremas como neonazis y especialmente con machistas radicales y supremacistas raciales.

Los «negacionistas» más peligrosos

Indudablemente también hay antivacunas inteligentes y cultos. Y ahí está el problema.

Por supuesto unos cuantos de estos antivacunas inteligentes son meros aprovechados que intentan obtener un beneficio económico. Como quienes venden tratamientos alternativos contra la Covid-19 basados en simple lejía.

Sin duda la búsqueda de notoriedad también tiene su importancia entre quienes se oponen a la ortodoxia científica. Como el médico que falseó datos para encontrar una asociación entre la vacuna triple vírica y el autismo, lo que durante un cierto tiempo le valió gran notoriedad académica.

Comprender cómo funciona su mente

La comprensión de cómo funciona nuestra mente está dando enormes sorpresas. Y ayuda a entender cómo funciona la mente de los antivacunas.

Así, la mayoría de nuestras decisiones las tomamos mediante lo que el premio Nobel Daniel Kahneman denominó el «pensamiento rápido».

– Solo empleamos la reflexión rigurosa (un pensamiento lento reflexivo y ordenado) en contadas ocasiones y tras mucho entrenamiento.

– En la mayoría de los casos tomamos una decisión muy rápida, a menudo basada simplemente en intuiciones, y después nos cuesta mucho cambiar de opinión. La primera impresión es la que cuenta.

Y es que tras tomar una decisión inicial caemos en el «sesgo de confirmación». Un mecanismo mental por el que solo le damos importancia a los datos que confirman nuestra intuición original.

Los buscadores de internet multiplican este sesgo de confirmación haciendo que solo accedamos a lo que sirva para confirmar nuestra creencia.

¿Los datos no convencen?

Muchos piensan que debemos enfrentar a los antivacunas a los datos científicos rigurosos. Pero se ha demostrado que no sirve de nada.

Es la paradoja de la verificación. Generalmente los datos reales no sirven para convencer más que a quienes ya estaban convencidos de antemano o a quienes no se habían formado una opinión.

De este modo, y en buena parte, el largo aprendizaje de un científico tiene mucho que ver con aceptar que una serie de experimentos rigurosos echen por tierra la gran mayoría de nuestras ideas «geniales», asentadas en nuestra mente mediante el sesgo de confirmación.

En este sentido, un periodista que entrevistaba a Albert Einstein le dijo que él utilizaba una libreta para apuntar las buenas ideas que iba teniendo a lo largo del día para que no se le olvidase ninguna.

Einstein le contestó que él no había tenido nunca ese problema, pues solo tuvo 3 buenas ideas en toda su vida.

La sociología del fraude

Tampoco conviene olvidar los numerosos estudios sobre la sociología del fraude.

Para perpetuar el movimiento antivacunas son necesarios 3 tipos bien diferenciados:

En el siglo XIX el movimiento antivacunas fue muy importante. Se opuso a la vacuna de la viruela desarrollada por Edward Jenner.

La viruela fue la enfermedad infecciosa que más muertes causó a la humanidad (miles de millones de muertos a lo largo de la historia). En las ciudades británicas donde el movimiento antivacunas fue más importante la mortandad por viruela fue muy superior a ciudades donde los antivacunas fueron muy poco activos.

Finalmente la vacuna se impuso y la viruela quedó totalmente erradicada del planeta en los años 70 del siglo pasado.

Por cierto, el argumento que emplearon los antivacunas de la viruela fue que como se utilizaba un virus procedente de las vacas, los vacunados terminarían desarrollando caracteres vacunos (cuernos, rabos…).

¿No les recuerda a quienes decían que inyectar una vacuna de ARN haría cambiar nuestro genoma, o que nos volvería magnéticos, o que nos insertarían un chip?