Mientras las distintas Comunidades Autónomas se disponen a vacunar contra la Covid-19 a los niños entre 5 y 11 años, algunas de ellas desde mañana mismo, hay padres, demasiados, que muestran sus dudas y se hacen las siguientes preguntas:

– ¿Debo vacunar, o no, a mis hijos?

– ¿A que riesgos los expondré?

– ¿Que podría pasar si no los vacunamos?

Parece un tema de la máxima actualidad, pero en realidad se trata de una historia muy vieja. Una historia con más de 200 años.

Entender las dudas de las vacunas viajando en el tiempo

Para entender bien la situación debemos realizar un viaje mental en el tiempo hasta el inicio del siglo XIX en Inglaterra.

Nuestro objetivo es conocer a Edward Jenner, un hombre del que muchas sociedades científicas y médicas afirman rotundamente que “El trabajo de Edward Jenner ha salvado más vidas que el trabajo de cualquier otro hombre”.

Por aquel entonces Edward Jenner era un prestigioso científico que años atrás había sido elegido miembro de la Royal Society de Londres (la sociedad científica más importante del mundo) por sus brillantes trabajos sobre las adaptaciones anatómicas de los polluelos de cuco. Esos pájaros que depositan sus huevos en nidos de otras especies para que sean incubados y alimentados por sus hospedadores y que cuando nacen arrojan del nido a los hijos verdaderos de quienes terminan criándolos.

Como buena parte de los científicos de su tiempo Edward Jenner estaba muy preocupado por la viruela.

La viruela a principios del siglo XIX

Muy probablemente la viruela fue la enfermedad infecciosa que mató a más seres humanos a lo largo de la historia y la enfermedad que produjo la mayor mortalidad infantil entre los humanos.

Conviene situarse en lo que era la vida en esa época.

Por aquel entonces las mujeres tenían muchos hijos. Empezaban muy jóvenes y si ellas mismas no morían pronto, terminaban teniendo más de 10 o 12 hijos.

Pero lo normal es que de toda esa ingente prole tan solo 2 o 3 alcanzasen la edad adulta. La gran mayoría de ellos moría en los primeros años de vida.

Aún hoy en día impresiona leer las reflexiones que dejaron por escrito varios de los miembros más relevantes de la nación que era la principal potencia del mundo.

Incluso los más privilegiados patricios, que vivían en las mejores condiciones posibles, se consideraban muy afortunados si a lo largo de sus vidas solo tenían que enterrar a 3 o 4 de sus vástagos, considerándose privilegiados si lograban que 3 hijos les sobrevivieran.

Por más cuidados y atenciones que les dedicasen, buena parte de los niños morían muy pronto. Y lo hacían como consecuencia de enfermedades infecciosas como la viruela, la difteria o la poliomielitis.

Edward Jenner y su estudio de la viruela de las vacas

A principios del XIX Edward Jenner llevaba muchos años estudiando la viruela. Su enfoque resultó extraordinariamente ingenioso. Trabajó con un modelo animal, estudiando una enfermedad muy parecida a la viruela humana: la viruela de las vacas.

Había observado que las vacas contagiadas transmitían la viruela bobina a quienes las ordeñaban.

Sin embargo, la viruela bobina no era una enfermedad grave para los seres humanos.

Los afectados padecían una ligera febrícula y desarrollaban unas pocas pústulas generalmente en las manos. Pero la enfermedad remitía por sí sola en pocos días.

Tras cuidadosas observaciones Jenner comprobó un hecho esencial:

– Ninguna persona que se contagiaba con la viruela bobina padecía la mortal viruela humana.

Entonces realizó el experimento gracias al cual miles de millones de seres humanos le debemos la vida.

Ya en 1796 la liaron los antivacunas

El 14 de mayo de 1796 Edward Jenner inoculó con viruela bobina al niño de 8 años, James Pjipps.

A él siguieron muchos otros. Y todos fueron inmunes a la viruela humana.

Al tratamiento de inoculación se le llamo vacuna, porque venía de las vacas. Parecía una excelente noticia.

Pero cuando Edward Jenner anunció la cura de la peor enfermedad que había padecido la humanidad, de inmediato chocó con la oposición del primer movimiento antivacunas.

En 1802 James Gillray, un célebre caricaturista inglés, empezó a pintar caricaturas de Edward Jenner vacunando a la gente que de inmediato empezaba a desarrollar características bobinas (cuernos, rabo, enormes ubres…)

Mucha gente creyó que las caricaturas de Gillray representaban fielmente la realidad y que nada más vacunarte empezabas a desarrollar apéndices vacunos.

Algunos periódicos dieron amplia cobertura a los antivacunas y la noticia de miles de personas recién vacunadas a medio camino de convertirse en vacas circuló por el país.

Para desmontar estas falacias, en 1803 las mentes más brillantes del imperio fundaron la Sociedad Jenneriana de Londres con el objetivo de promover la vacunación masiva de la humanidad para erradicar la viruela.

Siglo y medio más tarde la vacunación masiva contra la viruela acabaría con tan terrible enfermedad en todo el mundo, llevando al virus de la viruela a la extinción.

La historia se repite

Pero durante mucho tiempo los partidarios de la vacuna sufrieron estrepitosas derrotas contra el primer movimiento antivacunas del mundo.

Durante nada menos que cuatro décadas consiguieron retrasar la vacunación masiva de la viruela debido al miedo irracional, totalmente infundado, de que la vacuna desatase una proliferación incontrolada de ubres, rabo y cuernos.

Puede parecer gracioso, pero semejante ignorancia produjo millones y millones de muertos.

Y por increíble que parezca las fraudulentas caricaturas de James Gillray fueron el argumento más sólido de los antivacunas, que nunca cuestionaron su autenticidad.

Es triste, pero la historia se repite.

¿Qué desconocen los antivacunas y es imprescindible conocer?

Hoy en día las caricaturas de James Gillray están siendo sustituidas por otro tipo de falacias, que los antivacunas difunden con gran éxito a través de internet.

Unas falacias que tienen el mismo fundamento científico que la posibilidad de transformarte en vaca si te vacunas contra la viruela.

Así, uno de los argumentos que manejan los antivacunas es que las vacunas de ARN están poco probadas y que nadie sabe a ciencia cierta lo que puede ocurrir con ellas a largo plazo. Sobre todo en los niños.

En realidad, quienes piensan esto simplemente demuestran su ingente desconocimiento de los aspectos más elementales de la biología molecular.

Y por eso al final de este artículo intentaremos explicar de una manera sencilla:

– Cmo funcionan las vacunas.

– Cómo se consigue que generemos anticuerpos sin que haya entrado el virus

– Y cómo el ARN mensajero se degrada y desaparece de nuestros cuerpo en muy poquitos días, después de hacer su trabajo.

Otra de las críticas: ¿por qué poner a niños vacunas para ancianos?

Es otra de las preocupaciones/críticas de los padres contra estas vacunas.

Como han visto que primero se empezó a vacunar a los ancianos se plantean:

¿Estarán estas vacunas lo suficientemente bien diseñadas para los más pequeños?

Pero si hacemos memoria de nuestra vida recordaremos enseguida que la mayoría de las vacunas nos las pusieron de bebés y en la infancia.

Esto es así porque muchas de las enfermedades infecciosas nos afectan de muy jóvenes. Era el caso, por ejemplo, de la viruela.

Por eso el dicho de “A la vejez viruelas” es sinónimo de un gran infortunio, porque era extremadamente raro que la viruela afectase a los viejos.

La difteria, la tos ferina, el sarampión, y un largo etc. son enfermedades típicas de los niños y por eso hay que vacunarlos lo más rápido posible para que se inmunicen antes de que puedan sufrir la enfermedad.

Pero en este sentido la Covid-19 es un tanto anómala, ya que mata principalmente a ancianos.

Por eso, como los recursos son limitados, lo primero que se intentó fue conseguir vacunas para los más vulnerables, que en este caso eran los ancianos.

En realidad el problema con la vacuna de la covid-19 es distinto al de la mayoría de las otras vacunas.

Se sabe que las vacunas funcionan bien en niños, que tienen un excelente sistema inmune. Pero el problema era saber si la vacuna funcionaría bien en el debilitado sistema inmune de los ancianos.

Al final la vacuna funciona razonablemente bien en la mayoría de los ancianos. Pero la dosis que necesitan es mucho más alta que la que necesita un niño.

¿Por qué vacunar a los niños si casi no les afecta la enfermedad?

Otra pregunta que cabe plantearse es justamente ésta: ¿Por qué vacunar a los niños si casi siempre padecen una Covid-19 muy benigna?

Y es cierto que casi siempre consiguen derrotar al coronavirus los jóvenes sistemas inmunes de los niños.

Pero no siempre.

Hay casos de niños que acaban internados en hospitales. Unos pocos mueren.

Y en este panorama las vacunas salvarán vidas y evitarán internamientos hospitalarios de niños.

Además, en esta ola los niños están teniendo un importante papel diseminando el virus al contagiar a otros niños y a muchos de los adultos que con ellos conviven.

Aunque las actuales vacunas no sean totalmente esterilizantes (y por eso podemos infectarnos, aunque estemos vacunados) vacunarlos también ayudará mucho a reducir esta cadena de contagios.

Los seres humanos funcionamos siguiendo el principio fundamental de la biología molecular.

Vamos a intentar explicarlo, aunque sin profundizar en exceso para que se comprensible.

Simplificando al máximo diremos que nuestra información genética (el equivalente en ingeniería a nuestros planos) se almacena en el ADN que se encuentra dentro de los núcleos de nuestras células.

Para tener la seguridad de que esta información genética nunca se pierde ni se estropea, el ADN es una molécula de vida larga que tiene 2 cadenas complementarias, y una de ellas puede servir de molde para copiar la otra.

Además, por si esa seguridad no fuera suficiente, todavía tenemos otro mecanismo de seguridad: nuestras células tienen su ADN por duplicado (hay 2 copias de cada gen).

Así funciona el ARN mensajero

Hay determinados momentos en los que ciertas partes de este ADN sirven como molde para copiar un ARN que saldrá del núcleo llevando instrucciones concretas. Es el ARN mensajero, base de las nuevas vacunas contra la Covid-19.

En el caso de estas vacunas, el ARN sale del núcleo para llevar las instrucciones necesarias para producir determinadas proteínas.

Y cuando llegan al citoplasma (la parte de las células que rodea el núcleo), los ribosomas se ponen a hacer su trabajo y fabrican proteínas con las instrucciones precisas que les ha transportado ese ARN mensajero.

Lo que ocurre es que esos ARN tienen una vida tan corta que al poco tiempo se degradan.

Y para que la maquinaria siga funcionando tienen que ser sustituidos por nuevos ARNs que salen desde el núcleo.

¿Qué hacen las vacunas?

A grandes rasgos lo que hacemos con las vacunas de ARN es construir en el laboratorio un ARN que tiene la información necesaria para fabricar varias de las proteínas del coronavirus.

Al inyectarnos la vacuna nos meten millones de estas moléculas de ARN que entran en nuestras células. Y la consecuencia es que los ribosomas se ponen a fabricar proteínas del coronavirus (aunque realmente no tenemos coronavirus dentro de nuestro organismo).

Son proteínas del coronavirus que no nos hacen daño, porque no se trata del coronavirus entero, aunque desencadenan lo mismo:

– Porque esas proteínas del coronavirus recién fabricadas son extrañas para nuestro cuerpo. Y como no las tenemos en nuestro ADN, entonces nuestro sistema inmune detecta que no son nuestras y empieza a fabricar anticuerpos para destruirlas.

Luego, en unos pocos días, el ARN con la información de las proteínas del coronavirus que nos han inyectado en la vacuna, se degrada.

Y desde ese momento ya no producimos más proteínas virales y pronto ya no fabricamos más anticuerpos contra el coronavirus.

Pero los anticuerpos contra las proteínas del SARS-CoV-2 se mantienen en nuestra sangre. Y si entran coronavirus, los anticuerpos atacan a sus proteínas y neutralizan la infección.

Al cabo de 6 meses o algo más, los niveles de anticuerpos bajan.

Por eso tienen que ponernos una segunda dosis.

Y al cabo del tiempo es necesaria una tercera…

Y si seguimos siendo incapaces de extinguir al SARS-CoV-2 veremos cómo nos tendrán que poner una 4ª dosis, una 5ª y las que vengan.

¿Tenemos más mecanismos de defensa?

Por suerte los mecanismos de defensa son un poco más sofisticados, y además de esta respuesta inmediata de anticuerpos también tenemos un mecanismo de inmunidad celular.

Nuestro sistema inmune puede recordar cómo eran esas proteínas de coronavirus y ante un contagio podría volver a fabricar nuevos anticuerpos relativamente rápido.

Por eso quienes se preocupan porque creen que los efectos a largo plazo de las vacunas en los niños no están suficientemente estudiados, pueden estar totalmente tranquilos.

A los pocos días de introducirles el ARN de la vacuna no queda ni el menor rastro en nuestro cuerpo.