Los dioses de la Odisea traman desgracias para que las generaciones tengan algo que contar a las siguientes. Quienes no hemos vivido la Segunda Guerra Mundial ni la Guerra Civil y estamos en este momento a cargo de la sociedad podremos contar a nuestros nietos que sobrevivimos una pandemia.

Un virus, se ha dicho, es un conjunto de malas noticias envueltas en una proteína. Y, fiel a la definición, el covid-19 ha llenado los titulares de todos los medios de comunicación durante más de dos años. Desde un punto de vista médico, las malas noticias suelen ser peores si la persona infectada tiene un sistema inmune con la guardia baja.

Ese es el caso de los pacientes con cáncer. Las infecciones en estos pacientes requieren una atención especial y, en ocasiones, tratamientos más intensos que los administrados a personas que gozan de buena salud general.

El covid-19 ha sobrepasado ya los 300 millones de casos y los cinco millones de muertos. La última variante, llamada ómicron –nombre que hubiese agradado a Lovecraft– ha conseguido que el coronavirus sea el virus más veloz en dar la vuelta al mundo. En unos días más, el 50 por ciento de los ciudadanos europeos estarán infectados. Según Fauci, el científico responsable del control de la pandemia en Estados Unidos, el coronavirus terminará infectándonos a todos.

La medicina utiliza venenos para curar

Niños, adultos y, sobre todo, ancianos han enfermado y fallecido debido a la terrible infección por este virus, que se sigue en ocasiones de una respuesta inmune contraproducente.

Y en algunos casos, ha sido la combinación de los dos fenómenos –infección directa y reacción inmune desaforada– la responsable de complicaciones mortales. Si el gusto de la manzana no está ni en la fruta por sí sola ni en quien la prueba, sino en la suma de los dos factores, lo mismo ocurre con el efecto de un virus. Que no se encuentra en el virus solamente, sino también en cómo responde el paciente a la infección.

Etimológicamente, virus tiene su raíz en el latín, lengua en la que significa veneno. Y ese antiguo significado tiene implicaciones médicas: la medicina utiliza venenos para curar. Muchos medicamentos pueden matarnos si son utilizados en dosis mayores de las prescritas.

Entre los venenos más comunes y eficaces se encuentran el digital, utilizado para tratar a pacientes con enfermedades del corazón; los venenos de serpiente, que evitan trombos al impedir que la sangre coagule fácilmente; y la toxina más letal jamás aislada, el botulismo, indicada en trastornos neuromusculares y que también se emplea (o tempora, o mores) con fines estéticos.

El doble filo de las terapias oncológicas

El doble filo de las terapias es también evidente en las salas de oncología. Ni la quimioterapia ni la radioterapia, desgraciadamente, están exentas de toxicidad. Y esta nota de cautela sobre los efectos secundarios adversos de los tratamientos clásicos del cáncer es válida también para los tratamientos más recientes, incluyendo las modernas modalidades de la inmunoterapia como los anticuerpos contra los checkpoints o las células T con receptores quiméricos o CAR-T cells.

Desde hace más de un cuarto de siglo, mi laboratorio y el de mi mujer se han interesado en la posible utilización de virus para el tratamiento de los tumores de cerebro.

Hay numerosos casos en la literatura en los que la infección por un virus de un paciente ocasionó la inesperada mejoría de su cáncer. En uno de los primeros casos publicados, la inyección de la vacuna de la rabia a una mujer con cáncer de útero destruyó el tumor. Y esto hizo que un médico italiano viajase por la Toscana inyectando la vacuna de la rabia a mujeres, incluyendo trabajadoras del sexo, que sufrían este tipo de cáncer. En otros casos, por citar solo unos pocos ejemplos más, niños con linfomas y leucemias mejoraron mientras pasaban el sarampión o la gripe.

Cuatro casos de mejoría del cáncer relatados en revistas científicas

Durante esta pandemia, también se ha observado este fenómeno. Un informe publicado en el “British Journal of Hematology” el año pasado contó el caso de un paciente inglés de 61 años con linfoma de Hodgkin que experimentó una considerable mejoría después de una infección por el coronavirus SARS-CoV-2.

A pesar de su edad, el efecto del virus fue tan remarcable que el paciente fue dado de alta con el cáncer en remisión. Y, además, sin necesitar ni quimio ni inmunoterapia. Y este paciente no fue el único.

Según un informe publicado en la revista “Hematology, Transfusion and Cell Therapy”, una mujer de 81 años con un raro caso de linfoma también experimentó una gran mejoría de su dolencia cuando se infectó con el coronavirus.

Un tercer caso clínico publicado en el “European Journal of Nuclear Medicine and Molecular Imaging” relata la historia de un paciente de 61 años afectado de linfoma folicular que sufrió una neumonía bilateral debida a la infección por coronavirus. Durante la infección por covid-19, su cáncer mostró una remisión completa.

En otro artículo, publicado en “Acta Biomedica”, se informó de que un hombre de 20 años que sufría de un linfoma refractario al tratamiento tuvo una remisión transitoria del cáncer durante la infección por el coronavirus, y el linfoma volvió a dar clínica una vez el enfermo superó la infección.

En todos estos casos, se hace difícil argumentar que el virus infectó y aniquiló, una a una, todas las células de estos tumores. Más factible parece la hipótesis que postula que, durante la infección por el virus, el sistema inmune del paciente se despertó y “descubrió” el cáncer, que hasta aquel momento había permanecido invisible para la inmunidad. La respuesta inmune, una vez activada, atacó probablemente al virus y al tumor.

El poder de la viroterapia

Estos casos, aunque sean excepcionales, demuestran el poder de la viroterapia para mejorar el pronóstico de pacientes con cáncer. Queda mucho por hacer para que casos anecdóticos como los de estos pacientes se conviertan en rutina en los hospitales. Pero el efecto tan inesperado como beneficioso del coronavirus ilustra bien lo complicado que es hablar de virus sin matices.

Vivimos envueltos en una niebla de virus que algunos llaman “virosfera” y que ha dado lugar a que el periodista americano Carl Zimmer haya definido la Tierra como el planeta de los virus.

Billones y billones de virus pueblan piel e intestinos. Y genes virales se han establecido en nuestro genoma e incluso en nuestro cerebro, donde cumplen funciones esenciales para nuestra supervivencia.

El papel de los virus en la evolución de los animales, incluyendo al ser humano, por ejemplo, refleja que hay un lado bueno en estos fragmentos de ácido nucleico, y que no siempre son carteros de noticias alarmantes y trágicas.

Nuevas vacunas, diseñadas de un modo diferente (las que tenemos no previenen la infección y su efecto es muy transitorio), que tratan de adiestrar a las células del sistema inmune, y nuevos tratamientos contra el coronavirus pondrán fin a esta pandemia. Pero eso no quiere decir que quienes se esfuerzan en investigar nuevos tratamientos para el cáncer no vayan a seguir hablando de los virus. Aunque sea bien.