Ola de calor

Resiliencia para hacer frente a la era de las olas de calor

La semana en que se confirma que 2022 fue el segundo año más cálido de la historia en Europa, España vive un inusitado bochorno que invita a mejorar la prevención

Una joven se refresca en pleno episodio de ola de calor.

Una joven se refresca en pleno episodio de ola de calor. / EFE

Heriberto Araújo

Por una vez, los tiempos de la ciencia y los del clima parecen haberse aliado para arrinconar a los negacionistas climáticos. La misma semana en la que Copernicus -el programa de observación de la Tierra de la Unión Europea- publicaba su informe anual sobre el estado del clima en Europa y confirmaba que 2022 fue el segundo más cálido en el Viejo Continente desde que hay registros, una masa de aire seco y tórrido se instaló en España.

En decenas de municipios de la mitad sur peninsular han superado los 30 grados. En el valle del Guadalquivir, por ejemplo, han llegado a los 36 grados. Son "temperaturas excepcionalmente altas para la época del año", aseguró en un comunicado publicado el miércoles la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET).

Calentamiento global

En este contexto es difícil leer las conclusiones de Copernicus y no sentir cierto vértigo ante las múltiples evidencias de que el calentamiento global está modificando rápida y radicalmente el clima en Europa, con particular énfasis en el Mediterráneo.

El informe presenta mapas conceptuales donde los científicos localizan eventos climáticos extremos que marcaron 2022, como la sequía, las oleadas de calor terrestres y marinas, los incendios y las lluvias torrenciales. 

España no se ha salvado de nada. En la península Ibérica es particularmente alarmante la expansión de los incendios forestales de gran volumen (más de 5.000 hectáreas), lo que obliga a replantear las estrategias de combate al fuego y equiparar los recursos disponibles al desafío que suponen bosques descuidados y sometidos a un gran estrés hídrico por la escasez de precipitaciones. "Se estima que más de 900.000 hectáreas ardieron en los países de la UE", se lee en el informe, que sitúa este dato como el segundo mayor desde que hay registros.

Si se puede extraer algo positivo de las mediciones científicas es que dos de los principales aliados para reducir nuestro consumo de combustibles fósiles (principal causante del calentamiento global) gozan de una salud envidiable. Se trata del sol y del viento. Los datos de Copernicus indican que la media de la velocidad de los vientos que recorrieron Europa en 2022 estuvo en la línea de los últimos 30 años, mientras la región experimentó "su mayor cantidad de radiación solar superficial" en cuatro décadas. Estos datos confirman de nuevo el gran potencial que tienen las energías renovables para países como España.

Riesgos para la salud

Las oleadas de calor multiplican los riesgos para la salud, como atestiguan los urgenciólogos. La medicina ya ha determinado que existe una relación entre el calor extremo y los ataques cardiovasculares y las dificultades respiratorias, sobre todo entre la tercera edad.

Pero todavía quedan muchas incógnitas, por ejemplo, en lo referente a la salud mental de los grupos socioeconómicos más desfavorecidas y que padecen pobreza energética. Ante la incapacidad de sufragar el coste del aire acondicionado, esos domicilios se ven sometidos a días y semanas de altas temperaturas diurnas y nocturnas. Por eso, disponer de refugios climáticos de proximidad es tan importante.

La medicina ya ha determinado que existe una relación entre el calor extremo y los ataques cardiovasculares y las dificultades respiratorias, sobre todo entre la tercera edad

Científicos españoles publicaron hace unas semanas una investigación en la que, cruzando datos de mortalidad en mayores de 65 años, concluían que hay diferencias en la capacidad de resiliencia de la población anciana. Contrariamente a lo que se creía, apuntan los investigadores, la mayoría del Instituto de Salud Carlos III, los mayores de 65 que viven en áreas no urbanas son más vulnerables al calor que los urbanitas. También observaron una mayor adaptabilidad en la población residente en zonas donde las altas temperaturas son históricamente superiores, como en Murcia o en Sevilla.

Calles entoldadas

Precisamente en la capital andaluza las autoridades tomaron hace dos semanas la acertada decisión de adelantar la instalación de toldos o velas en las calles, que antes empezaba en mayo, para proteger a la población del calor en plena Feria de Abril.

Nada que ver, por cierto, con la irresponsabilidad de las autoridades de la India. En el que pronto será el país más poblado del planeta todavía sigue causando indignación la muerte de 13 personas durante un masivo acto gubernamental celebrado cerca de Bombay, en pleno día y en un descampado sin apenas sombra para los asistentes, pese a que la región sufría una intensa ola de calor. La noticia ha dado la vuelta al mundo y ha sido publicada incluso por el New York Times, que cuestiona el rol de las autoridades políticas que lo organizaron.

Otro estudio, también reciente y con participación de investigadores españoles, indica el camino para construir resiliencia en nuestras recalentadas ciudades. El informe, que usa datos comparativos de casi un centenar de urbes europeas, concluye que los árboles son un aliado fundamental.

Así, instan a que las urbes cubran un 30 por ciento de sus superficies con masa arbórea y, si es posible, lo hagan de forma distribuida. Gracias a la protección que proporcionan las frondosas copas se puede llegar a reducir en 0.4 grados la temperatura media de la ciudad. España sigue teniendo, respecto a los países del norte, una asignatura pendiente, según el informe, que señala a Barcelona, Murcia y Palma como algunas de las ciudades que prevendrían numerosas muertes si expandieran sus zonas arbóreas.

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