No aparenta ochenta años la voz que suena al otro lado del teléfono. Un tono poderoso que agradece la llamada y que antes de hablar sobre él y aquella hazaña que abrió el camino de las olimpiadas a los canarios, quiere conversar del presente de un deporte al que ha dedicado toda su vida, la natación. "¿Has visto lo que está haciendo Phelps?", dice casi incrédulo.

Y se pasan los primero minutos comentando los triunfos del nadador norteamericano en Pekín. Intercala sus conocimientos técnicos con la admiración por los deportistas modernos y las posibilidades que tienen para mejorar sus marcas. "Poder nadar siete u ocho horas al día, con entrenadores, becas, estudios?" comenta con un entusiasmo que transmite con fuerza a través del teléfono. Piensa en su época, sesenta años atrás, y en lo que él hubiera logrado de tener las posibilidades que se abren ahora para practicar deporte.

Es Manuel Guerra, el primer canario, junto a los tinerfeños Francisco Calamita y Jesús Domínguez, ambos fallecidos, en acudir a unas Olimpiadas. Manuel Guerra nació hace ochenta años en Las Palmas de Gran Canaria. Como él dice, "siempre me llamó el agua" y lo más próximo que tenía era la playa de Las Alcaravaneras. Sus hermanos le enseñaron a nadar pero ese mar no era lo que buscaba. Sin cumplir aún diez años subió por una enorme roca que separaba la playa de la única piscina existente en la Isla. Era la que había construido para sus huéspedes el antiguo Hotel Metropole. Allí encontró lo que necesitaba. Se coló casi a diario en aquella diminuta pileta de apenas 20 metros de largo, "cuando los turistas alojados allí se iban a cenar, a eso de las cinco", comenta divertido.

Fue tanto su interés y las veces que subió por aquella barrera, que los directivos del Club Natación Metropole, fundado en esa misma piscina diez años antes, le dijeron que dejara de trepar la piedra y entrara por la puerta principal del hotel. Fue su primer triunfo y el paso decisivo para convertirlo en uno de los mejores nadadores de la historia de Canarias. Con 14 años se convirtió en Campeón de España, "con pantalón corto aún" dice entre risas. Fue la primera de las más de 30 veces que se coronó como mejor nadador de este país en todo tipo de modalidades. Batir marcas nacionales era una de sus metas y en uno de esos intentos, en la piscina del Náutico de Tenerife, logró bajar del minuto en 100 metros libres.

Aquel tiempo, sorprendente para la época en España, le dio billete para las Olimpiadas de Londres del año siguiente, en 1948. Ese récord supuso, además, que el alcalde en aquellos años de Las Palmas de Gran Canaria, Francisco González, decidiera construir una piscina donde Manuel Guerra pudiera batir sus marcas sin viajar a Tenerife. Fue el impulso que dio vida al Julio Navarro, con una primera pileta de 33 metros de largo.

Pero más que ese logro, ser el motivo de la construcción de la primera piscina pública de la capital, lo que hace brillar sus ojos es el recuerdo de los Juegos. "Ver la llama olímpica pasar ante mí, en aquel inmenso estadio, rodeado de los mejores deportistas del mundo? no puedo expresar lo que supuso", dice buscando palabras y perdiendo su mirada hacia aquel viejo y ya inexistente estadio de Wembley donde fue la ceremonia inaugural.

España, que tan sólo logró una medalla de plata en salto de hípica, presentó a 63 deportistas y, por primera vez, incluía en su equipo a unos canarios. De los 48 nadadores que compitieron, Manuel Guerra quedó en decimotercera posición, todo un logro para aquel canario que se extrañó ante el oleaje que se producía en una piscina de enormes paredes. Salir por la séptima calle, una de las más próxima a esas paredes hizo, como el dice "que fuera incapaz de coordinar mis movimientos" y de alcanzar los tiempos que lograba en las Islas. Pero allí estaba él, junto a Francisco Calamita y Jesús Domínguez, compartiendo piscina con Walter Riis, ganador de dos medallas de oro en esos juegos, o Alan Ford, el primer ser humano que bajó de los cincuenta segundos en los cien metros libres.

Era un premio que superaba cualquier expectativa para aquellos veinteañeros llegados del desconocido y alejado Archipiélago canario. Acabada la competición pudo ver entonces el Londres de posguerra. Una capital que se despertaba aún de los efectos de la contienda, con cartillas de racionamiento, edificios derruidos por los bombardeos, sin apenas dinero para invertir en los Juegos. La villa olímpica, construida con barracones militares, fue de las pocas infraestructuras realizadas para aquellas Olimpiadas, las mismas que apenas tres años después de acabada la II Guerra Mundial, demostraron al mundo que el espíritu Olímpico también sobrevivió al mayor desastre bélico de la historia humana.

Manuel Guerra acabó así su primera y única presencia en unos Juegos Olímpicos. España no presentó equipo de natación en las siguientes Olimpiadas de Helsinki en 1952 y repetir aquel sueño ya fue imposible. Ahora le queda otra ilusión, una idea que recorre su mente cada día, cada vez que entra en la piscina municipal de San Fernando de Maspalomas: volver a Londres para los Olimpiadas de 2012. Pasear de nuevo por aquellos lugares, muchos inexistentes ya, donde hace ahora sesenta años dejó la primera señal canaria en el Olimpo de los deportes. "Pero lo veo difícil, muy difícil, casi imposible", dice mientras realiza su "terapia de mantenimiento", más de dos mil metros de natación diaria. Uno piensa, mientras lo ve entrar en la piscina, que con la vitalidad que trasmite, ese sueño es más que posible, es casi seguro.

Mientras, Manuel Guerra sigue nadando. Como ha hecho desde que recuerda, metro a metro, día tras día, acercándose en su particular carrera contra el tiempo a ese sueño de acudir a Londres 2012. Recordando seguro, aquel otro día, en otra piscina a miles de kilómetros, que por primera vez vio nadar a un canario en unos Juegos Olímpicos.