El lunes 3 de agosto de 1992 está enmarcado en la historia del deporte femenino canario, por la gesta lograda ese día por la regatista Patricia Guerra Cabrera (Las Palmas de Gran Canaria, 21 de julio de 1965), al convertirse en la primera mujer del Archipiélago -y de momento la única- en conquistar una medalla de oro en unos Juegos Olímpicos, los de Barcelona, junto a la malagueña Theresa Zabell en la clase 470. Ese éxito se mantendrá al menos durante dos décadas, hasta la próxima Olimpiada de Londres 2012, si bien las nadadoras grancanarias de sincronizada Paola Tirados y Thaïs Henríquez estuvieron, con sus medallas de plata en Pekín 2008, muy cerca de igualarla.

Con 181 centímetros de estatura, Patricia Guerra pudo ser una destacada baloncestista (jugaba de pívot) o atleta (fue saltadora de altura y corredora de 100 metros vallas y relevos), deportes que practicó con la desaparecida entrenadora Petri Hernández y su esposo César en el colegio Teresiano, y que compatibilizaba con la vela, hasta que hoy su difunto padre, Juan Guerra, le dijo que debía decidirse por una disciplina, pues las tres a la vez le restaban muchas horas diarias.

¿Por qué decidió decantarse por la vela?

Porque gracias a este deporte estaba entretenida los fines de semana y acentuaba la relación con mis primos y amigos en el Real Club Náutico de Gran Canaria, que está a muy pocos metros de donde yo vivía, en las Alcaravaneras.

Lo cierto es que la elección no pudo resultar más acertada.

Pues sí, aunque debo resaltar el apoyo económico que me prestaron mis padres en mis inicios en la vela, y tampoco me he olvidado de que, pese a estar encuadrada en la élite española de este deporte en Barcelona, nos dábamos 'palizas' de hasta 3.000 kilómetros por carretera para competir en otros países, llevando el barco en el remolque del coche.

En 1988 disfruta de su primera experiencia olímpica, en Seúl, junto a la también grancanaria Adelina 'Mimi' González. ¿Qué recuerda de aquellos Juegos?

Allí fuimos décimas en la clasificación final de 470. Me habría encantado lograr un puesto mejor con 'Mimi' González, porque es una de mis mejores amigas, que hoy realiza una gran labor como docente en el departamento de Vela de la Facultad de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. 'Mimi' se retiró tras participar en Seúl para darle prioridad a su vida personal, y yo seguí.

Cuatro años más tarde le llegó el éxito, junto a la malagueña Theresa Zabell.

Y eso que el primer día de competición nos descalificaron por un fuera de línea. Al descartarse la peor de las regatas, el resto de pruebas no podíamos permitirnos un fallo más si queríamos ganar.

¿Qué representó ganar esa medalla, la primera y de momento única de oro que ha conseguido una deportista canaria?

Supuso poner fin a muchísima tensión acumulada. En la Olimpiada de Barcelona, de hecho, no disfruté de ningún otro deporte, al estar centrada y concentrada entre la competición y la Villa Olímpica, y además, lejos de la presumible ventaja de navegar 'en casa', que en realidad no es así, ya que las demás tripulaciones conocen también con antelación el campo de regatas, tuve que soportar una gran e inusual presión mediática. En cualquier caso, conservo como un momento especialmente emotivo la ceremonia de entrega de medallas -realizada por Carlos Ferrer Salat, que fuera presidente del Comité Olímpico Español, en presencia de la reina doña Sofía y la infanta Cristina de Borbón-, aunque no derramé ni una lágrima. La entrega de medallas supuso un momento de relajamiento y disfrute de lo que habíamos conseguido, y también recuerdo -lo que hace entre risas- que mi padre estaba allí (junto al resto de familiares), grabando todo en vídeo.

¿Qué porcentaje de ese oro correspondió a Theresa Zabell y a usted?

Creo que un sesenta por ciento fue para la patrona (Zabell) y el 40% restante me correspondió a mí como tripulante. Tampoco puedo olvidarme de nuestro entrenador, Toni Ripoll, ni de Jordi Calafat -también medallista de oro con Francisco Sánchez en el 470 masculino-, con el que compartí duros entrenamientos. Theresa y yo tuvimos una recompensa que considero justa, y posteriormente, dos años después participar en Barcelona, me retiré de la alta competición, al no encontrarme ya motivada.

Hoy día está desvinculada de la vela y tampoco ejerce su carrera de Derecho.

Bueno, yo estoy casada con Robert Hopkins -un norteamericano que ha participado en cinco ediciones de la Copa América como regatista y entrenador-, y navegamos de vez en cuando, y también a menudo hablamos muy gustosamente en casa de vela, porque este deporte nos ha aportado bastante a ambos, ya que con la vela hemos recorrido el mundo y hemos hecho muchos amigos. Yo adquirí un bagaje de conocimientos gracias a la vela que quizás no aporta el día a día a quien realiza una vida 'normal'. Hoy estoy ocupada con nuestros tres hijos -Carlota, de 7 años, y los gemelos Ian y Gabriel, de 4-, y desearía que practicasen un deporte, y si es la vela, mucho mejor.