Puede que los 322.832 canarios que votaron presidente a Juan Fernando López Aguilar en 2007 anden aún preguntándose por qué aquel líder socialista en el que depositaron un caudal de confianza nunca visto en unas elecciones autonómicas abandonó precipitadamente la política canaria para regresar a Madrid e instalarse más tarde entre Bruselas y Estrasburgo. López Aguilar (casado, dos hijos) nació en la capital grancanaria hace 51 años y es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, el más joven hasta entonces en obtener cátedra, cualquiera que fuera la disciplina.

El actual presidente de la Comisión de Libertades y Justicia de la Eurocámara siempre se sintió escogido, o mejor, obligado, para la política y el liderazgo. Cuando era apenas un adolescente ya capitaneaba a sus compañeros para montar, por ejemplo, una desarmada y pacífica huelga de alumnos en un colegio de curas, con mitin del líder subido a un banco de piedra en la plazoleta de Perojo. Era 1977 y aquel chico parecía disfrutar con la agitada vida española de la predemocracia.

El becario López Aguilar estudió precisamente Derecho porque parecía la vía más convencional para acabar en política. Ningún otro canario docto en leyes presenta una carrera académica equiparable a la suya: Premio Extraordinario al acabar sus estudios en Granada, Doctor por la Universidad de Bolonia (también con Premio Extraordinario), Master en Derecho y Diplomacia por la Fletcher School of Law de la Universidad Tuf de Boston, Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología por la Complutense, profesor invitado en universidades de medio mundo y consultor constitucionalista durante seis años del Consejo de Europa. Habla cinco idiomas. Son sólo algunas pocas anotaciones.

Un currículo así no se le podía escapar a Jerónimo Saavedra, su primer mentor político, y con el que hoy ni se habla tras su paso por la secretaría general del PSC. Cuando fue elegido diputado por Las Palmas en 2000 ya conocía ampliamente las tripas ministeriales de varios gobiernos de Felipe González, en ocasiones de la mano del propio Saavedra.

Por aquellos años, incluso antes, en 1997, cuando el 34 congreso del PSOE colocó al incombustible Almunia al frente del partido, López Aguilar ya había trabado su proyecto político al de otro joven diputado socialista, un leonés de nombre José Luis Rodríguez Zapatero. El hoy presidente en funciones conoció Gran Canaria gracias a López Aguilar, que lo condujo en su destartalado coche desde el aeropuerto hasta Hermanos Rogelio para hacer campaña por la secretaría general frente a José Bono.

En el restaurante esperaban al próximo líder del PSOE exactamente doce militantes, sin contar a Zapatero ni a su amigo Juan Fernando. El aparato del PSC había hecho un vacío al candidato de la tercera vía y apostaba obcecadamente por alguien del que sabía con seguridad que no sacudiría las viejas instituciones del partido. Se equivocaron, ganó Zapatero.

En 2004, tras el triunfo que dieron a los socialistas millones de ciudadanos indignados con la lamentable despedida del presidente Aznar, se daba por cierto que el nuevo inquilino de La Moncloa recurriría a López Aguilar para que ocupara una cartera importante. Así fue como se convirtió en ministro de Justicia y notario mayor del Reino (otra vez el más joven, esta vez del Ejecutivo).

La labor del ministro canario fue impresionante. De su despacho salieron 21 leyes, todas aún en vigor, reformó códigos, agilizó el divorcio, puso en fuga a los corruptos y reguló derechos civiles que todos los gobiernos hasta entonces (incluyendo los de González) habían negado a los españoles, caso del matrimonio gay. Salvo los ultraconservadores lo reconocen hoy como un ministro que dio pleno vigor al valor de la ciudadanía.

Sin entusiasmo

Volvió a la política en Canaria sin entusiasmo. Las primarias de 2000 habían dejado en él un primer resabio contra el apparatchik socialista canario. Aceptó disciplinadamente la candidatura a la Presidencia autonómica y más tarde la secretaría general del PSC. Ganó con el mejor resultado en votos obtenido jamás por su partido en el Archipiélago, pero PP y CC tenían decidido con anterioridad cuál sería su fortuna política: la oposición. Hasta tal punto era así que los periodistas rastrearon durante toda la campaña alguna certeza de acuerdo preelectoral entre nacionalistas y populares, a sabiendas de que sus sospechas eran fundadas.

La energía y resolución del candidato socialista contra la corrupción y el enjuague habitual de la política isleña llegó nítida y creíble al elector, que no sabía ni quería dar importancia a sus exageradas generalizaciones. El desenlace de los pactos acabó por desanimarlo y entregó la dirección del PSC a muchos de los que conspiraron contra él desde el mismo momento en el que le auparon al liderazgo. Hay algo de desencanto cuando dice esto: "Tengo una visión muy acabada del partido en Canarias". Y esto otro: "Identifico rápido la incompetencia".

Todo ello hará imposible una vuelta suya a la política isleña. Aunque regresa a su casa grancanaria cada fin de semana después de recorrer miles de kilómetros dentro y fuera del continente, López Aguilar seguirá haciendo política en el centro de Europa, en la alta competición, salvo que dé el improbable paso o se le fuerce a presentar su candidatura a la secretaría general del PSOE y la gane.