¿Qué acciones se entablaron desde el Ministerio de Asuntos Exteriores ante la reivindicación africanista que lideraba Antonio Cubillo en 1978?

En aquel momento estaba el constante conflicto del Sahara con las tensiones entre Argelia y Marruecos, por una parte, y la posición española, por otra. España había firmado los acuerdos de Madrid en 1975 y cuando nosotros llegamos al Gobierno dejamos bien claro que había que poner una fecha para concluir la aplicación del acuerdo y la pusimos para finales de febrero de 1976 y, al mismo tiempo, reconocíamos que aquello debía consumarse con el ejercicio de la libre autodeterminación de la población saharaui. En aquellos momentos Argelia pretendía forzar la posición española amparándose en los movimientos que se habían creado en torno a un grupo muy restringido y pequeño pilotado por Antonio Cubillo, lo que fue aprovechado por Argelia para llevar el tema al Comité de Liberación de la Organización para la Unidad Africana (OUA), que se reunió en Trípoli en 1978.

¿Qué trascendencia tuvieron las resoluciones de la OUA?

Este comité decidió recomendar al consejo de ministros de la OUA que se solicitara al Gobierno español el permiso para que una comisión investigadora de la ONU viajara al Archipiélago canario para informarse de su situación. Cuanto tuve noticia de esto se lo comuniqué al presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, y hablé con el presidente de la Comisión de Exteriores del Congreso, Ignacio Camuñas, y consideramos que el asunto tenía la suficiente gravedad y urgencia como para adoptar con carácter inmediato una estrategia para paralizar el acuerdo en el único órgano relevante de la OUA que podía hacerlo, que era la reunión de los jefes de Estado que iba a celebrarse en el mes de julio.

¿Cuál fue la estrategia ante un asunto tan delicado?

Tuvimos que movilizarnos y hubo una cuestión que era muy importante en aquella época y era el consenso general que había para los temas básicos de política exterior entre el Gobierno y el principal partido de la oposición, el PSOE. Esto nos ayudó mucho y en unión de Camuñas y el presidente del Congreso de los Diputados, Fernando Álvarez de Miranda, se designó a una delegación de la Comisión de Asuntos Exteriores para visitar una serie de países africanos. Por otro lado, yo con dos colaboradores visité otros 20 países en cinco semanas con el respaldo del presidente del Gobierno. La actividad diplomática fue frenética para ver cómo nos movíamos con el fin de poder llegar a una decisión ante la reunión de los jefes de Estado de la OUA.

¿Qué impresión se llevó de las conversaciones con los líderes africanos de entonces?

Las respuestas de los gobiernos fueron desiguales y llegamos al momento final, que fue como una especie de examen porque nos jugábamos mucho. El texto aprobado por el comité de ministros se llevó a la reunión de los jefes de Estado y en el mismo se recogía que las islas que rodeaban al continente formaban parte del mismo y que la ocupación de las mismas por las potencias coloniales era una amenaza para la seguridad de los pueblos africanos y en aquella declaración se mencionaba a Canarias. Después de un amplio debate, se exigía para su aprobación dos tercios de la asamblea, que eran un mínimo de 33 votos de los 49 países que formaban la OUA. Al final hubieron 19 votos en contra, lo que impedía que los promotores de la declaración alcanzaran la cuota mínima. El presidente de Senegal, Leopoldo Senghor, tuvo un papel clave en la cumbre porque antes de la votación recordó a los países que pedían la africanidad de Canarias que no se le había preguntado antes a sus habitantes su opinión sobre esta petición, lo cual era esencial cuando se trataba de pedir la independencia o el cambio de estatus de un territorio.

¿Además de esta actividad diplomática preocupaba al Gobierno que las reivindicaciones soberanistas de Cubillo fructificasen?

En modo alguno porque carecían de sentido. Era una patraña que había urdido Argelia para forzar a España con el fin de que cediéramos en relación con el tema del Sahara. Nosotros éramos partidarios de la autodeterminación del Sahara y yo lo sigo siendo hoy. Para mí fueron muy gratas las reuniones que mantuve en el Archipiélago con todas las fuerzas políticas, donde hubo un acuerdo general de que había que ponerle término a aquella situación. Corrimos un riesgo evidente pero no teníamos más remedio que hacerlo porque entre tantos problemas que había en aquella etapa de la Transición el tema de Canarias era delicado y había que abordarlo con mucha determinación y así lo hicimos.

¿Entonces fue hábil Cubillo al aprovechar la pugna entre Argel y Rabat para introducir la independencia de Canarias?

Evidentemente. Creo que Cubillo fue instrumentalizado por Argelia. Es verdad que ya tenía este tipo de posiciones con anterioridad a 1978 y terminó fundando el Mpaiac. Ese año fue muy importante para el Gobierno porque había muchos problemas en la política exterior y el asunto de Canarias fue para mí absolutamente prioritario. Hasta tal punto lo era que en aquella mañana del 22 de julio, poco antes de la reunión de jefes de Estado de la OUA, escribí una carta al presidente del Gobierno, que no le envié, en la que le decía que si salía mal el tema de Canarias en la OUA yo presentaba mi dimisión. En política hay que asumir la responsabilidad y en la carta presentaba mi dimisión para hacerme responsable si la cumbre terminaba en fracaso para España. Al final la carta la terminé rompiendo y pude iniciar el desarrollo de una política exterior africana, que hasta entonces estaba prácticamente olvidada porque todos los esfuerzos diplomáticos estaban dirigidos hacia Europea e Iberoamérica.

¿Cómo vivió la polémica que rodeó el atentado a Cubillo en Argel?

De este tema no puedo hablar porque no lo conozco. Tampoco conocí personalmente al señor Cubillo y ni siquiera sabía si vivía o no. Lo que sí le puedo hablar es sobre las gestiones que realicé al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores en el año 1978, una etapa de mi vida política que me dio muchos disgustos, pero que al final también me dio grandes satisfacciones porque creo que hice lo que era mi obligación y en esta ocasión las gestiones que se realizaron para frenar aquella declaración de la OUA salieron bien. Insisto en resaltar el gran acuerdo político que había entre los partidos en los asuntos esenciales de la política exterior española.

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