Síguenos en redes sociales:

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Puerto Rico, Puerto Pobre

Análisis El Caribe y Canarias

Puerto Rico, Puerto Pobre

En estos últimos días, se vienen produciendo una serie de acontecimientos que dan la impresión que no tienen relación entre sí y, sin embargo, sí la tienen. En Puerto Rico se ha celebrado el séptimo Congreso Internacional de la Lengua Española. Al mismo tiempo, el Parlamento español ha abierto un primer debate sobre la llamada Agenda Canaria, que incluye la reforma del Régimen Económico y Fiscal de las Islas. Es decir, cómo encajar adecuadamente una sociedad insular en un espacio continental alejado. Debate que también se está produciendo en Puerto Rico. Y en los próximos días tendrá lugar la histórica visita de Obama a La Habana, con la intención de superar el conflicto entre Estados Unidos y Cuba y que va a suponer un cambio profundo en el futuro del Caribe.

No podemos olvidar que hace poco más de cien años, las grandes islas del Caribe: Cuba, Dominicana y Puerto Rico constituían, junto a Canarias, las provincias ultramarinas de lo que quedaba del viejo imperio español. Pero al final del siglo XIX, la guerra de Estados Unidos con España acabó por liquidar un imperio de cuatrocientos años. Y cada una de estas islas inició un camino diferente hasta alcanzar cada una un estatus económico y político especial. A Canarias se le ratificaron y ampliaron sus libertades comerciales establecidas por la Ley de Puertos Francos. Se le hicieron concesiones y siguió siendo una provincia española.

Las otras no. Cuba pasó a ser un protectorado norteamericano (con la enmienda Platt, incluida en su Constitución) y solo se liberó de su dependencia colonial con la revolución castrista. Dominicana se constituyó en una república independiente, pero también tutelada durante décadas. Puerto Rico fue una colonia hasta que se le concedió el estatuto de Estado Libre Asociado. Lo que le permite contar con un régimen económico y fiscal especial, con un Parlamento y un casi Gobierno propio, pero dentro de la soberanía, bandera, moneda, frontera y Ejército norteamericano. Una situación tan especial que a los portorriqueños no les resulta fácil de explicar. Y lo simplifican diciendo que es un estatuto de autogobierno dentro de Estados Unidos, lo que les permite hacer compatible su identidad hispana y al mismo tiempo norteamericana.

Los tres millones y medio de ciudadanos de Puerto Rico son en su mayoría bilingües: hablan fluidamente español e inglés. Y lo alternan con naturalidad, como si fuera un mismo idioma. Pero sus televisiones y sus canciones, y yo diría que hasta sus emociones, son en español.

En términos políticos, esta sociedad está dividida en dos partes: la mitad afirma su identidad hispana y caribeña; la otra mitad se siente norteamericana y lucha desde hace décadas, sin conseguirlo, por convertir a Puerto Rico en el 52 Estado de la Unión.

Durante años, el estatuto económico especial de la isla funcionó bien. No pagaban impuestos americanos y, sin embargo, recibían inversiones e importantes subvenciones sociales. Aún así, casi dos millones de portorriqueños tuvieron que emigrar a Estados Unidos. Viven principalmente en Nueva York (en el Bronx), Chicago y Miami-norte y envían remesas a sus familias. Para aprovechar su fiscalidad especial, Puerto Rico se ofreció a las empresas norteamericanas para que se instalaran en la isla y aprovecharan desde allí el libre acceso al mercado norteamericano. Algo parecido a lo que ha intentado Canarias con su REF, sin éxito y también parecido al modelo irlandés, que ha tenido un enorme éxito en el ámbito europeo.

Con este marco, Puerto Rico ha conquistado un nivel de sociedad intermedia pero del primer mundo, equivalente en sus rentas a la sociedad canaria, pero que contrasta claramente con el atraso de las grandes Antillas, en especial Cuba. Lo que la ha convertido en un excelente escaparate propagandístico de las consecuencias que tiene el llevarse bien o mal con Estados Unidos.

'Default'

Pero, en los últimos años, la República Dominicana ha despegado; Cuba empieza a hacerlo; y, mientras tanto, Puerto Rico retrocede y entra en una grave crisis. El año pasado se declaró en default, en quiebra financiera. Su deuda pública alcanzó los 76.000 millones de dólares y su Gobierno reconoce que no está en condiciones de pagarla. Para afrontarla, ha establecido un sistema muy rígido de pagos selectivos, que ha provocado fuertes protestas de sus acreedores. Su economía se estanca mientras el paro y la crisis social se agudizan. En apenas unos años, el flamante Puerto Rico ha iniciado el camino que le puede llevar a convertirse en Puerto Pobre.

El gobernador de la isla solicitó el pasado año acogerse a la Ley de Quiebras de Estados Unidos, para que el Gobierno de Washington le ayudara. Pero le han contestado que como Puerto Rico no es un estado de la Unión, no puede acogerse a esta ley ni beneficiarse de sus ventajas. En definitiva, le han dicho que paguen las deudas ellos solitos, lo que lógicamente ha supuesto un crecimiento importante del sentimiento antinorteamericano de los portorriqueños.

Y aún más cuando bastantes empresas norteamericanas se han retirado de la isla y vuelto al continente, argumentando que las especialidades fiscales de Puerto Rico no compensan los costes logísticos. Exactamente igual que le ocurre a Canarias, aunque en nuestras islas no se termina de entender cómo nuestras importantes ventajas fiscales no consiguen los resultados que se esperan. Los portorriqueños, por el contrario, ya lo han entendido. Y su boca se llena de maldiciones, esta vez en español, afirmando su identidad hispana y renegando de los yanquis. Que no les dejan ser, eso dicen, ni norteamericanos ni hispanos.

Español frente al inglés

En un contexto así, resulta de lo más inoportuno celebrar en San Juan, como se ha hecho esta semana del martes al viernes, el séptimo Congreso de la Lengua Española. Congreso que se organiza con la intención de fortalecer en el conjunto de América Latina la lengua española frente a la invasión del inglés. En Puerto Rico, en términos culturales y no políticos, las dos lenguas no compiten ni entran en conflicto. Uno de los activos culturales y económicos más importantes del pueblo portorriqueño es su equilibrado bilingüismo.

Pero con frecuencia el idioma se usa como arma política, como ocurre con frecuencia en España. De ahí que los sectores culturales más importantes de Puerto Rico decidieran aprovechar la celebración del Congreso para declarar la guerra del español contra el inglés, de los hispanos contra los yanquis. En el acto inaugural, el presidente de la comisión organizadora, el portorriqueño Héctor Feliciano afirmó, con énfasis: "Aquí el idioma es un hecho político y la resistencia del español al intento de dominio del inglés se ha convertido en un símbolo de resistencia de la identidad nacional portorriqueña".

Después de una afirmación así imagínense el escándalo que han producido las intervenciones de la delegación española. Para empezar, el director del Instituto Cervantes, García de la Concha, dijo en su discurso: "Esta es la primera ocasión que un congreso de la lengua no se celebra en Hispanoamérica". Y cuando los congresistas, entre el desconcierto y el asombro, intentaban entender qué había querido decir, intervino Felipe VI, el rey de España, que fue quien lo aclaró: "Me alegro mucho de regresar de nuevo a Estados Unidos".

Por supuesto, no hacía falta ni una palabra más para que los latinoamericanos, en especial los portorriqueños, la armaran: "De un plumazo nos han invisibilizado y ninguneado", decía el escritor Eduardo Lalo. "Son declaraciones -añadía- dignas de mandatarios españoles del período colonial, es decir, del siglo XIX". Las protestas se extendieron rápidamente y se generalizaron entre la mayoría de los congresistas, con esa emotividad tan especial que ponen los latinoamericanos en la pelea. En el discurso de cierre del Congreso, el escritor cubano Leonardo Padura lo explicó mejor: "El Caribe es el Mediterráneo americano. Los países que lo forman tienen un origen común. Tenemos una identidad compartida. Yo siento que los cubanos, los dominicanos y los portorriqueños tenemos algo en común".

Padura tiene toda la razón, hasta el punto que sus afirmaciones deberían de hacernos reflexionar a los canarios y recordar, o descubrir, que tenemos también algo en común con ellos. Que vivimos juntos, con una misma relación con España, durante un largo período de nuestra historia. Que compartimos experiencias muy semejantes. Y que nuestra memoria y nuestra historia tienen raíces comunes, cuyas huellas están en los cascos históricos de nuestras principales ciudades.

¡Qué pena que en estos tiempos que corren, en que hablamos tanto de internacionalizar Canarias, no les dé a nuestras autoridades por asistir en las delegaciones españolas a estos congresos! Para aprender de otras experiencias, comprender las mismas dependencias, entender los hechos singulares de islas fuera del continente. Y ahora de manera especial compartir la negativa experiencia de Puerto Rico con su régimen especial, tan parecido al canario, y con los mismos problemas que Canarias para internacionalizarse.

La experiencia de nuestra isla hermana nos debería llevar a estudiar con urgencia la difícil situación de otras muchas economías insulares en el marco de la internacionalización. Y también los éxitos extraordinarios de los que han sabido construir un modelo de desarrollo adecuado de unas islas en tiempos de la globalización.

Esta es una noticia premium. Si eres suscriptor pincha aquí.

Si quieres continuar leyendo hazte suscriptor desde aquí y descubre nuestras tarifas.