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Elecciones en Francia

Las presidenciales de la incertidumbre

Cuatro candidatos se disputan hoy en Francia el paso a la segunda vuelta tras una campaña marcada por Le Pen, el terrorismo y la pobreza del debate

Las presidenciales de la incertidumbre

Cincuenta mil policías y soldados patrullarán hoy las calles de una Francia en estado de excepción para garantizar la seguridad en la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Unos comicios en los que casi 47 millones de ciudadanos están llamados a las urnas para decidir quiénes serán los dos candidatos que el próximo siete de mayo se disputen la sucesión del socialista Hollande. Con cerca de un 30% de indecisos y abstencionistas, con los cuatro aspirantes más poderosos separados por tan sólo cinco puntos en las encuestas y con el terrorismo presente en un fin de campaña que ha dejado clara la profunda división del país, las de hoy son sin duda las presidenciales de la incertidumbre.

El último sondeo hecho público, el viernes por la noche, arroja unos resultados que confirman las tendencias apuntadas en la recta final de la campaña. El socioliberal Emmanuel Macron, un verso suelto del continuismo, se mantiene en cabeza con un 24,5%, seguido de cerca por la ultraderechista Marine Le Pen (23%). Por detrás de ellos, el conservador neogaullista François Fillon y el izquierdista Jean-Luc Mélenchon, igualados al 19%. Los demás, incluido el socialista Benoît Hamon (7,5%), no cuentan para las encuestas. Esta foto final se asemeja mucho a la del principal promedio de sondeos, que concede a Macron un 24%, a Le Pen un 22%, a Fillon un 20% y a Mélenchon un 19%.

Ataque en los Campos Elíseos

Una fina horquilla que, sin embargo, no refleja el eventual impacto del atentado de los Campos Elíseos, que beneficiaría a Le Pen y Fillon, y que puede ser desbaratada tanto por decisiones de última hora en favor de Mélenchon como por un voto oculto vergonzante de apoyo a un Fillon muy castigado por sus escándalos judiciales.

La cita electoral más atípica de la V República está marcada, en primer lugar, por la inédita negativa del presidente Hollande a aspirar a un segundo mandato. Elegido en 2012 con la esperanza de que se convirtiese en el adalid europeo de la lucha contra la austeridad germana, Hollande dejó claro enseguida que París no tiene fuerza para imponerse a Berlín. Cinco años después, la austeridad sigue ahí y Hollande, que apenas llegado a los cien días ya era blanco de duras críticas, termina su mandato con unos niveles de respaldo que lo consagran como el presidente peor valorado en décadas.

Aunque ha evitado a los franceses muchos de los males de la austeridad, el socialista se comprometió a no aspirar a la reelección si no situaba el paro por debajo del 10%, la tasa de desempleo que ahora mismo se atribuye a Francia. Así que el pasado diciembre anunció una renuncia que, de paso, le evitaba el duro trago de tener que acudir a unas primarias en las que le acechaban los afilados cuchillos de sus correligionarios.

En la decisión de Hollande pesó mucho la deriva ultraderechista de Francia, que ha llevado a Marine Le Pen a encabezar con nitidez las encuestas durante meses, tras haber ganado las europeas de 2014 y las regionales de 2015.

Desde que en el año 2011 se hizo con el control del Frente Nacional (FN), la hija del fascista Le Pen ha sabido normalizar la presencia pública de un partido que durante décadas estuvo sometido a un efectivo cordón sanitario.

La profunda crisis que afecta a Europa desde 2008, unida a las dos décadas de estancamiento económico que acumula Francia y a la oleada de atentados yihadistas que desde el mes de enero de 2015 se ha abatido sobre el país, ha sido el caldo de cultivo idóneo para la aceptación por un cuarto de la población del discurso xenófobo y eurófobo de un FN que popularizó la expresión "Los franceses primero" mucho antes de que Donald Trump soñara con sentarse en la Casa Blanca al grito de "Los Estados Unidos primero".

De modo que, por encima de los programas, que han quedado en sordina, el fantasma de Marine Le Pen ha sido el eje de rotación de una campaña basada en saber quién se mediría con ella el próximo 7 de mayo.

El recuerdo de las elecciones de 2002, en las que el 80 por ciento del electorado respaldó al conservador Chirac para cerrar el paso a Le Pen padre, ha condicionado muchos movimientos. Sobre todo porque, quince años después y con la desconfianza ciudadana hacia los políticos muy acrecentada, parte del electorado de izquierda asegura no estar dispuesto a votar a cualquiera para torpedear al ultraderechismo. La tentación de quedarse en casa y dejar que ocurra lo que tenga que ocurrir no es despreciable, especialmente entre los menores de 25 años.

Lo curioso es que, si se cumplen las predicciones de las encuestas, no será un candidato salido de los partidos tradicionales el encargado de bajarle la barrera a Le Pen. En gran parte, porque el sistema de primarias adoptado por conservadores y socialistas ha generado aspirantes que no han funcionado. El neogaullista Fillon, ex primer ministro de Sarkozy, llegó anunciando que iba a "desmontar la bolera" para colocar a Francia en diez años como primera potencia europea. En plata, Fillon amenaza con descargar sobre su país todo el peso de la vieja contrarrevolución reaganiana, a la que primero Mitterrand y luego Chirac le hicieron bastante luz de gas.

La perspectiva de una segunda vuelta Le Pen-Fillon amplió sin duda la bolsa abstencionista. Sin embargo, alguien filtró al satírico Le Canard Enchaîné los falsos contratos de ayudante parlamentario con los que la esposa y dos hijos de Fillon se embolsaron durante años cientos de miles de euros y el azote comenzó a penar.

La socialdemocracia

Los socialistas, por su parte, viven en carne propia la profunda crisis que afecta a toda la socialdemocracia europea tras años de hacerle de parachoques al neoliberalismo. Sus primarias consagraron como candidato a Hamon, que fue ministro de Educación con Hollande hasta que en 2014 el presidente decidió emprender el giro a la derecha capitaneado por Manuel Valls.

Las bases decidieron que Hamon era mejor candidato que Valls, pero el electorado, que acusa cinco años de presidencia socialista, le ha negado su apoyo. Este rechazo ha tenido una doble consecuencia: la consolidación del tecnócrata Macron como candidato del centroizquierda y la resurrección del exsocialista Mélenchon, que acaudilla a La Francia Insumisa, lo más parecido a Podemos que se ha articulado al norte de los Pirineos.

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