Miguel Zerolo Aguilar cumplió 60 años el pasado 26 de marzo, justo un mes antes de que la Justicia se pronunciara sobre su responsabilidad penal en el caso Las Teresitas. El exalcalde nacionalista, que había ganado cuatro elecciones seguidas en el feudo capitalino de la antigua ATI que le vio nacer como un brillante político al abrigo de Manuel Hermoso, no iba a tener la misma suerte que siempre dijo haber tenido en la Lotería para justificar ingresos en sus cuentas bancarias. Aquella mañana, la Diosa de la Fortuna amaneció con la misma venda en los ojos que lleva la Diosa de la Justicia desde la Roma antigua. Y no era la primera vez que Zerolo debía afrontar una decisión judicial desfavorable, como ocurrió en el caso García Cabrera, cuya sentencia de julio de 2014 le inhabilitó durante ocho años para el ejercicio de cargo público por un delito de prevaricación. En esta segunda ocasión, la Fiscalía y las acusaciones no solo pedían su inhabilitación, también pretendían elevadas penas de cárcel e indemnizaciones aún más elevadas.

Y la cosa volvió a salirle mal a Zerolo. Siete años de prisión por malversación de fondos públicos y ocho años y nueve meses de inhabilitación por prevaricación, así como una indemnización solidaria con los otros cinco acusados, de más de 61 millones de euros que deberán ingresar en las arcas municipales que quebrantaron en septiembre de 2001 los seis condenados por la operación de compraventa de once parcelas del frente de playa por un precio tres veces superior al fijado por técnicos municipales además de que parte de dichos terrenos ya eran propiedad del propio Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife.

Persecución política

Allegados de Zerolo comentan que el exalcalde siempre tuvo la confianza de salir victorioso del procedimiento, al menos eso era lo que les decía aprovechando cualquier oportunidad que le brindaran para hablar del caso. Estaba convencido, además, de que todo partía fruto de una persecución política que duraba ya más de tres quinquenios.

Lo hacía cuando se encontraba con conocidos por la calle, lo hacía cuando se le acercaban -también en estos tiempos- señoras que siempre le vieron con buenos ojos y que le reconocían que además de haberle votado de siempre, creían en su inocencia. Pero lo hacía también con aquellos con los que se encontraba en una conocida instalación deportiva que suele frecuentar en la que, además, se le suele ver acompañado por otro apestado político como lo es ahora Guillermo García-Machiñena García-Checa, a la sazón exdirector general de Radiotelevisión Canaria (RTVC), entre enero de 2008 y marzo de 2011, y que está siendo investigado judicialmente por las posibles irregularidades que habría cometido en la contratación de programas a productoras privadas, lo que le ha llevado a estar imputado por la presunta comisión de los delitos de malversación de caudales públicos, tráfico de influencias y prevaricación administrativa.

Aunque Zerolo ha querido pasar desapercibido después de que saliera la sentencia del caso García Cabrera, no puede hacerlo a pesar de que solo se le ve por Santa Cruz cuando entra o sale del despacho de abogados en el que trabaja. Zerolo siempre despertó una fascinación cuasimesiánica entre quienes le votaban y quienes casi solo se rozaban con él. Pero esa es otra historia para otro momento.

Sonrisa forzada

Aquel mensaje de inocencia que le trasladaba a todo el que se le acercase fue el mismo que intentó amplificar trasladándolo a la opinión pública por fuera del Palacio de Justicia a primera hora de la mañana del 9 de septiembre de 2016. Con una hierática sonrisa fijada en la cara, el que fuera alcalde de Santa Cruz de Tenerife entre los años 1995 y 2011, afrontó a pie el repecho de la Avenida Tres de Mayo acompañado de su abogado, Jorge Muñoz.

Si movió alguno de los músculos de su rostro en los aproximadamente 50 metros de distancia que hay entre la esquina inferior del edificio judicial y las escaleras que dan acceso a la puerta de entrada del inmueble, ninguno de los que se encontraban al pie de la escalinata se percató de ello, y eso que había una nutrida nube de periodistas y reporteros gráficos que aguardaban su llegada ese día que, como hemos conocido en las últimas horas iba a significar el principio del fin de la impunidad política ante la Justicia.

Aquella mañana iba a dar inicio, al fin después de casi una década de instrucción, el que de momento está considerado como el juicio del siglo, el procedimiento penal por corrupción urbanística más grave en toda la historia de Canarias: el caso Las Teresitas, un "pelotazo de libro", como lo calificó la delegada provincial de la Fiscalía Anticorrupción en Santa Cruz de Tenerife, María Farnés Martínez-Frigola. Aquella mueca estampada en la faz de Miguel Zerolo apenas era una sombra del cautivador y arrollador semblante que desplegaba el veterano político nacionalista cuando las circunstancias le sonreían a él rendidas ante el poder acumulado en sus 35 años de vida política; cuando no tenía que responder a unas preguntas tan incómodas como las que sabía que le iban a formular la fiscal, los letrados de las acusaciones y, muy posiblemente, los magistrados del tribunal de la Audiencia Provincial de Santa Cruz de Tenerife.

Si con aquel gesto en el que medio torcía la boca pretendía trasladar la sensación de tranquilidad o serenidad, fracasó en el intento. Fuera de focos y de micros, Zerolo encendía un cigarrillo tras otro de forma compulsiva hasta que se decidió ir al encuentro de los periodistas que sabía esperaban obtener las primeras declaraciones antes de encarar el arco de seguridad y subir a la primera planta en la que se encuentra la sala 12 del Palacio de Justicia, a la que regresaría en otras 31 ocasiones más durante los siguientes tres meses acompañado de otras 12 personas, entre ellas su mano derecha en la Corporación local, el también nacionalista y edil de Urbanismo Manuel Parejo.

Contento por declarar

A los periodistas les dijo aquella nublada mañana de septiembre que estaba "contento por ir a declarar después de tanto tiempo de investigaciones y de tantas cosas que se han dicho sobre un convenio que, en realidad, fue beneficioso para la ciudad de Santa Cruz de Tenerife". Los magistrados no han terminado de verlo así, pero Zerolo pensaba así antes del juicio, durante el juicio y después del juicio, e incluso, es muy probable que hoy domingo siga pensando así, a pesar de que hayan transcurrido 72 horas desde que tuvo en sus manos la sentencia que le condena a siete años de prisión por malversación de caudales y que también le inhabilita para el ejercicio de cargo público durante ocho años y nueve meses por prevaricación administrativa.

Zerolo inició su carrera política como concejal cuando solo contaba con 22 años. Era 1979 cuando asumió la Concejalía de Parques, Jardines y Fiestas del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife en las filas de Unión de Centro Democrático (UCD). En la casa de los Dragos permanecería en esta primera etapa de su carrera hasta 1987. Zerolo sería nombrado ese mismo año consejero insular y vicepresidente del Cabildo de Tenerife, hasta que en 1990 accedió al Gobierno autonómico como consejero de Turismo, renovando un año más tarde en el cargo. En 1993, Zerolo fue designado también consejero de Presidencia después de la moción de censura que encabezó Manuel Hermoso contra el presidente socialista, Jerónimo Saavedra.

En 1995 fue aupado a la Alcaldía santacrucera tras ganar las municipales y obtener 11 concejales. Cuatro años más tarde reeditó el triunfo municipal, pero con el segundo mejor resultado electoral que los nacionalistas habían tenido en dicha Corporación local, logrando 18 ediles y una cómoda mayoría absoluta en el pleno municipal. Zerolo ganaría en las urnas otras dos convocatorias más en el municipio: en 2003 obtuvo 14 ediles y en 2007 -su último mandato en el Consistorio- perdió la mayoría absoluta logrando 11 ediles, los mismos que obtuvo en su primera elección como regidor.

Su formación política lo incluyó en la lista al Parlamento de Canarias en 2003 y ocupó uno de los escaños del Palacio de Teobaldo Power que simultaneó como regidor chicharrero hasta que Coalición Canaria lo propuso para senador nacionalista en representación de la Comunidad Autónoma.

Muchos vieron en aquella decisión de Coalición Canaria un salvavidas para que Zerolo se refugiara bajo el paraguas del aforamiento que le daba la Cámara Alta porque el que antaño había sido tildado de delfín de Manuel Hermoso, ahora se sentía acosado ante tantas investigaciones judiciales abiertas, algunas de ellas llevadas a cabo con el sigilo del secreto sumarial. Su partido siempre ha rechazado la mayor, pero lo cierto es que Zerolo durante su paso por la Cámara Alta solo realizó una pregunta por escrito y, para más inri, la compartía con su colega de filas, Narvay Quintero.

El Tribunal Supremo acabó por enviar el suplicatorio al Senado para que pudiera ser juzgado por el caso García Cabrera, y la Cámara Alta lo concedió. Comenzaba el principio del fin de uno de los políticos más brillantes e imaginativos que ha tenido Canarias, pero también será uno de los que peor retrato se guarde de él.

Si algo caracterizó a la fulgurante trayectoria política de Miguel Zerolo fueron sus golpes de efecto con enorme repercusión mediática, logrados más por chispazos de originalidad y por saberse rodear de asesores propensos a la genialidad que por capacidad de trabajo. Y es que la tendencia a la pereza marcó la sensación que siempre se tuvo de él.

No se sentía especialmente cómodo con las visitas a los barrios y a las fiestas a pesar de que las señoras le profesaban adoración y no dudaban en lanzarle piropos cada vez que lo tenían a tiro. Pero ya Zerolo, con 60 años recién cumplidos, tampoco le queda gente que le dore la píldora o le ría sus gracias. El baño de masas de las campañas y los piropos que recibía antaño se convirtieron en insultos de gente ante el presunto corrupto. Ahora, sentencia en mano, tendrá suerte si logra que lo olviden.