Se siente sola. Y es normal. En eso se puede parecer a cualquier otra chica de su edad. Apenas tiene 16 años, está en esa confusa y desconcertante etapa de la adolescencia, en la que aún el rostro conserva los rasgos de una niñez que se resiste a dejar en un cuerpo que coquetea con la madurez. Hasta aquí todo más o menos normal si no fuera porque Laura -pongamos que se llama Laura- se ha prostituido, drogado y delinquido. A veces no sabe muy bien por qué. Quizás al principio, por una tontería: unas Adidas, un iPhone, unas compras en Zara. Otras veces, por unas rayas. Ahora se reprocha la inconsciencia cuando empezó todo. Su inmadurez para frenar a tiempo. Su falta de coraje. Cuando está más serena lamenta su incapacidad para reinventarse. Para dejarlo todo y volver a empezar. Laura no existe. En la realidad no existe, pero es el retrato elaborado con los testimonios ofrecidos por educadores, tutores, fiscales, policías y psicólogos sobre las chicas que ejercen la prostitución infantil en Canarias. Ellos sí que saben quién es Laura.

Laura se droga y se prostituye. A veces ni siquiera usa preservativo. En alguna ocasión cobró tres euros por una felación a algún taxista. Una carrera por sexo. Rápido y fácil. Es una chica frágil que, sin referentes sociales y familiares sólidos, ve la prostitución como su única salida. Un modo -pero no un modo cualquiera- de escapar de sí misma, de olvidar que quienes la tenían que proteger desde que nació la abandonaron o la maltrataron. Se trata de maquillar los golpes de la vida con cualquier excusa. Se pinta los labios, los párpados y las pestañas frente a un espejo de plástico antes de salir al infierno.

Ser mayor muy rápido

Sexo fácil en las redes sociales, amigas que la adularon primero y engañaron después, eso que las madres -aunque ella no conoció a la suya- llaman malas compañías, unas copas, unas escapadas nocturnas, el vértigo de lo peligroso y la adrenalina de quien transita o traspasa la línea fronteriza de la legalidad. Aprender a ser mayor demasiado rápido, sin reposo y sin madurar. Cada día más cerca del abismo, un paso más y el precipicio. Ella, tan rebelde, tan descarada, tan insolente. Ella, ahora, en la intimidad tan comedida, introvertida y avergonzada. Laura no sabe ni quién es.

Ésta es una reconstrucción de testimonios escalofriantes. Palabras temblorosas que son puñaladas que atraviesan el corazón. Relatos desgarradores que conocen bien trabajadores y educadores sociales, jueces, fiscales, técnicos y agentes de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, entre otros profesionales que describen el choque emocional con rabia e impotencia. Con el puño cerrado sin saber ya ni qué hacer ante el fracaso de todo un sistema de protección y un tejido social ajeno a una realidad soterrada. Critican la falta de recursos humanos y técnicos para combatir lo que empieza a ser más que una advertencia en las estadísticas policiales y judiciales.

No hay cifras exactas de un fenómeno que sucede en las cloacas de la sociedad canaria. Tampoco hay un único perfil de menor, la casuística es abundante. Existe una realidad bastante heterogénea de víctimas de abusos, violaciones y explotación sexual, entre otras muchas formas de violencia ejercidas por una amplia variedad de agresores y verdugos.

En los dos últimos años la Policía Nacional ha desarticulado en las Islas dos presuntas redes de prostitución de mujeres y menores de edad, varias de las jóvenes de centros tutelados por el Gobierno de Canarias y gestionados por los cabildos. Es sólo la punta del iceberg.

La primera trama saltó en noviembre de 2016 después de una investigación durante meses sobre una agencia de modelos y azafatas llamada 18 Lovas. Detrás de esta agencia se escondía un proxeneta que convencía a chicas menores de edad o con la mayoría de edad recién alcanzada para que se prostituyeran. La agencia de gogós era una tapadera para captar a chicas de entre 15 y 18 años para participar en fiestas y encuentros sexuales.

La inmensa mayoría de las víctimas, entre las que se contabilizan siete menores de edad, eran chicas en situaciones desfavorecidas. La red las captaba de centros de acogida dirigidos por una ONG. Se trata de jóvenes con circunstancias familiares o económicas complicadas. Sin trabajo, estudios, dinero y, en ocasiones, ni familia, en manos de hombres poderosos.

Unos meses después, en marzo, la Policía informó del desmantelamiento de otra organización criminal que explotaba a tres menores de edad en diferentes clubes de alterne en Lanzarote. La extraña conducta de las jóvenes, que desaparecían de forma continua del centro de acogida en el que se encontraban y el hecho de que comenzaron a manejar cantidades de dinero impropias de sus posibilidades, alertó a los responsables del hogar juvenil.

La denuncia que inició la investigación policial partió de la dirección del centro de menores en el que residían las adolescentes, según confirmaron desde el Cabildo de Lanzarote, de quien dependen este servicio. Las tres chicas se encuentran desde hace meses en centros especializados de Gran Canaria.

La operación, que se llevó a cabo en noviembre, fue dirigida por la Brigada Central contra la Trata de Seres Humanos, adscrita a la Comisaría General de Extranjería y Fronteras de la Policía Nacional en Madrid, y fueron detenidas ocho personas, que obligaban a las menores a consumir sustancias estupefacientes para inhibir su voluntad y mantener relaciones sexuales con cualquier cliente.

No. No son hechos aislados. En marzo de 2017, el trabajador social Antonio Santana advirtió de que una chica integrante de un Programa de Preservación Familiar en Fuerteventura desaparecía de su casa durante días y regresaba solo en ocasiones. Cada vez sus períodos de ausencia era más largos. Era imposible encontrarla o contactar con ella, hasta que en una reunión de coordinación de profesionales que trabajan con menores declarados en riesgo o en desamparo se descubrió que podía estar inmersa en una red de prostitución en Corralejo. El caso se elevó a la Fiscalía, pero el trabajador social desconoce en qué quedó su denuncia.

Precisamente, el último estudio sobre la situación de la Infancia y la Familia en Canarias, encargado por el Gobierno regional a las dos universidades públicas y presentado hace un mes, apunta que una de las amenazas en Fuerteventura es "el embarazo en la adolescencia, edad más temprana de consumo de sustancias, clubs de marihuana, violencia intrafamiliar incluso la filio-parental y prostitución con menores implicados, abusos sexuales y problemas de agresión en las redes sociales".

Episodios desgarradores que ocurren también en otras islas como Tenerife, donde, por ejemplo, la memoria del Ministerio Fiscal de 2016 incluye que se presentó acusación por prostitución de una persona menor de edad en un procedimiento en el Juzgado de Instrucción número 4 de la capital tinerfeña. Una menor de edad fugada de un centro de menores fue acogida por la acusada que regentaba un local de alterne en la isla, donde la menor había ejercido la prostitución desde octubre de 2014 a enero de 2015. Esta causa se encuentra a la espera de juicio.

Pero, ojo. No es justo etiquetar a los jóvenes de estos centros ni estigmatizarlos, pues están tratando de salir de situaciones muy difíciles. Además, la prostitución de menores no es generalizada en los hogares tutelados. Con todo, hay más casos de los deseados y los testimonios obtenidos alertan de que también hay adolescentes de entornos normalizados -con una estructura familiar estable y de nivel socioeconómico medio- que asumen con asombrosa normalidad la venta de su cuerpo por dinero, droga, ropa, joyas o teléfonos móviles. O engañosas ofertas de trabajo. Y no solo es una cuestión de chicas. También afecta a los chicos. Cada menor es un mundo. Algunos llevan consigo tortuosas historias de padres toxicómanos o madres prostitutas. Han sufrido vejaciones y agresiones sexuales desde la infancia y adoptan actitudes ligadas al sexo totalmente desvirtuadas. Asumen como normales conductas hipersexualizadas. Ofrecen servicios sexuales por dinero o droga. Usan su cuerpo como mercancía, sin llegar a preocuparse por contraer enfermedades.

En su mayoría los jóvenes en hogares tutelados proceden de familias desestructuradas y las situaciones que sufren es tan grave que el Gobierno asume su tutela.

Los menores que están en centros de acogida lo están porque en su familia hay circunstancias que desembocan en una declaración de desamparo. No por un delito. Por tanto, los niños y adolescentes en acogimiento no tienen que cumplir ninguna medida. Viven en pisos tutelados abiertos, con normas y libertad para salir, a diferencia de los centros de menores con medidas judiciales, que pueden ser cerrados o semiabiertos.

Existe una corresponsabilidad entre las administraciones, pues la gestión de los hogares de acogida compete a los cabildos y la guarda de los niños tutelados corresponde a la dirección de los centros, que normalmente son ONG y empresas. La competencia para declarar la situación de riesgo de un menor es del ayuntamiento. En principio suficientes ojos para vigilar. Un número, y no precisamente bajo, de responsables públicos encargados de salvaguardar la integridad y seguridad de los menores de edad.

Aun así hay jóvenes que aprovechan sus salidas o se fugan y se prostituyen. Suelen desplazarse a lugares de ocio, sobre todo las zonas turísticas del sur de Gran Canaria y las islas de Lanzarote y Fuerteventura. En algún caso, alguna ha alardeado de ganar 3.000 euros en un fin de semana y otra alrededor de 20.000 euros en un mes. No sienten que la prostitución atenta contra su dignidad personal y sexual.

Los especialistas que tratan a estos menores avisan de que cada vez se ven más casos de jóvenes vulnerables que empiezan a introducirse en la violencia juvenil, dan otro paso y se lanzan a la prostitución. Entran en un laberinto del que les resulta difícil huir.

Desde 2017 hasta ahora se han producido al menos una veintena de casos de chicas de centros de menores que han ejercido la prostitución, según diversas fuentes. Sucesos que ponen en evidencia los fallos en el sistema de protección y las carencias en programas de prevención, un factor clave para lograr erradicar esta problemática.

No son un simple número en un informe, se trata de jóvenes débiles, víctimas, perdidas en una crisis de valores y que necesitan ayuda para sobrevivir, dejar atrás traumas y un pasado atroz, recomponer su identidad, enfrentar sus demonios interiores, ganar confianza y autoestima, levantar la cabeza y seguir adelante sin miedo. Sin juzgarse.