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Un consenso sin consenso

El Parlamento cierra la semana en la que tuvo que obligarse a salvar la televisión pública

Que la Televisión Canaria (TVC) se encontrara a apenas 15 días de apagarse -hay quienes sostenían en los pasillos del Parlamento que esto supondría el fin del ente público y la necesidad de una refundación- no obstó para que los partidos hicieran regates in extremis en una negociación, esa en la que aparentemente se buscaba consensuar una ley de emergencia para salvar la crisis, que había empezado con optimismo. Pero entre el momento en que todos los grupos parlamentarios dieron su respaldo a la tramitación de la proposición de ley redactada por el portavoz de CC, José Miguel Ruano, y la escenificación del desganado consenso que ayer protagonizaron los diputados de la comisión de control de Radiotelevisión Canaria (RTVC) hubo tiempo para que quienes hace solo unos meses creían que la sangre nunca llegaría al río sintieran que, efectivamente, la televisión pública estaba al borde del abismo.

Lo cierto es que ni el nombre de José Carlos Naranjo Sintes gusta a la oposición -con la excepción de ASG, a la que suele gustar lo que le gusta a CC-, ni al Gobierno ni a los nacionalistas les gustan los nombres que con mayor o menor intensidad de la sordina fueron saliendo a la palestra. Y ello con independencia de que se conociera "si habían prestado o no su consentimiento", como deslizó durante su intervención en la Cámara el propio José Miguel Ruano en alusión al patinazo de los grupos de la oposición -al menos de NC y Podemos, porque es un misterio si el PSOE sabía o no lo del polémico e-mail y el PP dejó claro que a ellos no les había llegado propuesta alguna al margen de la de Naranjo Sintes- al poner sobre la mesa el nombre de un Francisco Moreno que ha subrayado que no está por la labor de ser parte de discusiones palaciegas.

De modo que las 48 horas para consensuar una alternativa a Naranjo Sintes no sirvieron para consensuar una alternativa a Naranjo Sintes. Algo que todos y cada uno de los portavoces sabían por descontado que iba a ocurrir cuando posaron en la sala de prensa del Parlamento para anunciar, el martes, que entonces sí, que en ese momento se habían percatado de que ninguno de los seis partidos podría vender con un mínimo de credibilidad que la televisión se apagara.

Posaron así como en las grandes ocasiones para trasladar la imagen de un consenso sin consenso -que el Gobierno proponga, yo permita la designación a regañadientes y, además, me guarde la bala de una posible destitución exprés- que seguramente tenga precedentes en la historia del parlamentarismo patrio -en la que ya hay precedentes para casi todo- pero que en modo alguno, y eso como poco, es habitual. "Y mucho menos para sacar pecho", decía el miércoles en conversación informal un veterano diputado.

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