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Vivir en un cañón

La isla de Gorée esconde muchos secretos y uno de sus principales guardianes es su subterráneo habitante Modou Mballo

Modou Mballo sentado bajo el cañón de Gorée que ahora es el salón de su casa. J.N.

Modou Mballo emerge de lo más profundo de su habitación como una aparición fantasmagórica. Vestido con pantalones y camiseta ancha de color lila y un gorro de lana que oculta sus rastas, podría pasar por un habitante más de esta fascinante isla de Gorée, en Senegal, siempre llena de artistas y músicos y filósofos de la vida y la muerte. Pero no. Mballo tiene algo que le hace único y al igual que Diógenes escogió un tonel para fijar su residencia, él vive en el interior de un cañón y se ocupa de mantener limpia y en estado de revista la compleja maquinaria, hoy inútil y oxidada, que un día del mes de septiembre de 1940 logró hundir un barco de guerra inglés de un disparo limpio y certero.

La isla de Gorée esconde muchos misterios. Reconocida como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco debido a su papel clave en la trata negrera que arrancó por la fuerza de las entrañas de África a millones de hombres, mujeres y niños rumbo a América, hoy es un lugar lleno de recuerdos pero también donde bulle la vida. Este domingo de agosto, cientos de adolescentes han venido a disfrutar de un día de ocio y playa, bañándose entre sus derruidos espigones o en la playa cerca del embarcadero, entregados al sorroballo propio del despegue hormonal y alejados por unas horas de las miradas represoras del continente.

Ajeno al despiporre y en lo alto de una montaña se encuentra el Castillo Saint Michel, en realidad un intrincado dédalo de construcciones subterráneas y búnkeres construido a finales del siglo XIX por los franceses. Hoy, estos pasadizos y habitaciones bajo la superficie han sido ocupados por artistas que viven y trabajan allí elaborando cuadros con arena de colores, esculturas y adornos que luego tratan de vender a los turistas que visitan la isla. Y es aquí, en la explanada situada en lo alto de este peculiar castillo, donde se puede ver el espectacular cañón construido en 1902 y cuya maquinaria oculta se ha convertido hoy en un hogar.

Para acceder al interior del mismo hay que descender unas escaleras y atravesar un estrecho y oscuro pasillo que conduce a una habitación de forma redonda donde apenas entra la luz por unas ranuras en el techo. Este es el reino de Modou Mballo, una oda al claroscuro donde este artista del batik reinventa su cosmogonía. "Yo soy sufí", dice sin dudarlo, "por eso puedo parecer un filósofo porque trato de tener una relación directa con Dios, muy espiritual". Ante la mirada incrédula del visitante, él parece dispuesto a rebajar la tensión. "Mi mundo es el de la filofolie", lo que vendría a ser algo así como el amor a la locura, dice con una carcajada.

Al levantar la vista se observan las piezas metálicas que un día sirvieron para que funcionara el cañón sobre nuestras cabezas. Mballo recita de memoria los datos que fascinan a los turistas: "Más de seis mil toneladas de hierro se usaron en su construcción y fueron traídas hasta aquí en vagonetas sobre raíles", prosigue. Él nació bastante después de todo aquello en la misma isla de Gorée, hasta donde fue destinado su padre como soldado del Ejército francés, pero hace sólo cinco años que se mudó al interior del cañón en el que jugaba de pequeño. "Esto estaba lleno de hierro y basura, he dedicado mucho tiempo a limpiar y adecentar este espacio", añade.

A los lados, la colmena de huecos donde se almacenaban los obuses, de 300 kilos cada uno; en el centro, la estructura que se usaba para subirlos al exterior. Todo se hacía manualmente, por la fuerza bruta de decenas de hombres. Cuando Francia fue ocupada por los nazis, Dakar quedó también en las manos del régimen colaboracionista de Vichy y fue uno de los primeros objetivos de los Aliados para, desde allí, lanzar la reconquista de las tierras africanas ocupadas por los alemanes. En septiembre de 1940 comenzó la famosa batalla de Dakar que acabó en fiasco para los defensores de la Francia Libre y este cañón jugó su papel hundiendo un barco británico.

"Cuando los franceses se fueron en 1960 se llevaron las piezas maestras y lo dejaron inutilizado", asegura Mballo, quien también explica que aquí se grabaron algunas escenas de la famosa película Los cañones de Navarone. Llama la atención que una persona tan abierta y amante de la paz haya escogido el interior de un arma de guerra para vivir y que su sueño sea convertirlo en un lugar de arte e intercambio entre gentes venidas de todo el mundo. "Es un poco la filofolie de la que te hablaba. Hay que tener un poco de locura para ver más allá de la superficie, para penetrar hacia la otra realidad". Grande Mballo.

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