Yaguine y Fodé tenían 14 y 15 años cuando trataron de llegar a Europa. Para lograrlo no encontraron otra vía que introducirse de polizones en el interior del tren de aterrizaje de un avión que cubría la línea Conakry-Bruselas. Murieron congelados. Días después coparon las primeras páginas de los periódicos europeos por la carta que se encontró aferrada a una de sus manos: "Señores miembros y responsables de Europa, es a su solidaridad y a su bondad a las que gritamos por el socorro de África. Ayúdennos, sufrimos enormemente. Y no olviden que es a ustedes a quienes debemos quejarnos de la debilidad de nuestra fuerza en África". Aquello ocurrió en agosto de 1999. Estos días, el guineano Teodoro Bondyale traía a colación la historia de estos dos niños africanos mientras conversaba sobre el fenómeno de la inmigración y su impacto en las Islas. Y es que, para el secretario de la Federación de Asociaciones Africanas de Canarias (FAAC), la misiva resume algunas de las claves de la cuestión migratoria: "No es que África sea el drama de Europa. En realidad, Europa es el drama de África".

Aquella carta, que fue un mazazo en la conciencia de los europeos, llevó al Gobierno belga a elevarla al Consejo de Ministros de la UE: había que afrontar el drama de la inmigración irregular. Y aunque el Mediterráneo aún no se había convertido en un cementerio, la comunidad europea no reaccionó. Tres lustros después, de nuevo un niño volvió a remover conciencias. Pero, como en el caso de Yaguine y Fodé, tan solo durante los breves instantes en los que la imagen del cuerpo ahogado de Aylan en la playa permaneció en la retina de los europeos. Es decir, lo que dura un telediario.

Ahora podría avecinarse un tiempo nuevo. En nuestro país, la política migratoria de España ha dado un giro a mitad de 2018 a raíz de la moción de censura. Con la decisión de acoger al barco repudiado por el eje anti-imigración europeo, Pedro Sánchez inauguró la que se ha denominado la "era del Aquarius". Las reacciones, a favor o en contra, no se han hecho esperar. El nuevo líder del PP se descolgó con una afirmación que ha dejado indiferentes a pocos: "No hay papeles para todos, aunque decirlo sea políticamente incorrecto", dijo Pablo Casado. Ciudadanos secundó su línea, criticando el acuerdo europeo de seis país para repartirse, de forma voluntaria, la acogida de los últimos inmigrantes del Aquarius. Y además de cargar contra "la política migratoria sin rumbo del Gobierno de Pedro Sánchez", su líder Alber Rivera ha solicitado un debate sobre migración en el Congreso.

"Los dirigentes no deben utilizar a los inmigrantes como elementos de su pugna política, porque salen perdiendo los dos", reflexiona Bondyale. Y explicaba que "si Casado o Rivera llegaran al Gobierno tendrán que decir cosas distintas a las que están diciendo. Y eso tiene un coste: la pérdida de autoridad". También hubo reacciones en la Unión Europea: "No podemos perder a España", advirtió el comisario de Migración Dimitris Avramópulos en referencia a los brotes xenófobos que comienzan a detectarse en un país que había quedado hasta ahora al margen de los populismos anti-inmigración.

"No se trata de una cuestión de papeles sino de derechos", explica Teodoro Bondyale, que considera que "el discurso de Europa se ha vuelto incoherente: por un lado ha defendido que el ser humano tiene derechos y ahora nos dicen que no nos puede aplicar esos derechos que ha promovido".

La espita abierta por el presidente del Partido Popular tiene un muro de contención en Canarias: su propia experiencia como pueblo emigrante. Así al menos lo percibe el representante de 22 asociaciones de africanos de Canarias integradas en la FAAC: "No estamos en Bruselas o en Londres. Todavía Canarias tiene memoria, todavía hay gente que sabe a qué nos referimos cuando hablando de inmigración". Del mismo modo opinan desde el propio Gobierno autónomo: "El asunto de la inmigración no nos es lejano ni extraño", ha recordado la consejera de Políticas Sociales, Cristina Valido.

El lenguaje delata

Y aunque los africanos que viven en las Islas entienden que en Canarias hay conciencia de que la inmigración no es un problema, precisan que "las voces que dicen lo contrario cada vez está creciendo más". Y pudieran afectar a esa "memoria migratoria". Los mensajes anti-inmigración son, por ello, perniciosos. De hecho, el lenguaje expresa cómo se percibe y se siente el fenómeno de la inmigración: "Yo ya sé que, cuando alguien habla de ilegales, es conservador; si habla de irregulares o clandestinos, es de izquierda o centro izquierda", explica el secretario de las FAAC. Ciudadanos, por ejemplo, hablaba antes de clandestinos y ha vuelto ahora a hablar de irregulares.

Las reacciones xenófobas son, en fin, el reflejo de una parte de la sociedad que emite determinados mantras. Y utilizan términos como "invasión" cuando la capacidad de acogida de España es aún amplia. O esconden los beneficios de la inmigración, por ejemplo frente al declive demográfico europeo.

El nivel de envejecimiento de Europa es tal que, según las previsiones, en la próxima década perderá 17,5 millones de personas en edad de trabajar. Y se quedará sin suficientes cotizantes para pagar las pensiones. Además, la natalidad media está por debajo de la tasa de reposición, sobre todo en España. Y, para colmo, aumenta el despoblamiento en determinadas zonas. La densidad poblacional es ya en localidades de Teruel, Cuenca o Guadalajara inferior a Laponia: "Si un pueblo pierda la escuela o el bar, entra en la UCI", advertía uno de sus alcaldes. También en Canarias se hacen llamamientos a repoblaciones. San Bartolomé de Lanzarote, sin ir más lejos, ha cifrado en 1.330 los residentes que necesita el municipio para llegar a los 20.000 habitantes y garantizar, así, algunos de sus servicios básicos. En Gran Canaria, Tejeda no tenía tan poco vecinos como ahora desde el padrón de 1860. Y Artenara desde 1920, por citar sólo algunos ejemplos.

Una solidaridad egoísta

La OCDE advierte en todos sus informes que "el envejecimiento lastra el crecimiento económico". También que "la respuesta a estos desafíos es la inmigración". De ahí que sociólogas como Olivia Muñoz Rojas insistan en el argumento de que "optar por acoger e integrar más inmigrantes no es solo una cuestión de solidaridad, sino de pragmatismo".

La ONU, por su parte, reprochaba estos días a la UE su actitud: "Es peligroso e inmoral mantener a barcos de rescate vagando por el Mediterráneo mientras los gobiernos compiten en ver quién asume menos responsabilidades". Bondyale está convencido, sin embargo, que Europa terminará por reaccionar y poner en marcha una nueva política migratoria: "No les queda otra, porque la inmigración es un fenómeno imparable".

Con reacción o sin ella, los millones de desplazados del mundo seguirán intentando llegar a los países desarrollados por tierra, mar e, incluso, aire. Y llegarán a EE.UU., Australia o Europa vivos o muertos, con independencia de que ello impacte mucho o poco en la conciencia de sus habitantes.