1. Cuando la élite de un partido lo inutiliza como instrumento político. El primer combate que emprendió Fernando Clavijo hacia la Presidencia del Gobierno fue su candidatura como secretario general de CC de Tenerife en julio del año 2012. Apenas un mes antes Paulino Rivero -presidente del Gobierno autónomo desde 2007, primero con el apoyo del PP y desde 2011 respaldado por el PSOE- había recibido un severo aviso en el V Congreso Nacional de CC. Los gerifaltes coalicioneros -particularmente en Fuerteventura y Tenerife- estaban empezando a hastiarse de Rivero, que ya no hablaba con los jefes de la tribu, sino, al contrario, mandaba a darles cita en un futuro siempre postergable, como un oncólogo de la Seguridad Social. Arreciaba la crisis económica, ampliando como nunca el desempleo, la pobreza y la exclusión social, y las encuestas de CC provocaban grima: en algún momento de ese 2012 sus expectativas apenas alcanzaban la docena de diputados.

El PP había ganado holgadamente las elecciones de 2011 -y ese y no otro era el motivo por lo que Rivero pactó con el PSOE: para que José Manuel Soria no le arrebatara la Presidencia del Gobierno- y a Rivero no se le ocurrió mejor fórmula para detener el crecimiento de los conservadores en las islas que comenzar una larga guerra propagandística contra el Gobierno de Mariano Rajoy. Entre los dirigentes de CC en Tenerife la crítica a Rivero era cada vez más intensa, pero llegó a la alarma cuando en la primavera de 2012 quedó claro que el antiguo alcalde de El Sauzal pretendía simultanear la Presidencia del Gobierno con la Secretaria General de Coalición Canaria. Rivero anhelaba así no solo concentrar el poder gubernamental y el partidista sino, sobre todo, facilitarse su designación como candidato presidencial, por tercera vez, para los comicios de 2015. Cuando un histórico de ATI y CC le pidió que hablara directamente sobre su ambición de eternidad con los notables del partido Rivero replicó utilizando -sin saberlo- uno de los lemas electorales del presidente dominicano Joaquín Balaguer al presentarse de nuevo ciego y con noventa primaveras: "Cuatro años más y después hablamos".

La situación se le puso cuesta arriba en el Congreso Nacional de CC. Finalmente optó por la prudencia: la Secretaría General sería para José Miguel Barragán -secretario de Organización en los últimos trece años y, de facto, el encargado de las cocinas del partido- y él asumiría una presidencia "básicamente simbólica". Aun así, y pese a que consiguió ganar con 458 votos, tuvo 355 en contra más una veintena de abstenciones. El cónclave congresual se saldó con una evidente frustración por parte de los delegados. "Con Paulino o sin Paulino esto no puede seguir así" era la frase más extendida. La silente resistencia al Paulinato entendió que era imprescindible actuar de inmediato y que para yugular su control de CC primero debía perderlo en su feudo tinerfeño. Fernando Clavijo, alcalde de La Laguna, consiguió ganarle la partida a Javier González Ortiz, consejero de Economía y Hacienda y delegado plenipotenciario de Rivero en Tenerife. Desde ahí comenzaron a tejerse complicidades y connivencias para ganar en 2014 -por un margen no demasiado ancho- la candidatura presidencial de CC para las autonómicas de mayo de 2015.

Clavijo utilizó en su campaña presidencial un lema, De ahora en adelante, que pretendía expresar un punto y aparte que rompiera con una praxis política vertical y enclaustrada y renovase una organización política cada vez más desactivada y unos cuadros sesteantes en viceconsejerías y direcciones generales del Ejecutivo regional. Pero no ocurrió nada. En su discurso inicial como secretario general de la CC tinerfeña ya era un tanto intranquilizador que Clavijo empleara por enésima vez esa aspiración peatonal para una política renovadora: "Tenemos que volver a salir a la calle". Porque se confundía con el objetivo real y más acuciante: abrir las puertas de Coalición Canaria para que la calle entrase. ¿Y cómo iba a entrar nadie -salvo el peor oportunismo- si en ese partido no se movía una hoja, no se debatía nada, nadie se relacionaba con el mundo exterior, la crítica a los dirigentes -cuando se producía- era anatemizada y no existían primarias ni para elegir a los futuros concejales? Era un partido vampirizado por el Gobierno, desde el que apenas se le dejaba ejercer como espectáculo de coros y danzas congresuales y maquinaria electoral cuando tocaba.

Cuando finalmente se celebró el VI Congreso Nacional de CC, en marzo de 2017, Clavijo no encontró a nadie dispuesto a asumir la Secretaría General. Absolutamente a nadie: hasta Narvay Quintero, joven promesa de la AHÍ y consejero de Agricultura y Pesca, se negó a engalanarse con tan vaporosa túnica. Así que la asombrosa y resignada decisión final fue que Barragán, honesto orador de mesa camilla, eterno como un día sin pan caminando por las dunas de Corralejo, testigo con ciertas responsabilidades de la decadencia electoral de CC en la década anterior, quien continuó como secretario general, a lo que había que añadir su condición de consejero de Presidencia y Justicia. Que el secretario general de un partido esté subordinado jerárquicamente al presidente del Gobierno es un disparate ademocrático típicamente coalicionero. Claro que con Paulino Rivero era mejor (o peor): el secretario general Barragán era viceconsejero de Presidencia.

Toda la obsesión paulinista respecto a CC como partido político -y esa era fue la doxa colectiva durante muchos años- consistía en su unificación organizativa y su coherencia estructural. Una obsesión comprensible cuando tu fuerza política comenzó su trayectoria como mera plataforma electoral en 1995. Pero no alcanzaron a entender -cuando no ridiculizaban- la imperiosa necesidad de renovar ideas y relatos, de democratizar procesos y decisiones internas y de acabar con la cultura de la cooptación y la subordinación esterilizante de la sufrida militancia. Sobre todo en un contexto de mayor exigencia ciudadana hacia la democracia interna y la transparencia de las organizaciones políticas. "En los ayuntamientos estamos de paso", les decía Togliatti a sus camaradas del PCI en los años cincuenta, "no se les olvide que nuestra casa es el partido". La cultura política coalicionera -construida en más de un cuarto de siglo en el poder- terminó por metabolizar lo contrario. Más que una formación democrática CC tendió a parecerse cada vez más a un culto cargo polinésico que tenía su autoridad proveedora en el presidente del Gobierno. Su fracaso como instrumento político para ampliar o mantener su base socioelectoral y abrirse como espacio para articular consensos es una de las razones del progresivo debilitamiento de CC como opción democráticamente sugestiva para las clases medias urbanas y segmentos como las mujeres, los jóvenes, los profesionales y los emprendedores. En el peor de los casos era una reliquia, en el mejor, un relicario.

2. Tú, te, ti, conmigo: el Gobierno en solitario. La decisión de destituir a los consejeros socialistas en diciembre de 2016 -cuando todavía no habían cumplido año y medio en sus cargos y habían votado disciplinadamente tanto los presupuestos generales de 2017 como la llamada Ley del Suelo- fue probablemente uno de los mayores errores de Fernando Clavijo y CC en esta legislatura. Tenían atada la buena voluntad de Mariano Rajoy -una vez recompuestas las relaciones con el Gobierno del PP en Madrid y con el voto de Ana Oramas siempre desatascador- y mantenían la colaboración con el PSOE en ayuntamientos y cabildos. Una situación casi idílica que vino a desbaratar la crisis de noviembre/diciembre de 2016 pero que empeoró con lo ocurrido el siguiente febrero: Clavijo decidía gobernar en solitario el resto de la legislatura, porque era imposible satisfacer las demandas del líder del PP canario, Asier Antona, para fraguar un Gobierno entre CC y los conservadores. La fama de insaciabilidad de Antona crecería en el futuro, como si fuera la Ava Gardner de la nueva derecha macaronésica, pero por el momento lo que se consiguió fue la prolongada irritación del PSOE y la exasperación del PP canario. Los coalicioneros se quedarían con todo el Gobierno -lo que obviamente evaporó cualquier crítica o duda interna sobre la decisión de Clavijo como estratega genial- pero se convertirían en la diana incesante de todas las fuerzas parlamentarias. Ni un aliado, ni un puente de diálogo abierto, ni un cómplice activo, ni un corresponsable en la gestión, lo cual no es tal vez lo más conveniente cuando se es la primera fuerza en escaños, en efecto, pero la tercera en votos, y el contexto político nacional no augura una gran estabilidad. Antona le escuchó una vez a José Manuel Soria que lo único que podría acabar con CC es un acuerdo entre el PSOE y el PP en el archipiélago, y esa consideración, filtrada por su propia experiencia palmera, la ha mantenido siempre. Durante semanas, y espoleada por el propio Antona, la exvicepresidenta Hernández creyó que una moción de censura respaldada por el PSOE y el PP -a la que se sumaría Nueva Canarias- la convertiría en Presidenta, y grande sería su triunfo y su venganza. Por supuesto, esperó en balde. Pero Clavijo comprobaría en su último año de mandato -y en especial cuando el llamado caso Grúas se instaló en la política regional- que existe también un frío dentro, y no solo fuera, el frío de que todas las fuerzas políticas te demonicen simultáneamente como el principal obstáculo para el desarrollo del país y el bienestar de sus habitantes, y solo tengas a Antona, al insaciable Antona, como hipotético aliado. Ah, y a Casimiro Curbelo. Pero para tener a Curbelo primero tenían que tener a Antona. Es posible que hace unos meses Clavijo creyera que le bastara tener a Pablo Casado. Pero no. Ya no habría medianeros. Los medianeros estaban hartos y querían rebelarse. Y Antona el primero. Sí, en un Gobierno en solitario estás más cómodo, pero solo mientras gobiernes, claro.

3. Primero crecemos, después distribuimos, y mientras tanto, me votan. Fernando Clavijo no es un político de derechas. Es un señor de convicciones mesocráticas al que se podría identificar como un socioliberal, a medio camino entre Carlos Solchaga y Luis Garicano. Cree en el Estado de Bienestar más como un estabilizador social -un conjunto de instituciones y programas para que todo sea más razonable, incluida la dinámica productiva- que como un acto flamígero de justicia universal. Y solo defiende -por decirlo así- demagogias económicamente sostenibles. Lo que ocurre es que después de ocho años de crisis brutal, desempleo estratosférico y pauperización incesante se esperaba, explícita o implícitamente, mayores compensaciones a cientos de miles de canarios maltratados y humillados por la pobreza, la miseria y el paro. Gracias a una mejora situación económica y al correspondiente crecimiento de los ingresos fiscales Clavijo y su equipo incrementaron el gasto en Sanidad y en políticas sociales -también, en menor medida, en Educación- en la segunda mitad de su mandato. Pero cualquier medida extraordinaria, que incidiera directamente en corregir la pobreza amontonada durante cerca de una década de crisis, fue discretamente aparcada. Un Plan de Choque contra la Pobreza, con especial insistencia en la feminización de la pobreza y en la pobreza infantil, por ejemplo. O un esfuerzo presupuestario, como en otras comunidades autonómicas, para complementar las pensiones no contributivas. O una mayor rapidez -antes incluso de que un artículo del nuevo Estatuto de Autonomía lo reglase- en transformar la renta canaria de inserción en una renta de ciudadanía que se creciera cuantitativa y cualitativamente, cubriendo otros perfiles personales y situaciones sociales. Ese inmovilismo que lo confió todo a la mejora económica y al incremento presupuestario para políticas y programas tradicionales -aunque sin duda necesarios- confirió un rostro tecnocrático y conservador al Gobierno autonómico. El Gobierno de Clavijo luchaba por los derechos políticos y las deudas presupuestarias que merecía Canarias, pero los canarios veían mengüados y no recuperados sus derechos sociales, y el relevante descenso del desempleo -del 33% al 19% de la población activa- no bastaba para superar la extensa socialización del malestar de la década anterior.

1/2. Clavijo The Only. En el inicio de los tiempos los Gobiernos de Coalición Canaria recordaban mucho una monarquía electiva: Manuel Hermoso, Román Rodríguez o Adán Martín en el centro y, a su alrededor, los grandes señores feudales de las ínsulas baratarias o sus directos embajadores. Era un sistema que beneficiaba a todos, porque maximizaba su proyección política como líderes insulares y, por consiguiente, su potencia electoral. Las cosas cambiaron posteriormente y en el Gobierno de Clavijo el único referente relevante político era el propio presidente del Gobierno. El clavijismo ha sido, sobre todo, una forma de liderazgo al mismo tiempo exaltada y meritocrática, y ese estilo de liderazgo ha empapado la acción y, sobre todo, el relato que el Gobierno construyó de sí mismo durante toda la legislatura. Por eso el caso Grúas fue tan nocivo. Aún más, según algunos, por eso el caso Grúas, simplemente, existe, y ha sido tomado en sus amorosas manos por la Fiscalía Anticorrupción. Lo cierto es que fue recibida por los dirigentes de CC con un ataque simultaneo de disonancia cognitiva: se decidió -se decidió, como siempre, entre una decena de líderes- que no había que comprender ni debatir demasiado, sino apoyar sin fisuras al presidente, y más rocosamente todavía, al candidato presidencial para 2019, porque la verdad siempre prevalecerá al final, como sabe cualquier buen aficionado a los películas de Disney. Clavijo, en 2015, fue la solución (al menos provisional) para una CC alicaída y atemorizada. Cuando la jueza decide someterlo a investigación judicial, es la solución y el problema al mismo tiempo, de cara a los comicios de 2019. Pero al computarse los votos y la suma de CC, PP y ASG no basta para sustentar un nuevo Gobierno, Clavijo se convierte en un problema para su propio proyecto político. Y, sin embargo, se decide tirar hacia adelante en unas negociaciones a toda velocidad, pese a la evidencia del veto de Ciudadanos a la investidura de Fernando Clavijo era inamovible. La tardía decisión de retirarse del juego llevó al empantanamiento de las negociaciones primero y luego, alimentado por los nervios y las prisas, a la esperpéntica propuesta de encaramar a la Presidencia a María Australia Navarro, a la que no estaban dispuesto a votar cinco diputados del PP, según supo de inmediato -y transmitió a su amigo Clavijo- Casimiro Curbelo. Clavijo debió retirarse antes. Al día siguiente de las elecciones. Y todo hubiera sido (o no) distinto.