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análisis

La guerra de las cervezas

Mario Moreno ha logrado colocar al Ayuntamiento chicharrero cosas como el Festival Oreo. Es apreciado en la Sociedad de Desarrollo

Patricia Hernández, alcaldesa de Santa Cruz de Tenerife. maría pisaca

Acababa de terminar la Guerra Civil cuando un grupo de empresarios tinerfeños, dirigidos por el industrial Máximo Acea Perdomo, fundó en Santa Cruz de Tenerife la primera empresa cervecera de la isla. La llamaron Compañía Cervecera de Canarias y su objetivo era ocupar el sitio dejado libre por La Tropical, creada 15 años antes por el grancanario Cástor Gómez Navarro. La cervecera de Las Palmas había quebrado durante la Guerra Civil y los tinerfeños vieron en ello una oportunidad de ocupar un terreno que había quedado libre. Pero las guerras lo ponen todo patas arriba: el 1 de septiembre de 1939, la Wehrmacht cruzó la frontera con Polonia y comenzó la Segunda Guerra Mundial. La cervecera tinerfeña se encontró con los mismos problemas de aprovisionamiento que provocaron el cierre de su colega grancanaria y no pudo arrancar la producción hasta 1948, después de que la maquinaria -comprada a Alemania en 1939- comenzara a llegar al final de la contienda.

En ese tiempo, lo que quedaba de la Tropical fue adquirido por un grupo local de empresarios que ya comercializaban café, chocolate y pescado. Ese grupo, Sical, inauguró en 1960 una enorme fábrica en Barranco Seco, que devolvió a su cerveza el predominio en las Islas. Una década después, los tinerfeños abrieron otra moderna fábrica en la Vuelta de los Pájaros de Santa Cruz y Dorada comenzó a extenderse por todas las islas, hasta que en 1994, después de años de mirarse fijamente a los ojos sin bizquear, Tropical y Dorada se fusionaron en una única empresa para quedarse con todo el mercado local. O eso creían: fue por esas fechas, a mediados de los 90 cuando una antigua cerveza neerlandesa, Heineken -elaborada en 1873 por el español Víctor Alcañiz- comenzó su comercialización masiva en las Islas. Más enfocada a su distribución en supermercados y grandes superficies, pero decidida a implantarse entre los jóvenes consumidores y los bares que atienden al sector turístico, Heineken desarrolla desde entonces una silenciosa guerra comercial con las cervezas canarias.

Uno de los responsables actuales de esa guerra -más cruenta de lo que pudiera creerse- es un empresario local, representante de bebidas carbónicas, viejo conocido de Juan Amigó, al que aprovisionaba de refrescos en la época en la que Amigó se dedicaba a regentar y explotar bares y locales de ocio nocturno. Se llama como el actor que interpreta a Cantinflas, Mario Moreno, pero mejor no hacer chistes con eso. No le gustan.

Amigó y Mario Moreno no se han caído nunca demasiado bien: Amigó se ve a sí mismo como un caballero de alcurnia, y considera a Moreno como un tipo de otro nivel, un advenedizo, un vendemotos que ha logrado prosperar escalando en el mundo de la política a base de hacer y recibir favores. Es verdad que Moreno ha sido siempre un tipo cercano al mundo de la política, donde se ha movido bien, ofreciendo lo mismo que ofrece a sus clientes, capacidad y talento para la organización de jolgorios diversos. Era conocido en Galcerán -sede de la antigua ATI y ahora de Coalición Canaria- cuando toda Tenerife respondía a esas siglas, y después, en la época en que Larry Álvarez se ocupaba de llevarle los asuntos de comunicación a José Manuel Soria, hizo cosas para el PP.

Siempre ha tenido un pie en la política y otro en el mundo de la representación de marcas ante las corporaciones públicas. Moreno fue primero comercial y luego representante de bebidas, pero también fue directivo de Pepsi en Canarias, hizo algo de fortuna, la perdió, se sintió maltratado por antiguos socios y colegas, y desarrolló el perfil de persona que sabe lo difícil que es estar siempre arriba. Nadie le ha regalado nada, y lo que perdió lo perdió probablemente por fiarse más de la cuenta de sus propias capacidades. Pero es un tipo que aprende de sus errores: hoy es dueño de una pequeña productora que se ocupa de organizar fiestas, saraos y actos culturales vinculados a distintas marcas, especialmente a la cerveza Heineken y a productos de la división alimentaria de Mondelez (la antigua Kraft) que en Canarias gestiona un pequeño firmamento de marcas como Oreo, TUC, Belvita, Toblerone, Cadbury, Trident o Halls.

No es un mendigo de recursos públicos. Lo que hace Moreno es distinto: vende las marcas que representa a las instituciones públicas, ofrece el dinero de sus clientes a las sociedades municipales para patrocinar fiestas y eventos, como el carnaval o la fiesta de la cerveza. Ha logrado colocarle al ayuntamiento chicharrero cosas como el Festival Oreo. Y es un tipo apreciado en la Sociedad de Desarrollo: Heineken puede ingresarle entre 75.000 y 120.000 euros por un evento medio y con eso se pagan algunos sueldos. Él no obtiene dinero directamente del Ayuntamiento, él lo ofrece. Y luego se gana su parte por organizar los eventos, que le pagan las marcas.

Hasta finales de 2017, la relación con quienes mandaban entonces en Santa Cruz era espléndida, coleguitas del alma: pero en 2017, hizo una buena puja por quedarse con el Carnaval 2018 y por los motivos que fuera -a lo mejor pensaron que convenía apostar por lo local-, Alfonso Cabello le dio el carnaval a Dorada y no a Heineken. Y repitieron poco después con la fiesta de la cerveza. Quienes le conocen dicen que se cogió el rebote del siglo. A fin de cuentas, le dejaron sin negocio ese año. Probablemente ya estaba afiliado a Ciudadanos (la afiliación al partido naranja no es pública, la gente se afilia por internet, paga su cuota por banco y la relación de afiliados sólo la conocen los secretarios de organización), o quizá se afilió entonces.

Y fue por eso que conoció a Matilde Zambudio, coordinadora de su comité local. Ella se quedó fascinada con su don de gentes, su conocimiento de los mecanismos de la política, su labia, que conociera a todo el mundo en Santa Cruz y que pareciera no tener miedo a nada. Y él, que es un tipo listo: se pegó a ella como una lapa, le ayudo a presentarse a la alcaldía, y luego le hizo una estupenda campaña, con carteles enormes en los que salía muy guapa, reparto de flores a los vecinos, comidas multitudinarias en el bar El otro... cosas poco habituales en un partido tan poco dado a excesos en campaña -excepto si se trata de Albert- como es Ciudadanos.

Amigó acabó tragando con él, aunque le seguía cayendo mal. No soportaba su carácter expansivo y su desparpajo, ese estilo de hacer las cosas tan distinto del suyo. Pero un día se dio cuenta de que iba a ser la persona clave para cerrar el pacto que él quería cerrar para quedarse con urbanismo. A cambió Moreno podría disponer de acceso a Cultura y la Sociedad de Desarrollo, que gestionaría su amiga Matilde. Lo de convertirse en el hombre clave ocurrió -como tantas muchas cosas- de forma completamente casual.

José Ángel Martín había convencido a Patricia Hernández para que se acercara con él al recinto ferial de Tenerife, donde se estaba celebrando GastroCanarias, la feria de la Alimentación de la isla, uno de esos sitios en los que uno puede dejase ver por miles de personas con sólo darse un garbeo. Allí se tropezaron con Mario Moreno: Martín le conocía y los presentó, y la candidata a alcaldesa y él congeniaron en un plisplás. Patricia Hernández captó inmediatamente que Moreno pertenecía al grupo de los insatisfechos, personas que se consideran peor tratadas por la vida de lo que merecen, e inició con él una fulgurante relación de amistad. Un par de días después de las elecciones, los pillaron a ella y a Martín en torno a una mesa de la pizzería Vicoli, al lado de la empresa de Moreno, con Amigó, la Zambudio y el propio Moreno de anfitrión.

Alguien de Coalición pasó por allí, les sacó una foto con el móvil y se la envió al alcalde Bermúdez. Y Bermúdez se la rebotó a Teresa Berástegui, que llamó a la Zambudio y le pidió que no fuera imprudente: "Tú eres boba, ¿cómo se te ocurre?, delante de todo el mundo...". La Zambudio prometió no volver a reunirse con la candidata socialista -ni con nadie más- al margen del partido. Fue una más de las promesas que incumplió esos días.

El martes 11 de junio, Fernando Clavijo ofreció al PP aceptar la presidencia del Gobierno, y en Ciudadanos de Canarias se recibió desde la corte el ucase de paralizar absolutamente todas las negociaciones. Dos días después, el Comité de Pactos volvió a reunirse con la Zambudio y Juan Ramón Lazcano en un encuentro muy tenso, para explicarles que si el PP cerraba un acuerdo con Clavijo fuera del Gobierno, y Ciudadanos se incorporaba a ese acuerdo, el mismo pacto se trasladaría a Santa Cruz de Tenerife. Ambos concejales, muy decepcionados, pidieron entonces que se abriera la posibilidad de pactar con el PSOE, sin incorporar a Podemos al gobierno municipal. Era algo que ya había acordado con Patricia Hernández Ramón Trujillo, de Izquierda Unida, y que había sido respaldado por él y los otros dos concejales de Podemos. Para justificar ese acuerdo, Zambudio se refirió al pacto andaluz suscrito por Ciudadanos con el PP, sin necesidad de pactar explícitamente con Vox. Se le aclaró que esa posibilidad no existía, que lo único que podían hacer si no estaban dispuestos a apoyar el acuerdo con Coalición y el PP, era votarse a sí mismos o abstenerse. Con eso era suficiente para que Bermúdez siguiera como alcalde, al establecer la ley que resulta elegido el candidato más votado si no se produce mayoría absoluta. Primero Zambudio, luego más tímidamente Lazcano, contestaron que si llegaba el caso, se abstendrían y se mantendrían en la oposición. Zambudio se puso a llorar y repetía: "Esto es injusto, es muy injusto". Pero dijo que lo haría.

Franciso Pomares.

Periodista

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