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Análisis

El cementerio de elefantes

Antona fue fulminado y protagonizó una despedida muy sentida, que dejó clara para la posteridad la gallardía de un estilo personal, educado en dar órdenes a las rubias y puñetazos en la mesa

Imagen del discurso de investidura que leyó Ángel Víctor Torres (PSC-PSOE) en el Parlamento de Canarias. lp/dlp

Y así acaba, eso fue todo: los partidos del pacto se comprometieron a convertir los treinta folios del documento de bases en un programa de Gobierno, pero aún deben seguir en ello, porque lo cierto es que no lo han presentado. A cambio, Ángel Víctor Torres escribió un discurso de investidura mejor escrito de lo que es habitual, con tropezones líricos y todo, pero con más compromisos que explicaciones de cómo cumplirlos. Y el Gobierno se instaló en un agotador reparto de sillones y canonjías que aún no ha terminado. Por el camino, Carlos Alonso se tragó una censura apoyada por otros dos tránsfugas de Ciudadanos -el funcionario Arriaga y Concha Rivero, expulsados al instante- que convirtió al socialista Pedro Martín en presidente del Cabildo de Tenerife, consumando el desalojo de Coalición del poder en la isla. No se fueron por las buenas, antes ofrecieron el bochornoso espectáculo de intentar evitar la partida con una estratagema idiota que paralizó el pleno de censura durante la hora más larga y patibularia de la reciente historia del Cabildo tinerfeño.

Tenerife no fue, además, el único sitio dónde Coalición resultó desalojada habiendo ganado. Son esas obligadas licencias de la democracia que se invocan sólo cuando a uno le conviene: ahora se quejan, pero a fin de cuentas, echar al más votado fue práctica común de Coalición, sufrida en sus carnes por el protomártir Santiago Pérez, o Juan Fernando López Aguilar, o el después ministro Soria, que ganó para dar paso a un gobierno de nacionalistas y socialistas que -sorpresa- fue el primero de más de un partido que se mantuvo en Canarias una entera legislatura. Nada podían ahora reprochar a que en La Palma y Fuerteventura, también se cortaran pescuezos: Nieves Lady Barreto y Lola García, dejaron la presidencia insular a las bravas, y puede que el desahucio no haya acabado, porque ahora empieza lo que queda del ajuste municipal, que no ha de ser mucho. Probablemente.

No hay gente para tanta cama

Gustavo Matos consiguió por fin un puesto a la medida de su ambición y talento para la espera: sin proponérselo siquiera se convirtió en presidente del Parlamento y segunda autoridad de Canarias, y al hacerlo el PSOE tuvo que enfrentarse también a su propio bochorno: una de las votaciones más ridículas de la historia del Parlamento regional, votándose una mesa que hasta el más lerdo sabía no podía ser elegida por cuestiones de paridad. Torres ganó por uno más de los que le hacían falta: su hijo Miguel se había descolgado desde la tribuna de invitados con un premonitorio grito de alegría. Él confirmó después muy de poco a poco su Gobierno cuatripartito y más bien deslavazado, porque -al contrario de lo que siempre había ocurrido hasta entonces-, el problema no es que no hubiera cama para tanta gente, sino que no había gente para tanta cama. Deseosos de poner en marcha un programa de gobierno que aún hoy no se ha redactado, los consejeros comenzaron debatiendo entre ellos por el calendario de la renta básica, primer encontronazo entre realidad y deseos, y luego intentaron encontrar la forma de que no se note que Madrid no quiere pagar lo que debe a las Islas. No por avaricia, no. Es que cada euro que se ahorra aquí enjuga el déficit del Estado.

Si esperaban encontrar el pozo de los tesoros, descubrieron una región en peligro de ser intervenida (o eso nos dijo Román Rodríguez, consejero de los sustos): no está nada claro que tal cosa vaya a ocurrir, pero tampoco es imprescindible, lo importante es que el miedo a que suceda permite preparar el patio para la subida de impuestos que las arcas canarias necesitan si quienes mandan quieren de verdad meterle mano a una agenda social, que no va a ser fácil.

Y andaban haciendo las primeras cuentas, cuando el infierno se desató y mando a parar, y el rencor que crece en la victoria y el ansia de revancha se detuvo por horas, se enquistó apenas en las redes -ese virtual estercolero de anónimas miserias humanas- y hubo momentos de heroísmo y valor y entrega y sacrificio frente al fuego, como sólo las gentes normales saben ofrecerlos.

En los grandes desastres, asoma la gente más entera, se reducen los gestos superfluos, y la historia separa a los buenos de los inútiles, como aventar separa el trigo de la paja.

Eso también pasó, y lo que fuera un impasse de grandeza se extinguió después de la última chispa, y empezó de nuevo el baile de los codazos y el salir en la foto. Más o menos, así fue, mientras comenzaba a construirse lentamente el nuevo poder.

Los que perdieron

Y de los que perdieron... ¿qué fue? En el hospital de los elefantes ya no caben muchos más: medio millar de damnificados -consejeros del Gobierno y los cabildos, concejales sin mando en plaza, cargos intermedios, jefes de empresas públicas, enchufados, asesores, jefes de gabinete, expertos y tiralevitas, consortes, hijos y primos- languidecen a la espera de que sus colmillos cortados puedan volver a crecer algún día. Y luego está el oficio de difuntos, que se celebra por los caídos (en desgracia) en el cementerio de al lado....

Asier Antona perdió el mando y el tino en la kermesse asirocada y revuelta de su propio partido: antes de pactar su obligado exilio en el Senado del Reino (y un puestito de consolación de cuarto nivel cosmético en la ejecutiva de Pablo Casado), este bilbaíno que eligió nacer en Santa Cruz de La Palma (porque los de Bilbao nacen donde a ellos les da la gana) demostró su atlética elegancia sometiendo a Australia Navarro a la humillación pública de quitarle antes la portavocía del Grupo Parlamentario Popular. Después intentó aparentar docilidad ante Génova y apartarse del conflicto palmero, decir que él no tenía nada que ver, que "yo no he sido", pero las evidencias de su esfuerzo eran tantas y tan obvias que quedó ante su partido, como se suele decir, peor que si le hubiera maquillado alguien aquejado del baile de San Vito. Fue fulminado y protagonizó una despedida muy sentida, que dejó clara para la posteridad la gallardía de un estilo personal, educado entre órdenes a las rubias, puñetazos en la mesa y el llanto emocionado e inconsolable de los niños, cuando las cosas no salen como uno espera. Somos latinos, gente que adora el drama y disfruta con la farsa: le aplaudieron a rabiar en su despedida obligada -más la izquierda agradecida que la asombrada derecha- pero no solo porque se fuese dejando sitio: con él partía hacía la Corte y el olvido el último de los grandes torpes que en la política canaria han sido. Le sustituyó la rubia, presidenta provisional de la cosa popular. Sic transit gloria mundi, que quiere decir "se acabó lo que se daba".

Otro que se fue, el mismo día, aunque por motivos distintos, fue su antagonista elegido, el confiado Fernando Clavijo. Le pudo más su temperamento de quinqui lagunero que su disfraz de buen yerno que toda suegra quisiera tener. Y el arte de respirar del buen karateka tampoco le sirvió de mucho esta vez: tardó demasiado en darse cuenta de que Santiago Pérez había logrado su objetivo de convertirle en un juguete sin pilas. Pero perder es lo que tiene, que te sitúa a la fuerza en el mundo. Siguió el rumbo de la perrita desde el garaje de las grúas a la Audiencia Provincial, habló con su carísimo abogado y decidió apartarse lo más posible del camino de Astor Landete. Comprendió -también demasiado tarde, como había comprendido que era una rémora para rehacer un Gobierno en torno a Coalición- que quedarse en Canarias suponía acabar procesado y muy probablemente condenado. Intentó mantener el tipo, pero sospecho que entendió a la primera que la cosa daba para pocas vueltas: entre acabar arrastrándose por los juzgados y aburrirse en el Senado, optó sin dudarlo por lo segundo. Ahora le consumirán las prisas por resolver en el Supremo y volver, pero ya se sabe que los tiempos de la Corte tienen su propio ritmo. En la espera, ya empiezan a escucharse ruidos de navajas por la España tropical. Si piensa en el regreso, mejor que no se despiste, porque la derrota no ayuda mucho. O puede que sí. Que pregunten a Pedro Sánchez.

Y luego estaban los tránsfugas: ellos -seis de Ciudadanos, los dos majoreros, los tres tinerfeños y la catalana Zambudio, más siete del PP, todos palmeros, más dos gomeros del PSOE- lograron colocarse y pasar a cobrar salario público. Les espera un tiempo de sorpresas y juzgados si sus partidos se mantienen en lo de cobrarse las cuentas. Si no, cualquiera sabe. En esta tierra se ha visto de todo. Peor lo tienen quienes inspiraron a los tránsfugas: Asier, ya se dijo, y el equipo de Juan Amigó y su tropita de desertores. Amigó anda culpando a la Zambudio de haber actuado en contra de sus instrucciones. Es falso de toda falsedad, y lo sabe hasta el médico chino. Pasea su sufrimiento de clase por los viejos rincones de la city chicharrera, llama a Bermúdez para lavar su conciencia de amigo de toda la vida y va por ahí enseñando mensajes de apoyo de su padrino político, el lobo Fran Hervías, diciendo que a él nunca le pasará nada porque él lo sabe todo. Y lo único que sabe son algunos chismes de juergas masculinas en las que jamás -jamás- estuvo Mariano.

¿El sonriente Cejas? Él es un bendito, no hizo nunca nada malo, sólo presentarse y no salir, porque al hombre no le llegaron los votos. Pero se cogió un berrinche tan, pero tan grande, que anda por ahí amenazando con enseñar el chat de guasap -'Confianza', se llama- que tenían abierto Amigó y Melissa Rodríguez y David Calvo, secretario de organización antes que Amigó, en el que empezó a gestarse toda la farsa que acabó por destruir al partido. Se aburre Mariano mucho ahora que ya no pinta nada: se pasa todo el día dándole a la tecla en Twitter, en perfiles camuflados y evidentes. El otro día llamó a los coordinadores de las islas y les contó con pelos y señales que todo ha sido un gran engaño: que desde el principio fue cosa de Melissa, que fue ella la que dio la instrucción de sacar a Coalición de todos lados. Que fue también ella quien prometió impunidad a los que desobedecieran, que les juró que Madrid estaba en la pomada, les embarcó, les lanzó a esta guerra de las derechas y luego les dejó tirados. Porque se había puesto de acuerdo con Asier para hacerlo. Y esa era, precisamente, la 'conexión palmera'.

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