Era el día de Román Rodríguez, el vicepresidente taumatúrgico del Gobierno más progresista de la historia de la Macaronesia, consejero de Hacienda, de Presupuestos y de Relaciones con la Unión Europea, excasi todo en el pasado y hoy visir en lugar del visir, sin duda el mejor orador de la Cámara y el político más profesional, y profesionalizado, entre todos los presentes. Llegaba el debate de primera lectura del proyecto de ley de presupuestos generales para 2020 „"nuestro primer presupuesto", dijo el viceRodríguez - y con el texto la primera señal de lo que, en verdad, quiere y puede hacer el Ejecutivo presidido por Ángel Víctor Torres. Obviamente los tres partidos en la oposición presentaron enmiendas a la totalidad y obviamente las enmiendas fueron rechazadas, de manera que el proyecto de ley seguirá su tramitación.

No es dudoso el hecho de que Rodríguez conozca perfectamente el diseño y la estructura de unos presupuestos públicos, pero, pese a ciertas ínfulas, su parecido con Schumpeter se me antoja ya más discutible. Rodríguez sintetizó todas sus observaciones de las últimas semanas para una definición más política que técnica del proyecto presupuestario. . Rodríguez se escandalizó mucho con la desaforada oposición escandalizada por el superávit acumulado en los bancos y por los pagos de la deuda, exactamente como lo hacía el consejero de Hacienda cuando estaba en la oposición. "Pero sobre estos presupuestos", subrayó el mejor barítono del Ejecutivo, "se incorporarán cuando existan unos nuevos presupuestos generales del Estado, gobierne quien gobierne". Se trata más de una voluntad mágica que de una voluntad política. Harry Potter debe ser socialdemócrata. ¿Y si no hay nuevo Gobierno? ¿Y si tal Gobierno no consigue aprobar unos presupuestos generales del Estado? ¿Por qué un Gobierno - sea del signo que sea - sometido a una situación económica y fiscal particularmente delicada cumplirá con Canarias en dichos presupuestos y cómo se puede afirmar tal cosa después de la experiencia histórica acumulada? Rodríguez acabó afirmando que pese a todo en todas las políticas sectoriales se incrementaba la inversión, y apuntó de nuevo que no pensaba volver a la oposición, un tic verbal un tanto inexplicable. Me imagino que no. Cualquiera se imagina que no, con lo que le ha costado regresar. También se refirió a Torres en dos o tres ocasiones como "el actual presidente de Canarias". El presidente levantó la vista de sus apuntes, pero fue para perder la vista en el infinito y más allá. El presidente está un tanto ausente. Tal vez preparando los detalles de su próxima boda y los cuatro o cinco días de asueto que se tomará en diciembre. Lleva desde julio sin parar la pata. Es un hombre hogareño y lo que más detesta en el cargo es el tiempo que le roba a la familia y a estar tirado leyendo algo que no tenga que ver con la política.

María Australia Navarro llegó con un hisopo en el bolso Gucci para tratar de ahogar en el agua bendita del liberalismo el proyecto presupuestario del Gobierno. Las borlas coloradas de su traje chaqueta sin duda habían sido elegidas para provocar el pánico del Ejecutivo y, en particular, del señor Rodríguez. Servidor no había visto nada similar desde las Grecas, pero la líder del PP, teestoyamandolocamenti, todavía ignora que indumentariamente al vicepresidente solo se preocupa por sus corbatas y por no echar barriga. Para Navarro - al que ayer llamaron varias veces Australia, más tarde o más temprano la tacharán de Nueva Zelanda - los presupuestos debatidos era "un ejemplo de insensatez", unas cuentas "tóxicas para la economía canaria", "un engaño y una frivolidad", y "un armazón contable con pies de barro" y lo que es peor: incurrían en el pecado nefando de aumentar los impuestos. Aumentar los impuestos es invariablemente una inspiración diabólica y solo le faltó a la diputada advertir a Torres y Rodríguez que sus almas estaban perdidas para siempre. Con todo, lo que molestó al consejero es la referencia al aumento de personal eventual de la Vicepresidencia del Gobierno: no es que don Román haya creado más plazas, sino que se las ha traído de otros lares administrativos para mayor resplandor de su corte. En ese momento Rodríguez - no puede reprimirse - se dedicó a hacer aspavientos más o menos grotescos y faltones desde su escaño. En su réplica recordó a Vox, a las subidas de impuestos de Mariano Rajoy, a la derechización del PP, a la socialización de la crisis de los Gobiernos de derechas, a la maldad ínsita de los carpetovetónicos conservadores españoles, y pareció quedarse más o menos a gusto. Con la portavoz de Ciudadanos, Vidina Espino, fue más expeditivo. Simplemente le espetó que no sabía de lo que hablaba, muy probablemente, porque no había leído o entendido los presupuestos. Una observación que Rodríguez, por cierto, no se molestó siquiera en demostrar. Si el consejero de Haciendo hubiera demostrado una actitud similar con una diputada de izquierdas le hubieran estigmatizado instantáneamente como un machista arrogante, pero como se trata de una representante de Ciudadanos el señor Rodríguez no corre ningún peligro al llamarla analfabeta.

Lo más interesante del debate, sin duda, fue el rigodón que bailaron Román Rodríguez y José Miguel Barragán, portavoz de CC y todavía secretario general de los coalicioneros, al que el expresidente Fernando Clavijo se ha dedicado, en las últimas semanas, a poner a parir entre los suyos como paso previo para ocupar la secretaria general, sin duda como un acto de patriotismo de partido. La intervención de Barragán fue precisa, lacónica inteligente y siempre argumentada: prefirió analizar propuestas y cifras concretas antes de meterse en el bosque de las buenas intenciones. Recordó como PSOE y, en especial, Nueva Canarias, tachaban de "cobardes para arriba" por no utilizar el superávit y, sobre todo, metió el dedo en la llaga de las contradicciones del proyecto presupuestario, y en su énfasis - no carente de postureo „ en políticas sociales y asistenciales con una asombrosa tranquilidad frente a la desaceleración de la economía, la caída del consumo y el crecimiento del desempleo. Aunque no lo formuló así, esa es, precisamente, una de las claves de la debilidad del proyecto de presupuestos generales para 2020: la obsesión por las políticas sociales descansa sobre la ausencia de una política económica dotada de diagnósticos y estrategia. La otra - insorteable para este o cualquier Gobierno - es la peligrosa suposición de que se dispondrá de unos presupuestos generales del Estado en los próximos dos o tres meses y se cumplirá con Canarias: un futuro oscuro en el que, de creer al responsable de la Hacienda canaria, trotan unicornios de gofio y miel. Rodríguez elogió la intervención de Barragán y al hablar de Madrid, villa mezquina y tahur, incluso fue aplaudido por los diputados de CC. Barragán bailó la pieza, pero no se distrajo, sin embargo, y subrayó que cuando se gobierna con responsabilidad no se prioriza el cumplimiento de un programa electoral sean cuales sean las condiciones objetivas o los cambios de coyuntura, y denunció el incumplimiento de la Ley de Servicios Sociales, que debe contar con 55 millones. Le sugirió que la pasta prevista para la renta de ciudadanía se emplease para la ley de Servicios Sociales hasta que se apruebe una normativa que materialice la nueva figura recogida en el Estatuto de Canarias. No parece que le vayan a hacer caso.

Lo demás fue, como es lógico, el apocalipsis, es decir, los grupos parlamentarios que apoyan al Gobierno apaleando a Coalición Canaria y, en mucha menor medida, al PP. Hasta para Ciudadanos hubo leña. Allá en el Terciario autonómico, es decir, a finales de los años ochenta, los portavoces de la mayoría, en los debates parlamentarios, le hacían la pelota al Gobierno y adelantaban si acaso alguna enmienda. Es el papel que deben jugar en estas circunstancias. Pero las cosas cambiaron rápidamente y hoy los grupos de la mayoría, incluso en el debate de primera lectura, se dedican a defender furiosamente un proyecto presupuestario en el que no han tenido ni arte ni parte, y a masacrar al adversario político, cuya respiración mefítica envenena sus sueños. Es una perversión del debate parlamentario, pero después de treinta años de progresivo estropicio entre todos los partidos, nadie se acuerda ya ni le importa a nadie un higo pico. Manuel Marrero dejó constancia que Coalición es un mal sin mezcla de bien alguno, una monstruosidad inconcebible para cualquier alma pura, una catástrofe que desafía a los cielos, una sima de iniquidad, romerías y clientelismo. Iñaki Lavandera dio la versión laica del discurso de Morales para aclarar que menos mal que están aquí (y que le dejan hablar a él veinte minutos al trimestre). Luis Campos hizo notar que la ley presupuestaria era tan importante que se había chaqueta y corbata. No cabe descarta incluso que se hubiera echado colonia. Los presupuestos del Gobiernos eran buenos, según Campos, porque beneficiaban a la mayoría y fortalecían los servicios públicos, y si no llegan las perras de Madrid próximamente, él no lo iba a tolerar. No amenazó con quemar la corbata y tal vez prescindir de la colonia como instrumentos de presión sobre la metrópoli, pero le faltó poco.

Casimiro Curbelo, por supuesto, no se metió con nadie. No le hace falta. Habla como el Dios del Antiguo Testamento, a través de metáforas y parábolas poco comprensibles, pero se le adora igual por todos en el acatamiento de los creyentes que no creen en nada, salvo en el infierno de no tenerlo de su lado.