Cada día, a las ocho y media de la mañana, Julia Rodríguez recibe a sus alumnos a las puertas del colegio. Son solo siete. La despoblación se ceba con las medianías y cumbres de las Islas y toma forma, como en ningún otro punto de la geografía insular, en Artenara. Líber, Gabriela, Nicolás, Leyre, Héctor, Aisha y Brian no solo son vecinos y amigos, son también compañeros de pupitre pese a la diferencia de edad que hay entre ellos. En el municipio cumbrero de Gran Canaria la esencia de la escuela unitaria late con fuerza. Aprendizaje cooperativo, autonomía y arraigo social. Tres características de la escuela rural que se concentra en el único centro educativo de la localidad.

En Artenara los inviernos son crudos y los veranos calurosos. El último pasó, además, envuelto en fuego. Algo más de 44 kilómetros separan el casco de la capital, una distancia que el reloj fija en una hora en coche. Los vecinos de Artenara cada vez peinan más canas y ven menos niños correr por sus calles. Este curso la escuela no recibió ningún pequeño de tres años; tampoco el anterior. Artenara es, de hecho, el octavo municipio del Archipiélago con el índice de envejecimiento más elevado (25,23) y la localidad canaria con el marcador de juventud más bajo (4,59), según los datos publicados por el Instituto Canario de Estadística (Istac) relativos a 2018. El pueblo cuenta con algo más de 1.000 habitantes, pero apenas quedan niños y la juventud es escasa. El alcalde, Jesús Díaz, mira al recién nombramiento de Risco Caído y las Montañas Sagradas de Gran Canaria como Patrimonio de la Humanidad como un polo de atracción de población joven y un filón para la instalación de nuevas empresas pese a la lejanía de la capital.

Díaz define la situación demográfica del municipio como "preocupante" porque solo siete niños acuden al colegio. Aun así, se muestra esperanzado por la previsión de que en enero se sumen dos alumnos más. El alcalde popular no teme por el cierre de la escuela, que en otros tiempos llegó a impartir la Secundaria, porque es el único centro educativo del pueblo. No es una unitaria instalada en un barrio, es la escuela del pueblo.

En su patio los siete niños comparten juegos y risas a la hora del recreo. Todos son amigos de todos y todos juegan con todos. Su maestra, Julia Rodríguez, es la directora, tutora y encargada del comedor al mismo tiempo. Rodríguez destaca el crisol de valores que mana de ese tipo de escuelas. Forman una piña y se convierten en una auténtica familia. Los pequeños absorben como esponjas las lecciones para los mayores y ellos, los de más edad, se convierten en una especie de tutores para los menores.

Líber tiene cuatro años y es alumno de Infantil; Gabriela y Nicolás son estudiantes de primero de Primaria; Leyre y Héctor cursan cuarto; Aisha está en quinto y Brian, en sexto. Este último, al igual que sus predecesores, tendrá que desplazarse hasta Valleseco el próximo curso para comenzar la ESO. "Son niños inquietos, acostumbrados a estar en libertad, a jugar en el campo", describe la directora, quien también celebra que el colegio cuente, además de con comedor, con transporte.

Durante los últimos cuatro años, ante la merma del alumnado, el colegio solo ha contado con una única clase. Rodríguez expone que es necesario realizar un "juego de programación" para impartir las materias. En su día a día, también se apoya en los cinco maestros itinerantes que se desplazan a Artenara para impartir las especialidades. Un apoyo vital para continuar con el trajín diario que conlleva una escuela.