Cuenta la historia cómo la ciudad de Bizancio, hoy Estambul, rodeada por los turcos, no debatía en su interior cómo defenderse de las sucesivas oleadas del enemigo. Por el contrario, sus autoridades civiles y religiosas discutían, acaloradamente, encerrados en Santa Sofía, lo que consideraban el tema más transcendente: el sexo de los ángeles. Y mientras las tropas turcas más avanzaban, se hacía más apasionada la porfía sobre si eran angelitos o angelitas.

Bizancio cayó, el gran imperio de Justiniano fue borrado de la historia, y Estambul se convirtió en la gran capital del nuevo imperio turco. La cultura occidental incorporó a su sabiduría histórica la ridiculez de las llamadas "discusiones bizantinas".

Discusiones bizantinas son también las que tiene Coalición Canaria desde que perdió el poder hace seis meses. Cayeron, como fichas de dominó, una tras otra, el Gobierno, los cabildos y los principales ayuntamientos. Pero ante el desastre, no aparece por parte alguna el general que intenta reagrupar las tropas dispersas, para seguir combatiendo e intentar recuperar algún día la hermosa ciudad perdida. Por el contrario, cada tribu se ha reunido en su isla para discutir su futuro.

Los siete ciegos

Tenerife reclama, como siempre, su derecho a la hegemonía: "Sigo siendo quien más votos tiene, y los tengo porque he apostado por el electorado de centro-derecha y por un nacionalismo conservador". Y sentencia: "Los que pierden son los que apuestan por el centro-izquierda, lo que llaman nacionalismo progresista. No olviden que Coalición Canaria obtuvo 20 diputados y Nueva Canarias, cinco".

La Palma, que podría pensar lo mismo, está más confusa. No termina de entender cómo el Partido Popular palmero ha pactado con el PSOE para destruir a Coalición Canaria. Fuerteventura, Lanzarote y El Hierro reivindican el nacionalismo progresista, que definió a CC en sus primeros doce años, justamente la década que dio el éxito electoral y político al nacionalismo canario.

¿Y Coalición de Gran Canaria? Anda perdida, como alma en pena, tan confusa que no sabe decir si los angelitos son machos o hembras. Solo llora, como en el coro de Nabuco, el recuerdo de la patria perdida. O más bien, el poder perdido.

No es la primera vez que narro la vieja fábula hindú que leí en el libro de inglés del Bachillerato. Cuenta la siguiente historia: por unos caminos polvorientos de la India transitaban siete ciegos con sus bastones, quejándose del calor y del polvo. De repente, oyeron un fuerte ruido que se acercaba. Asustados, discutieron qué podría ser. Uno de ellos, el más decidido, se acercó al "ruido", lo tocó y dijo: "Es una serpiente, pero no hace daño". Otro se acercó, tocó y dijo: "No es verdad, es una espada". El tercero: "Es como el muro de una casa". Y así hasta siete. Los ciegos, claro está, no veían al elefante; que asombrado los miraba a su vez.

Cuenta esta trágica historia, que los siete ciegos empezaron a discutir, cada vez más agresivamente, porque confundían la trompa, los colmillos, el lomo, el rabo, etcétera, con serpientes, espadas, muros... De los insultos pasaron a la violencia y los siete ciegos acabaron en una trifulca y murieron a bastonazos. Igual que nuestras siete islas pueden morir, es decir no ser nada en la historia, si no descubren a tiempo al elefante.

El elefante

Canarias, dice su Estatuto recién aprobado, aspira a ser un Archipiélago Atlántico, que juegue un papel líder en innovación, sostenibilidad y calidad medioambiental, modelo turístico, educación, formación, cultura, salud, lucha por la paz, cooperación y solidaridad con todos los pueblos de esta zona del mundo, que va desde África Occidental hasta el Caribe, en la latitud 28 y 29 del Atlántico.

Hemos pasado de ser unas islas deprimidas, subalternas, con una economía y un pueblo tutelados, a una sociedad que aspira, por primera vez en su historia, a coger las riendas de sus decisiones y gestionar su autogobierno. Esto es, justamente, lo que se juega Canarias en esta década decisiva en que acaba de entrar. En un tiempo histórico en que Europa se tiene que refundar y definir su papel en el mundo. Y España, reformando su Constitución, también.

Se trata, por tanto, de construir la nacionalidad canaria, que es como nos define nuestro Estatuto. Y lo hace así porque la Constitución española, en su artículo segundo, establece que en España se integran sus "nacionalidades" y "regiones".

El nacionalismo canario peleó y luchó hasta que el poder central aceptó que Canarias es una nacionalidad y CC pensó que para construir esa nacionalidad, con una nueva función histórica, hace falta una fuerza política nacionalista.

Y esa fuerza cumplió su función en la primera etapa de su historia. Puso el acento en el eje centro-periferia: Estado-Canarias. Y logró a través de sucesivas reformas de su Estatuto de Autonomía y del Régimen Económico y Fiscal, un nivel aceptable de autogobierno, aunque aún insuficiente si queremos internacionalizar Canarias. Se mejoraron las infraestructuras de transportes y comunicaciones. Se impulsó un fuerte desarrollo turístico y se mejoraron los grandes servicios públicos, aunque de forma insuficiente.

La gran crisis 2008-2018 frenó nuestro desarrollo y agravó nuestro histórico problema social. En cualquier caso, nos coloca ante la nueva década, ante los grandes desafíos con una sociedad con potentes activos y grandes insuficiencias. La profunda crisis económica y social que hemos sufrido hizo tambalear la bonita mesa del salón y en el peor momento; el hermoso jarrón que allí estaba cayó al suelo y se rompió. CC llora y no sabe qué hacer con los trozos, unos azules y otros amarillos, en que quedó convertido el viejo jarrón. Intentan pegar los trozos y reconstruir el jarrón. Pero lo sorprendente es que no encajan unos con otros y solo quedan los restos dispersos. Todavía no se han dado cuenta de que hay que comprar uno nuevo, si fuera posible más bonito que el anterior. Pero, sobre todo, que sirva para construir el futuro y no para añorar el pasado.

Refundar el nacionalismo

No se trata, por tanto, de reconstruir, sino de refundar; fabricar el instrumento más adecuado para construir la nueva nacionalidad canaria. La primera condición para ello es saber perder. Para volver a ganar es imprescindible saber perder. Y no buscar coartadas, ni disculpas. A veces en política, el fracaso te enseña más que el éxito. Y, sobre todo, te hace madurar.

Coalición Canaria debe colocarse delante del espejo y reflexionar con humildad, para comprender sus aciertos y errores. Y sobre todo entender cómo un instrumento político que durante doce años se convirtió en "el partido de los canarios", como decían a Madrid, pasó a ser para este mismo pueblo "un conglomerado de intereses que solo quiere el poder".

Reflexionar sobre cómo perdió su sensibilidad social y olvidó que la razón de ser más importante de una fuerza nacionalista es liberar a los sectores más oprimidos y marginados de su pueblo. ¿Cómo se desvió hacia la derecha abandonando la centralidad? La centralidad no es el centro, sino el espacio político de equilibrio para unificar los intereses de las clases medias y las burguesías locales con las clases populares. Es decir, agrupar el centro-derecha nacionalista con el centro-izquierda progresista, en una fuerza política que ahora llaman transversal. Y que representa, por tanto, a todos los sectores del pueblo canario que aspiran a una Canarias distinta: mejor, más fuerte, con una personalidad histórica y una identidad que nunca se nos reconoció.

Debemos pensar también que la centralidad es, además de un espacio social y político, un espacio territorial donde se unifican los intereses de todas las islas, donde no sean posibles las ambiciones hegemónicas de unas islas sobre las demás, donde enterremos definitivamente los pleitos insulares. Y desde donde los ciegos puedan ver al elefante.

El nacionalismo tiene ahora cuatro años, sin prisas y sin pausas, para construir una alternativa mayoritaria para gobernar la Canarias del futuro. Para recuperar el alma que no se sabe cuándo ni dónde se perdió. Porque a un pueblo que quiere entrar en la historia no le basta con unificar sus sentimientos comunes, sus frustraciones e ilusiones, sus experiencias históricas. Un pueblo en la historia se construye, sobre todo, si es capaz de elaborar un proyecto de futuro común.