De Moisés, el morenito, que llegó a Canarias desde África y lleva siete años en el poblado chabolista anexo al Pabellón Pancho Camurria, a la pareja formada por Lolo y Vanesa, de Arona, que viven hace cinco meses en las escaleras del recinto deportivo ubicado entre los barrios santacruceros de Azorín, Los Gladiolos y Somosierra. Junto a ellos, una mañana cualquiera, aparecen en el escenario Iván, Óscar o Isidoro. Todos quieren contar su experiencia. La gente pasa a diario por delante de ellos como si fueran invisibles. Pero están ahí. Han padecido adicciones, con el alcoholismo muy presente, y la mayoría tiene diagnosticado algún problema de salud mental. Comen en el cercano Albergue Municipal, pero la mayoría no duerme allí. Unos no quieren pero tampoco pueden porque no hay plazas. El recinto está saturado.

La visita a la zona coincide con el zafarrancho semanal de limpieza de los servicios municipales. Una cuba suministra el agua y varios operarios, mangueras en ristre, se afanan en borrar las huellas de los que viven en la calle. Y hacen todo en la calle. Sin más comentarios.

Quienes tienen su espacio vital en la escalera cargan sus escasas pertenencias -como caracoles siempre van con la casa a cuestas- y se sitúan unos metros más allá. Los trabajadores terminan su tarea y se van. A los pocos minutos, cuando se seca el piso, los miembros de esta peculiar comunidad vuelven a sentarse. A pasar otro día. Este es distinto porque quieren denunciar en el periódico la exclusión social que sufren. Con una exquisita educación cuentan sus vivencias.

El recorrido lo guían los vecinos del cercano barrio de Azorín. Ángel Brito, vicepresidente, y Víctor Ravelo, secretario, denuncian por enésima vez las condiciones en las que vive esta gente. El origen de quienes pernoctan en el Pancho Camurria es muy diverso. De la capital, del resto del área metropolitana, del norte y el sur de la Isla o, como Moisés , el morenito, de fuera. "Esto es como una ONU en pequeño pero somos una familia y nos ayudamos todos, declaran.

"Voy a un centro porque tengo problemas con el alcohol y estoy en manos de psicólogos. Usted no nota nada, ahora estoy bien, pero sufro de depresión", dice Óscar González Pérez, de 50 años. Considera que "este año no me han querido dar trabajo y me siento abandonado". Óscar pide "un trabajo, eso es lo principal. Luego ya se verá lo demás". Ha ejercido durante cierto tiempo de auxiliar de Geriatría pero lo tiene muy claro: "Yo le meto mano a todo". Todo lo que lleva puesto lo ha encontrado en la basura "Nadie quiere vivir así", comenta. Sus compañeros de fatigas lo corroboran.

Lolo y Vanesa coinciden con Óscar. Son pareja y llevan cinco meses fijos en las escaleras. También piden "un trabajo para poder salir de esto". Lolo es Manuel García Rodríguez, 45 años, y su compañera, Vanesa Cabrera. Tienen cuatro hijos en común que les quitaron "los servicios sociales del Gobierno de Canarias en vez de ayudarnos".

Ambos se consideran "buenos trabajadores" pero reconocen que cayeron en una espiral que les llevó a las drogas, aunque ahora están "limpios", por "el agobio de perder la casa y los niños". Vanesa apostilla orgullosa de que a su edad tiene ya 16 años cotizados como camarera de pisos. Ahora hace tiempo que están los dos en paro. Todos respetan y aprecian a Moisés Kamo, un líder por su veteranía. Lo califican de "hombre hospitalario". Lo demuestra cuando guía hasta su humilde chabola y enseña su interior.

La construyó con sus propias manos tras llegar al poblado hace siete años. Pero su historia en las islas comienza mucho antes. Como en los casos anteriores lo cuenta él mismo: "Soy de Sierra Leona y era marinero. Un día el barco atracó en Las Palmas y me quedé. Luego cogí el jet foil y me vine a Tenerife en 1998. Quería estar aquí para mejorar. Amo esta tierra pero voy a tener que marcharme".

Solicita "una casa aunque sea pequeñita, pero con la que pueda irme de aquí, ya no aguanto más". Moisés muestra sus papeles, que lleva siempre con él, en los que constan sus siete años cotizados en el sector de la construcción. Se gana la vida "los domingos en el rastro. Aquí (en la chabola) tengo la mercancía. Selecciono parte y la vendo. Me da para comer".