"En un momento dado, miré a los vecinos y pensé que se nos iba de las manos", recuerda Juan Carlos Marrero, vecino del barrio portuense de San Antonio. Cerca de su vivienda, en la carretera de Las Arenas y justo enfrente del conocido restaurante Los Asadores, fue donde comenzó el fuego. Sin apenas tiempo para darse cuenta, los conatos empezaron a multiplicarse: en la trasera del abandonado Hotel Internacional, en las palmeras y vegetación que discurren paralelas a la vía y en los jardines de uno de los establecimientos ubicados en el tramo que enlaza San Antonio con La Asomada.

El calor, el viento y la calima eran el caldo de cultivo perfecto. Manguera en mano, Marrero, que fue concejal de Urbanismo en el anterior gobierno local, se afanó para controlar las llamas hasta la llegada de los bomberos con la ayuda de Rodolfo González, miembro de la Cruz Roja y vecino de la localidad, y el director del Hogar Santa Rita, que también reside en la zona. "Fue de esas cosas que no sabes bien cómo pasan", explica el exedil, que en el peor momento llegó a temer por las viviendas cercanas. "Hubo que refrescar todo, incluso dar patadas a una puerta para sacar a una señora", rememora. Afortunadamente, lo sucedido en Puerto de la Cruz no pasó a mayores, pero no todo el norte de la Isla tuvo la misma suerte.

El viento había amainado tras soplar con una fuerza inusitada durante la noche anterior, arrancando árboles, señales de tráfico y tejados en cada rincón de la comarca, pero ahora los incendios se sucedían en distintos puntos alimentados por el clima desértico: en el barranco de Ruiz, en Los Realejos; cerca del polígono industrial San Jerónimo, en La Orotava; en San Juan de la Rambla; y con especial saña en Santa Úrsula, donde los bomberos y la Policía trabajaron a destajo tanto en pleno casco del municipio, por encima de la autopista, como en la zona residencial de La Quinta, por debajo de la TF-5. Al cierre de esta edición eran más de un millar las personas evacuadas de sus casas a causa del fuego.

No consiguieron esquivar del todo las llamas los chalés que se descuelgan de la ladera a la salida de La Quinta, donde también tuvieron que ser desalojados los huéspedes del hotel homónimo. El olor a quemado se mezclaba con el polvo y el calor desde San Juan de la Rambla hasta la comarca de Acentejo, cubriendo así la mayor parte del Norte. Pero lo peor tenía lugar en pleno corazón de Santa Úrsula, cuando el fuego rozó la principal arteria del municipio, allí donde se ubica el Ayuntamiento y confluyen algunos de los negocios más conocidos del norte: desde el Tijarafe al Negramoll. Allí, cerca del barranquillo que bordea el Consistorio, está la casa de la sobrina de Jesús García, que se vio obligada a dejar la vivienda. Jesús y su mujer, Nélida, viven más abajo, en la avenida de las Palmeras, y evitaron el desalojo, pero prefirieron dejar el domicilio y pasar la noche en casa de su hijo, en Tacoronte. El aire, con esa mezcla de polvo y ceniza, se volvió irrespirable. "Yo ya tengo 75 años, y no he visto cosa igual en toda mi vida", asegura García. "Tuvimos que irnos del edificio por el polvo y el fuerte olor a quemado; además, con el viento, los barrancos hacían como de chimenea", agrega.

Atrincherados en casa

De hecho, hasta cinco focos llegaron a contabilizarse en Santa Úrsula, lo que obligó a evacuar a alrededor de 800 personas, que se repartieron entre la piscina municipal y el pabellón deportivo de la localidad vecina de La Victoria de Acentejo. Entre los evacuados están los mayores del Centro Sociosanitario de La Corujera, en la zona alta de la localidad, a quienes se distribuyó por distintos recintos de la comarca. Dos centenares más fueron desalojados en los otros puntos del norte en que el fuego también pasó factura. Entre quienes se vieron obligados a salir de sus casas están Arnoldo Álvarez y su familia, que fueron de los últimos en abandonar La Quinta.

Álvarez cuenta que estaba con su mujer y sus hijos "atrincherado" en la casa, tratando de minimizar los efectos de la calima y el bochorno. La vivienda es una de las 57 que forman el bloque de adosados que está justo por encima del hotel, que ya había sido evacuado para cuando un vecino le preguntó si aún seguía en el domicilio. Tanto Arnoldo como su mujer sabían que se había declarado un fuego en el casco de Santa Úrsula (el municipio queda literalmente dividido entre La Quinta y la zona alta, donde está el centro de la localidad), por eso achacaron el olor a humo al incendio próximo. Para cuando a eso de las dos y cuarto de la tarde les avisaron que tenían que irse, las llamas estaban "a apenas 40 metros", detalla Álvarez. "Veíamos cenizas, pero pensábamos que eran del otro fuego; las llamas estaban a nada, a 40 metros, y seguíamos en casa. Menos mal que al final se ha quedado en un susto", respiraba aliviado Arnoldo, que poco después de las ocho de la tarde pudo volver a su domicilio. "Ahora no sabemos muy bien si es mejor abrir o no las ventanas, porque hay mucho polvo y olor a quemado", ahondaba nada más regresar a la vivienda.

Mientras los desalojos se sucedían y las sirenas de ambulancias y bomberos no paraban de sonar, el peligro se acercaba a la autopista a su paso por Santa Úrsula, tanto en dirección Santa Cruz como en sentido norte, donde el fuego incluso dañó las fachadas de algunos de los chalés que allí se ubican. Por si fuera poco, un árbol bloqueó la salida de la carretera por Martiánez. De un momento a otro, se produjo el colapso. Las llamas habían calcinado las huertas junto a la salida de La Quinta. El paisaje era más desolador si cabe en ese punto, donde los coches se agolpaban en las dos glorietas de entrada y salida de la localidad. En muchos de los coches esperaban vecinos del casco que permanecían fuera de sus viviendas cuando el fuego obligó a cortar las calles y evacuar a los residentes. Nahuel y María habían ido a casa de los padres de ella en La Laguna, y fue allí donde los sorprendió la noticia de que las llamas y el humo cercaban el casco. Viven en uno de los edificios de viviendas próximos al antiguo cine municipal, en pleno corazón del municipio. "Nos han dicho que no hay peligro en nuestra zona, pero hasta que no lo veamos no estaremos tranquilos", decían tan cansados como resignados a esperar.

Pasadas ya las cuatro de la tarde, Alexis y Sandra llevaban más de una hora sentados en la mediana de la autopista. Detrás y delante de ellos, a izquierda y derecha, dos filas de coches cubiertos por el polvo de la calima. Las matrículas apenas podían leerse. Como ellos, centenares de conductores esperaban cerca de la salida de Martiánez, en Puerto de la Cruz, a que los bomberos y los servicios de seguridad y emergencias consiguieran retirar el árbol que bloqueaba el carril. Era la única vía de escape. Hacia Santa Cruz de Tenerife no se podía ir: la autopista estaba cortada. Alexis Rodríguez hizo entonces una llamada: "Esto va para largo", le dijo a su interlocutor. Sandra se encogía de brazos, y un rosario de conductores sentados al borde de la vía o resignados dentro de sus coches confiaban en que la espera acabara pronto. "Yo no había visto nada igual, ni un viento con esta fuerza ni esta cantidad de incendios al mismo tiempo", resumía la situación uno de los agentes de la Guardia Civil a su paso por el camino que se abría entre las dos filas de coches parados en la TF-5. "Paciencia, por favor", pedía.

Carnaval en medio del caos

El contrapunto y el ingrediente tragicómico lo daban las notas musicales que salían de algunos de los vehículos. El clásico Marejada sonaba con fuerza desde una furgoneta en que tres jóvenes de Los Realejos se dirigían a disfrutar del carnaval capitalino. Ellas, dos, vestidas de caperucita; él, de un personaje imposible de identificar. Varios vehículos más atrás, una madre aguardaba a que su exmarido bajara caminando a buscar a sus dos hijos: le tocaba a él estar con ellos y el caos había impedido que se encontraran. Marejada había dejado de sonar dando paso a otra canción; mientras, Josefina García, desde el sillón del copiloto de la furgoneta de su hijo, se preguntaba qué habría pasado por la cabeza de las autoridades de Santa Cruz de Tenerife para "sacar gente a la calle con lo que está ocurriendo". A las seis de la tarde, la autopista empezó a moverse, aunque aún permanecían vías interiores cortadas al tráfico al cierre de esta edición.

Polvo en suspensión y humo

La imagen de centenares de vehículos y miles de personas atrapadas en la autopista contrastaba sobremanera con el paisaje en el polígono industrial de San Jerónimo, en La Orotava, más propio de una ciudad fantasma que de un espacio siempre lleno de vida. El polígono está justo al lado del centro comercial La Villa, y el domingo es día de trajín por los cines. Ayer, sin embargo, apenas podía distinguirse más allá de 50 metros de distancia. El polvo en suspensión se mezclaba con el humo mientras dos patrullas de la Benemérita cortaban la principal vía que cruza el polígono desde la Cruz de los Martillos hasta la glorieta de salida en el barrio portuense de La Vera. Los varios conatos en La Orotava, como también el de Puerto de la Cruz, en este caso extinguido, estaban ya controlados hacia la noche, lo que no había ocurrido, no al menos al cierre de esta edición, en el caso de Santa Úrsula, donde se seguía trabajando.