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Crisis del coronavirus ANÁLISIS

Cacerolada política en el Congreso

El PP y Vox apoyan al Gobierno pero reflejan su sorda batalla por liderar la derecha

Sánchez observa a Abascal tras su intervención. EFE

Cada jornada, los ciudadanos de este país van descontándose un día de su arduo e inquieto confinamiento, y se levantan cada mañana con la esperanza de que ese, por fin, sea el día en que la pandemia alcance el pico de su mortífera escalada estadística y se pueda empezar a tener buenas noticias.

Es una dinámica a un tiempo desquiciante y esperanzadora, reflejo del tiovivo de emociones que tantas personas están viviendo en este momento de incertidumbre global, en la puerta de tu propia casa, en las salas de mando de los gobiernos, en los ámbitos laboral y empresarial, en las instituciones internacionales, en la irreal e inquietante imagen de un planeta paralizado. Por eso, resulta tan grosero que en este tiempo de dudas y en el que hasta los científicos reconocen saber muy poco de este virus que nos asola, algunos exhiban impúdicas certezas con el objetivo de aprovechar la ansiedad social y sacar rédito de algún tipo.

Alguien dijo el pasado miércoles en el Congreso de los Diputados, en el debate para la convalidación de los decretos del Gobierno para abordar la situación por la crisis social, económica y sanitaria del Covid-19, que ahora es el momento de sumar voluntades, no de sumar votos.

Pero parece muy claro que en el mercado político está empezando a cotizar alto salirse del carril y empezar a rastrear qué se puede encontrar bajo esas ventanas y balcones donde los ciudadanos expresan, cada día a las 8 de la tarde, su solidaridad y su agradecimiento a los servidores públicos que batallan en primera línea contra el virus. Los detectores electorales parecen haber alertado que bajo los aplausos rezuma un malestar ciudadano que no hay que dejar pasar por alto. Al igual que está pasando con el de las mascarillas y otros elementos sanitarios, el mercado de los votos está oliendo negocio. Esta es la sensación que cundió en el mencionado debate parlamentario tras el que el Gobierno logró el apoyo de una gran mayoría de la cámara para prorrogar el estado de alarma y convalidar los decretos de medidas económicas para mitigar el efecto de la emergencia sanitaria. Fue un apoyo de realidad virtual más que otra cosa, porque bajo el "sí" efectivo de una gran parte de la oposición, latía un claro impulso de acoso político que nada tenía que ver con la llamada de "tiempo, unidad y lealtad" que reclama el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Al menos hasta que, pasada la crisis, él se pudiera defender.

Pero los dos principales partidos de la derecha, el PP y Vox, convirtieron su respaldo a los decretos del Ejecutivo en un auténtico trampantojo político respecto de sus objetivos reales, ir minando la credibilidad de Sánchez y de su respuesta a la crisis sanitaria, y hacerle responsable directo de la situación actual de propagación de la enfermedad, del colapso de los hospitales y de la alta cifra de fallecimientos por su supuesta falta de previsión, su tardanza en actuar y su ineficacia en la gestión.

De poco sirvió que el debate previo sobre los decretos se interrumpiera a la hora de los aplausos desde balcones y ventanas para sumarse a ellos los 45 diputados presentes, porque los líderes del PP, Pablo Casado, y de Vox, Santiago Abascal, convertirían enseguida la sesión en una cacerolada política contra el presidente, a la que se sumaron de distintas manera e intensidad otros portavoces de la oposición. Cambiar aplausos por golpeo de cacerolas es el objetivo que se adivina sobre el horizonte por parte de los dos líderes de la derecha en medio de esta situación de emergencia nacional.

Trasladar a la ciudadanía lo antes posible que esa sensación de incertidumbre, miedo o ansiedad que tiene ahora se convierta en reproche político hacia el Gobierno, y que las palmas unitarias de cada día a las 8 de la tarde se tornen con el tiempo en ruidosas expresiones de esa parte de la población necesitada de encontrar culpables. Y acabar concluyendo, como hacen Casado y Abascal, que el virus es Sánchez.

A nadie se le escapa que el líder del PP ha cambiado radicalmente en apenas unos días de estrategia en relación con esta crisis sanitaria camino de crisis económica.

Del "ya llegará el tiempo de pedir responsabilidades" de hace una semana a los duros ataques y acusaciones del miércoles, entre ellas las de dejar "abandonado a su suerte" al personal sanitario, ha mediado fundamentalmente una cosa: la intuición o la certeza de que toda esta situación, nunca vivida en el país y jamas imaginada, estaba siendo el perfecto caldo de cultivo para que fructifiquen las soflamas de Vox, que a lomos del coronavirus y de la preocupación ciudadana podría estar comiéndole el terreno de manera alarmante.

Acuciado además por la presión de su entorno mediático en Madrid, la ciudad más castigada hasta ahora por la epidemia, Casado ha encontrado la justificación para romper la tregua y pasar a las trincheras, un territorio muy útil para intentar acabar con Sánchez, su viejo objetivo.

Sin embargo, pese a tener tantas certezas, el líder del PP sabe que está pisando un suelo resbaladizo. La pandemia tiene una dimensión global y está en plena escalada en todo el mundo. Todavía es muy pronto para saber con qué se puede comparar a España a la hora de valorar la gestión que está haciendo el Gobierno de Sánchez, aparte de la evidente improvisación a la que se ha visto obligado.

El Ejecutivo de coalición puede haber llegado tarde a la emergencia, pero la derecha, más allá de la ética política a la que moralmente crea que tiene que responder, podría estar azuzando demasiado pronto una ca- cerolada que se le podría volver en contra.

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