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Crisis del coronavirus Día de Canarias

Nuestro tesoro

Hoy Día de Canarias, una veintena de mayores de los 'ocho puntos cardinales de Canarias' repasan sus vidas y cómo se construyó el Archipiélago en el último siglo

Nuestro tesoro

Maximina, Manuel, Marquitos, Faustino, Dolores, Virginia, Josefa, María Jesús, Bonifacio, Bruno, Milagros, Adela, José, Lola, Cándido, José Manuel, Benigna, Antonio, Eugenio, Mirita, y Fe atesoran un retazo de historia. Conocieron, de una forma u otra, el hambre, la penuria y la guerra. Algunos, incluso, batallaron en ella. En los pliegues de sus memorias fondean sus vidas pasadas al tiempo que los aconteceres de la vida presente recalan en ella. Nuevas estampas, como la de la pandemia, que les trasladan a otra tierra, a otra época, a otra miseria. En su recuerdo apilan desafíos, luchas y conquistas, pero también relatos de superación, alegrías, descubrimientos y progreso que les sitúan al frente de su historia y de la propia Historia. Son el patrimonio vivo del acontecer del tiempo, quienes desde las Islas han marcado los pasos para llegar a una sociedad que hoy, 30 de mayo, celebra en estado de alarma el Día de Canarias.

En el Archipiélago viven 351.053 personas mayores de 65 años, de las que 90.231 sobrepasan las 80 primaveras. Los mayores, por su vulnerabilidad, han sido los protagonistas de la epidemia del coronavirus. Un "bicho", como ellos mismos apuntan, que se ha llevado por delante a 122 mayores de más de 70 años en la región; 17.782 en toda España. Constituyen el primer colectivo a proteger y cuidar durante la pandemia. Son quienes con su testimonio dan cuenta de la evolución de una sociedad que siempre ha sabido sobreponerse a las dificultades y tropelías de la vida, quienes han sabido buscar el lado bueno de las cosas y el tiempo para la felicidad, la ironía y la risa. El Covid-19 es un nuevo escollo al que hacer frente y otro episodio que suman a los múltiples cambios, victorias y transiciones de las que han sido testigos.

Basta con echar un vistazo a los libros de Historia para darse cuenta de la "montaña rusa" por la que han viajado en el último siglo. La del coronavirus no ha sido, para algunos, la primera epidemia. Han visto caer coronas que, años después, han coronado nuevas cabezas. Vivieron bajo los hilos de dictadores que en la pasada centuria tomaron las riendas de un país empapado en analfabetismo y ennegrecido por la guerra, pero también han sido protagonistas de una sociedad que apostó por el avance y por una conquista de derechos que aún no cesa.

Su capacidad de asombro no mengua. La evolución, el desarrollo tecnológico y el ritmo de crecimiento de las últimas décadas no dejan de causarles sorpresa. En sus memorias reposa la Canarias que se movía a pie o en bestia, la que cultivaba "a mansalva" tomateros y plataneras, la que respiraba salpicada de molinos de gofio y manantiales de agua y la que, poco a poco, decidió abrir sus puertas al turismo. Aquella en la que lo sencillo era lo preciso, esa en la que el esfuerzo y el trabajo era la tónica de un día a día para cimentar con estudios las bases del progreso de las generaciones venideras.

Muchos de los protagonistas de este reportaje aterrizaron en el mundo durante la monarquía constitucional de Alfonso XIII; antes y durante la primera de las dos guerras mundiales. En 1918 sobrevivieron a la irrupción de la gripe española, luego pasaron por la primera de sus dictaduras, una con rey y con Primo de Rivera, y hasta por la llamada dictablanda del general Berenguer. En 1931 se abrió paso la Segunda República, un periodo en el que nació Milagros Castellano con el derecho al voto de la mujer bajo el brazo, pero que no podría ejercer hasta mucho tiempo después. El régimen republicano, aún imberbe, asistió al estallido de la Guerra Civil, a la que fue llamado Bonifacio González y la misma en la que perdió a un hermano, aquella en la que también batalló Marquitos Sarmiento, esa de la que Josefa Renovales se refugió en cuevas y la misma que vivió con temor Virginia Rodríguez por no saber nada de sus hermanas, lejos del hogar familiar durante toda la contienda. Después, con la dictadura de Franco, llegó la autarquía: los años del hambre y del racionamiento. Un periodo que arrancó al mismo tiempo que el segundo conflicto mundial comenzó a tocar sus tambores de guerra. Una nueva etapa superada en sus vidas, en las que aún guardan los rescoldos de la Transición, el 23F o la incorporación de España "a eso" que llamaban Europa.

Las telarañas del tiempo no han difuminado su vitalidad; tampoco su recorrido ni su obra. Esa que queda grabada a fuego en el imaginario común, la que teje idiosincrasia, costumbre y tradición. Ellos, portadores de la historia, son nuestro verdadero tesoro.

BRUNO ALBERTO SABINA - 94 AÑOS - TENERIFE

  • Bruno Alberto Sabina (Candelaria, 6 de octubre de 1925) no solo demostró su habilidad para driblar cuando jugaba en los equipos del Candela, Güímar, Granadilla y Arico, sino que este arte le ha permitido capear el temporal cuando apretaba la necesidad. Hijo de Domingo, natural de El Chorrillo, y de Magdalena, arrimó el hombro en casa desde chico, cuando falleció su padre, acompañando a su madre a vender pescado.Gracias a un tío viajó a Venezuela. Allí pasó una temporada limpiando coches y logró unos ahorros. Y de regreso se compró un compresor, y luego un "camionito". Don Bruno, el caminante por definición -a diario recorría Candelaria-, se sienta en un banco de la plaza de Teror, cruza los brazos y pide la palabra: "Espérate que te voy a contar. Cuando compré unos siete mil metros por donde hoy está Correos muchos se reían de mí; me pidieron cuatro pesetas el metro. Y cuando hice la permuta me dieron siete pisos", añade con la satisfacción del negociante que supo ver a tiempo la inversión que le ha valido para sacar a sus dos hijas adelante. "Cuando la Guerra yo tenía once años y como era pequeño no fui. Entonces [se refiere a la Candelaria de mitad del siglo pasado], todo el mundo se dedicaba a la pesca". A su regreso de Venezuela recuerda que también estuvo trabajando un tiempo en el Ayuntamiento.No oculta su pasión por el fútbol, hasta el punto que da nombre al terreno de juego del Candela, tributo a la afición que le ayudó a sortear el peso de la vida. Su mayor: recompensa darle estudios a sus dos hijas.

DOLORES FLORES DÍAZ - 95 AÑOS - TENERIFE

  • Nació el nació el 30 de julio de 1924 pero cuando va al súper mi mira la lista de la compra. Su nieta le dice que es "una máquina registradora". Vecina de Icod de los Vinos, Dolores Flores, es la más pequeña de doce hermanos, una familia a la que sacó su padre adelante vendiendo albardas para burros después de que se su madre muriera siendo ella muy pequeña. Lo de su esposo, Manuel Rifa Amaro, un mecánico tornero de gran reputación por su arte para fabricar bielas, fue amor a primera vista: "Nos vimos y nos enamoramos. Eso sí, nos veíamos de jueves a jueves. No como ahora que algunos parecen perritos en la calle", ríe. Madre de cinco hijos, ni la pandemia le quita el humor a la componente decana de la murga Las Incansables, colectivo carnavalero que se fundó a las faldas del centro de mayores hace ya diecisiete años. Mirando atrás, recuerda cuando en la época "del alzamiento" vio a un hombre que subía por El Amparo: "Voy herido, y cuando se bajó el pantalón lo tenía todo manchado porque se había ido de barriga", relata para luego perdir diculpas -"perdóneme el cuento"-. "¡Se pasó poco aquí...!", cuenta, aunque en su descargo advierte que no hizo mella la necesidad gracias a que a su padre le llevaban trigo, papas, coles y también estaba la libreta de racionamiento que les permitía sacar azúcar, café, arroz... Como eran cinco hermanos, su padre tenía la posibilidad de librar de la guerra a uno, y escogió al soltero. Alterna ahora su vida entre la Cofradía del Cristo y actividades del centro de mayores.

FAUSTINO GONZÁLEZ SUÁREZ- 94 AÑOS - GRAN CANARIA

  • Faustino González aspira a soplar 123 velas. "Creo que llego bien. No me duele nada, estoy como una manzana y tengo una cabeza buenísima. ¿Para qué quiero más?", espeta cuando hace balance de sus 94 años de vida. González, trabajador incansable, tiene "unas historias muy grandes". De esas en las que el tesón y la lucha para sacar adelante a su familia son protagonistas. Vecino de Gáldar, trabajaba en la agricultura, pero decidió dar un pasó más y abrió una tienda, Ferretería Menor, en la que "vendía de todo, hasta colchones". Pero no quedó ahí. Apostó por un molino que llevaba dos años parado, herencia de su mujer Andrea María del Carmen Molina, ya fallecida, y de sus hermanos. Les compró su parte cuando "no tenía un duro", gracias a una "vueltita" de plataneras. Un molino, Gofio Galdense, que aún "sigue en pie a toda mecha".Cuando echa la vista atrás mira con asombro la velocidad de ahora. En Gáldar jugaba a la pelota frente a los lavaderos de Rojas, una zona sepultada bajo la carretera general. Un municipio en el que antes contaba en cada calle cinco burros y en la que hoy en día "todo es coche". Orgulloso de sus "seis hijos de primera división", vive solo. "Soy un hombre para todo lo que haya que hacer": para la compra, para hacer la comida y hasta para los queques. El coronavirus, del que se ha refugiado en casa, ha interrumpido sus salidas y sus partidas al dominó. "He pasado por todas la cosas", recuerda en su recuento, al que ahora suma una pandemia.

MILAGROS CASTELLANO CASTELLANO - 86 AÑOS - TENERIFE

  • Milagros Castellano presume de ser "candelariera de pura cepa, desde la época de mis tatarabuelos", explica desde el zaguán de su casa desde el que se alonga a la entrada de la Villa, municipio que vió crecer desde la arteria principal, la calle de La Arena. Allí tenían su casa, y en bajo estaba la panadería que regentaba su padre. "La plaza de la Basílica de la Virgen está donde le decíamos La Laguneta; aquello era todo de arena y con la marejada subía el agua". "Me gustaba más la vida de antes, tenía otra forma. El problema de ahora es que el pobre quiere vivir como el rico", apunta desde su experiencia.Con nostalgia y la emoción a flor de piel, recuerda cuando paseaba para enamorar con su esposo, Francisco, fallecido hace poco más de un mes. "Entonces no había coche en casa y se cuidaban las lonas [ alpargatas] para ir a misa". "Él se dedicó a la agricultura y trabajó mucho, pero mucho, en la zona que le llamaban Los Llanos. Aprovechaba y sembraba el terreno, otras veces alquilaba un compresor y hacía un pozo... le metía mano a todo lo que se podía".Le brillan los ojos que eleva al cielo al recordar que antes no había azúcar; se contentaba con higos pasados. "Se pasaban penas, pero se vivía. Recuerdo cuando venía todo el mundo cantando...", explica en un alto para seguir haciendo uno de sus puzles.

BENIGNA ACOSTA MORALES -97 AÑOS - EL HIERRO

  • Benigna Acosta nació el 12 de abril de 1923, hija de Juana, de San Andrés, y de Saturnino, de Isora. En la actualidad reside en Los Llanillos, en El Golfo, después de que regresara en 1981 de Venezuela, donde permaneció 40 años. Su esposo, Fidel, trabajaba en la construcción como maestro de obra y marchó a la octava isla en el velero La Carlota, pasos que siguió ella. Fue una decisión dura, porque la primera vez que emprendió el viaje dejó a sus hijos al cuidado de su hermana en El Hierro, para luego, después de lograr algunos ahorros "pegando cuellos de camisas", regresar a recoger a la familia y volver a su tierra de adopción. "Allá eran los tiempo del dictador Marcos Pérez Jiménez. Con un bolívar te daba para comprar dos panecillos, había abundancia de comida. De hambre no te morías", cuenta con desconsuelo en contraposición de El Hierro que tuvo que dejar atrás: "había pobreza, miseria... Vivimos de casualidad y gracias a cuidar ovejas y cabras pero..., ¿quién no tenía pedazos qué hacía?" En tiempos de penuria recuerda que tostaban hasta las raíces de helechos para hacer gofio. "La vida es tan distinta... Antes estaba demasiado pa'trás y ahora estamos demasiado pa'lante". Se casó con Fidel, al que conoció en un baile en el Casino. Y gracia s ese paso tiene unas nueras a la que adora. Cuenta que en cierta ocasión un señor de Santa Cruz, cuando se enteró de su edad, le preguntó el truco para tener el cutis que la caracteriza: "Agüita. El agua te hace hermosa", revela.

VIRGINIA RODRÍGUEZ CAMPOS - 91 AÑOS - GRAN CANARIA

  • "Soy muy activa, para estar quieta me tienen que atar o tener mucha fiebre", comenta entre risas Virgina Rodríguez. Con 91 años de edad, Rodríguez se bebe la vida. Nada tiene que ver lo de ahora con lo de antes y más para una mujer. "Durante la dictadura ibas a trabajar como una burra y ni Seguridad Social ni nada. Ni casadas teníamos derechos", lamenta. Todo ha cambiado. "Estoy muy bien como se vive ahora", enfatiza, tras hacer un recorrido por una infancia dura. Nació en Bendilló, una aldea de Lugo, en el seno de una familia humilde de nueve hermanos. Aunque reconoce que el coronavirus "no se ve por donde ataca", sostiene que en su lugar de origen sí conoció la que fue "una guerra de verdad". Sus hermanas mayores estaban sirviendo en casas en Barcelona y nada supieron de ellas hasta el fin de la contienda. Aún conserva en su cabeza conversaciones de adultos sobre la caída de diferentes núcleos e imágenes de hombres con escopetas que irrumpían en su hogar para llevarse la comida. "La viví bien, porque era pequeña, pero la viví dura", rememora.Después llegaron sus años en Barcelona, donde fue a trabajar junto a sus hermanas, conoció a su marido y tuvo cuatro hijos. Allí vivió hasta que en los años 70 recaló en Canarias, donde ha echado raíces. Ha visto crecer la región y asegura que "ha cambiado para mejor". Le gusta la playa, sobre todo la de Las Canteras, y seguir la actualidad política. Confiesa ser de Pablo Iglesias -"me encanta"-, al tiempo que anima a todos los partidos a "remar a una" para superar cuanto antes esta pandemia.

TEODOMIRA SOCAS PERDOMO - 85 AÑOS - LANZAROTE

  • Teodomira Socas Perdomo, Mirita, nunca pasó necesidad porque su padre tenía una finca. Siempre ha vivido en Haría, en Lanzarote, y recuerda los tiempos en los que solo se compraba un vestido para las fiestas de San Juan. "La vida ha cambiado mucho". Echa de menos la tranquilidad y la mancomunidad con los vecinos. "Hoy en día es vivir a lo loco", espeta.Mirita trabajó muchos años en el campo, los suficientes para conocer el sacrificio diario que conlleva tal actividad. Y dijo basta. Un día vio que los cuervos se comieron el millo y puso rumbo a Arrecife, donde encontró trabajo en un hotel: 36.000 pesetas fue su primer sueldo. En aquel entonces ya estaba casada y tenía dos hijos. "Ese dinero era venido del cielo", esgrime, "porque no era un trabajo de sudar como en el campo". De allí pasó a camarera de piso en unos apartamentos en Puerto del Carmen, donde trabajó hasta que se jubiló. Al poco tuvo que plantarle batalla a un cáncer de pecho y ganó la partida. "La vida es una historia, pero hay que pasarla y no tomarse las cosas a la tremenda", apunta. El calado y el ganchillo le han servido para pasar el tiempo durante la pandemia: "Ahora estoy haciendo roseta. A ver cómo me queda".

MANUEL ÁLAMO GUADARRAMA - 105 AÑOS - EL HIERRO

  • Su padre, natural de Agaete; su madre, hija de canarios que emigraron a Cuba. Él es la raíz de la familia Álamo de El Hierro que desembarcó en el Puerto de la Estaca y donde encontró el sustento haciendo turnos para trasladar a tierra el pasaje de los barcos fondeados. Los destinos de Manuel (16 de febrero de 1915) y su hermano Pancho fueron desiguales en el tiempo de la guerra: el primero estuvo destinado en Artillería -lo que le permitió incluso hacerse con el lenguaje morse y el manejo de las comunicaciones-; el segundo fue trasladado a 'los salones' de exportadora Fyffes. Recuerda de aquella época -además de que lo llevó hasta Segovia, Madrid, Soria...-, que un día preguntó por el gato que siempre veía en la casa donde lo invitaban a almorzar y que la respuesta lo dejó atónito: "Nos lo comimos ayer". Una venta en el barrio de Tesine, en Valverde, junto a lo que sembraba y sus habilidades para reparar cocinas de petróleo o relojes, le permitió alimentar a sus tres hijos. Enamorado de la pesca, el pasado verano no se privó de sus baños en La Restinga antes regresar a su actual residencia en Gran Canaria, donde recibe el cuidado de dos de sus nietas, una enfermera y otra, médico. "Estoy como un reloj", asegura.

EUGENIO HERNÁNDEZ - 99 AÑOS - LA PALMA

  • El 'abuelo de Fuencaliente' nació el 13 de noviembre de 1920 en Cabaiguán, en el centro de Cuba. "De allí éramos abuelo, papá, mamá y yo". Todos empacaron con destino a La Palma cuando Eugenio Patricio -Patricio, por su padre- apenas contaba con dos años. Su abuelo había adquirido allí unos terrenos que cultivaban cuando no salían a vender pescado. Con 16 años, alternaba entre la agricultura, el cuidado de vacas y sus buenas dotes como barbero. No ha faltado vecino de Fuencaliente que no pasara por su casa, recuerda orgulloso. Cultivó tabaco en la Breña y se dedicó a la viña. A su esposa Petra la enamoró en los bailes de la época, en Las Indias, aunque ya le había echado el ojo en el campo, cuando coincidían con una yunta a coger pasto. De su matrimonio nacieron dos hijos -uno ya fallecido-, tiene cinco nietos y seis bisnietos. Zanja su referencia a la guerra de España con un lacónico: "a mí no me llamaron, a diferencia del resto de mi quinta...". En su diálogo no existe la palabra diversión. Tal vez el mayor 'homenaje' que se permitía era ir a casa de algún amigo o recorrer con su nieta las cruces engalanadas de mayo, recuerda mientras pasa las mañanas pintando, recompensa a una vida de trabajo.

BONIFACIO GONZÁLEZ - 101 AÑOS - GRAN CANARIA

  • Bonifacio González llevaba una vida sencilla en el campo, en los altos de Gáldar, cuando en 1936 lo llamaron al frente. La Guerra Civil le arrebató un hermano y buena parte de su juventud, un episodio de la historia que marcó a fuego su vida y al que le trasladan las mascarillas que hoy en día porta la gente para evitar los contagios por coronavirus. Él también portó una máscara durante la batalla en Madrid, un artilugio que trajo consigo a su vuelta a Gran Canaria y que sus tías utilizaron como defensa ante las abejas.A lo largo de su vida centenaria -en seis días cumplirá 102 años- ha cultivado la tierra y alimentado ganado, trabajado en la construcción y en la limpieza de vehículos. González mira atónito la vida de hoy. Cuando desde San José del Álamo (Teror), donde vive con una hija, mira hacia la cumbre, añora la isla rica en agua que conoció, aquella en la que la gente cuidaba el campo y se comunicaba sin una "maquinita" de por medio; la misma que atravesó a pie por sus caminos. Los coches, bajo su punto de vista, han echado el mundo a perder. Tampoco ve necesaria tanta comida. Nunca come, de hecho, alimentos envasados: leche y gofio, puré y fruta son los pilares de su vida longeva.

JOSEFA RENOVALES LAURRIETA - 93 AÑOS - GRAN CANARIA

  • La curiosidad trajo a los 23 años a Josefa Renovales a Canarias. "Me gustaba todo y aprendí a calar enseguida", recuerda. Renovales siempre fue una mujer adelantada a su tiempo. Tras la guerra, en la que perdió a su hermano mayor y de la que iba a refugiarse junto a su familia en las cuevas de unas minas, apostó por los estudios. Natural de Arcentales, una aldea de Vizcaya, internó en un colegio de monjas de Bilbao para preparar las oposiciones de telefonista. Lo logró y decidió trasladarse a las Islas para hacer un curso de supervisora. Vino por dos años y finalmente tejió en el Atlántico toda una vida.Renovales, por directrices de la dictadura, tuvo que dejar de trabajar cuando se casó con el que define como el hombre de su vida, con quien tuvo tres hijos y con quien soñó que algún día miraríamos a los ojos a quien nos escuchase al otro lado de la línea. Cuando tuvo oportunidad de volver a su puesto, lo hizo. Con algo más de 50 años luchó por el reingreso de las 'telefonistas descolgadas' y trabajó en Telefónica hasta su jubilación. El confinamiento lo ha pasado, como ella misma dice, haciendo su Camino de Santiago en casa. "Pienso en la guerra y en esto y no sé que decir. El virus me tiene preocupada".

ADELA RIVERO PÉREZ - 97 AÑOS - TENERIFE

  • Conocida familiarmente como Abuela Eva, Adela Rivero ha sido testigo de la evolución de La Laguna y Santa Cruz de Tenerife en el último siglo. Nacida el 3 de enero de 1923 cerca de la iglesia de La Concepción, en Aguere, aprendió sus primeras letras en casa de Mariquita, y luego hizo ortografía y mecanografía en Herradores. En ello se empeñó su padre, Antonio, aparejador; su madre, Candelaria, se dedicaba al hogar. Y de La Laguna pasó a su domicilio santacrucero en la calle del Castillo y luego en Méndez Núñez, donde reside, en El Toscal, primer barrio obrero de la ciudad. Con una mente lúcida, subraya su admiración por su madre, que enfermó porque no comía por la preocupación de saber que dos de sus tres hermanos estaban en la Guerra.Contrajo matrimonio con Máximo Díaz-Estévanez y Villavivencio, que se fue a Venezuela, y en segundas nupcias con Arturo Navarro Grau, un clásico de la radiodifusión. Este, además de escribir guiones encarnaba a Cho Venancio en el programa que hacía en Radio Club. Amante "de un baile", recuerda el tranvía en el que las lecheras dejaban las cacharras en las jardineras, o cuando se iba a misa con sombrerito. El truco de la longevidad: desayunar leche y gofio. "Y para evitar arrugas, Nivea por la mañana y por la noche", dice con sonrisa pícara.

CÁNDIDO ARMAS SÁNCHEZ - 100 AÑOS - LA GOMERA

  • Cándido Armas puede presumir de haber construido su vida piedra a piedra, porque alternó esta dedicación con la agricultura o la actividad portuaria en el muelle. El cuarto de siete hermanos (cuatro varones y tres mujeres), también se ganó el sustento trabajando la tierra en Hermigua, donde lo que cultivaba luego lo vendía. Como anécdota recuerda que para la explotación de Álvaro Rodríguez López, en la Lomada de Tecina, en Playa de Santiago, en cierta oportunidad "se trajeron unos moros, y luego no había forma de decirles que ya no se contaba con ellos".La guerra de España lo llevó hasta la Península, integrando un batallón que estuvo destinado en Burgos y Vitoria, entre otros lugares. Logró regresar a su Gomera natal gracias a su destreza como jugador de fútbol y por la mediación de "los señores del pueblo" porque "no era de los malos", comenta haciendo gala de su buen humor. De hecho, llegó a jugar en los Once Diablos y en el Rancing, y en todos los puestos posibles "defensa, lateral, central..., todos salvo portero", ríe. Ahora se reconoce del Real Madrid, aunque "el Barcelona también es un buen equipo".

MARCOS SARMIENTO RODRÍGUEZ - 99 AÑOS - GRAN CANARIA

  • Marcos Sarmiento, Marquitos, está "bien administrado" en su vejez. "No debo dinero alguno y estoy al corriente de agua, luz y funeraria", comenta a carcajadas. Nació el 18 de junio de 1920 en Cuba y a los tres años desembarcó en Gran Canaria, donde ha hecho vida entre Tejeda y la capital grancanaria. Como muchos jóvenes de su quinta, fue llamado con apenas 17 años a la Guerra Civil, donde conoció la pena y la miseria. Tras esta cruda experiencia no pensaba en casamientos. "Venía uno con las ilusiones perdidas, pero el amor es como fuego que cuando prende no hay remedio". Junto a Corina, ya fallecida, fundó una familia de diez hijos, de los que dos han muerto. Pese a los baches de la vida, Marquitos mantiene un discurso vital. Solo se ha preocupado por las cosas que tienen remedio y siempre ha mirado el trabajo como un deporte. Al borde del siglo, aún planta "dos saquitos" de papas en La Culata. Suele entretener el tiempo con su coro de amigos y con libros de historia, de esos que no vienen con letra chica. No come mucho, mantiene el cinto en el mismo ojal que cuando tenía 15 años y está "livianito". Y tiene un remedio: "Cada vez que me veo un poco flojillo me largo un trancazo de whisky y hombre nuevo".

DOLORES MARTÍNEZ RODRÍGUEZ - 104 AÑOS - FUERTEVENTURA

  • Dolores Martínez se casó con 30 años, tarde para su época si se tiene en cuenta que nació el 10 de abril de 1916. Forma parte de esa generación que vio congelada su vida por la guerra y la posguerra. Una periodo crudo, complejo y difícil. A sus hijos relata las andanzas de su abuelo, que salía hacia el norte de la isla majorera en busca de alimento para calmar el hambre, pero que regresaba, sin embargo, con las manos vacías.Martínez, en busca de oportunidades, decidió trasladarse a la isla vecina. En Gran Canaria trabajó en los tomateros y las plataneras para enviar dinero a los hermanos mayores que ya tenían hijos. No fue para siempre. Volvió a su punto de partida, Fuerteventura, para instalarse en Antigua tras casarse con Guillermo Hernández. Con él crió tres hijos, que le han dado nueve nietos y trece biznietos a los que también cuidó.Nunca ha dicho, según cuenta su hija Nicolasa, el secreto para vivir tanto. Aunque es la más longeva de su familia, su bisabuela también alcanzó el siglo de vida y su madre se quedó a las puertas de cumplir los 99. Dolores siempre ha sido una mujer coqueta, aún le gusta mirarse en el espejo, y pese al paso del tiempo, jamás ha perdido el apetito.

MARÍA DEL PINO MAXIMINA NUEZ - 106 AÑOS - GRAN CANARIA

  • María del Pino Maximina Nuez mira la vida desde la altura que le dan sus 106 años recién estrenados. La centenaria vecina de Teror nació en el barrio de San Isidro el 29 de mayo de 1914, cuatro años antes de que la gripe española de 1918, su primera epidemia, se llevara por delante la vida de dos de sus hermanos. Es solo el inicio de una vida que a los ocho años, cuando quedó huérfana, la obligó a cuidar del resto de sus hermanos pequeños. Maximina, como es conocida, ha visto pasar dos guerras mundiales, una guerra civil, tres reyes, una república y dos dictaduras. Con la enfermedad del coronavirus ya suma en su haber dos pandemias.Su recorrido en este punto de la tierra no ha sido fácil: no solo porque siendo niña tuvo que hacerse cargo de su familia, sino porque también su hijo mayor murió en un accidente a los 18 años. Ahora vive con su hija, tiene tres nietos y un bisnieto. No toma medicamentos, es autónoma y conserva su memoria. Su abuelo, Pedro Nuez, inauguró una saga familiar centenaria. Vivió hasta los 105 años, una edad que Maximina ya ha superado sin que el paso del tiempo haga mella en ella.

ANTONIO ACOSTA TORRES - 93 AÑOS - LA PALMA

  • Natural del barrio de Los Quemados, en Fuencaliente, Antonio Acosta dedicó su vida a la agricultura, actividad que comenzó en la Isla Bonita hasta que decidió poner rumbo a Venezuela "para poder tener dos perras". Allí permaneció durante tres años sembrado tabaco y como chófer de gandolas, lo que le permitía mandar dinero a casa para sacar adelante a sus cuatro hermanos -él era el segundo de cinco-.Repasando sus 93 años, mira atrás y asegura con orgullo: "La Palma de antes era bellísima, muy buena", para añadir un lacónico "se ha virado", que contagia el desconsuelo por la época pasada. De regreso de la octava isla, pasó un tiempo en Lanzarote cultivando viña antes de instalarse de nuevo en su tierra natal, donde también trabajó un tiempo como conductor de camiones. Antonio no fue a la Guerra, pero sí al cuartel; estuvo dos años destinado en la Aviación, en el acuartelamiento de Gando, en Gran Canaria. Con tres hijos y cuatro nietos, recuerda que "en aquella época pasó alguna necesidad"; ahora, con algún golpe de tos, asegura: "Estoy bien, como un rifle", se ríe.

FE TOLEDO BETANCORT - 94 AÑOS - LA GRACIOSA

  • Fe Toledo -hija de 'abuelo Perico', alcalde por tres días de La Graciosa-, tiene casa en pleno Charco de San Ginés, en Arrecife, aunque dice que no la sacan de su isla. De hecho, la última vez que estuvo en Lanzarote fue en finados, para enramar a su esposo, el tocador de timple y cantador Sixto Páez. Hija de pescadores, no pasó hambre gracias a amigos: su esposo daba pescado y, a modo de trueque, recibía papas, batatas, sandías y gofio... que vendía en una tienda de La Graciosa. Nacida el 14 de marzo de 1926, "supo lo que eran" las zanahorias por un señor de Gran Canaria que las llevó a la tierra de Manrique hace 66 años -calcula por la edad de un hijo-. Segunda de cinco hermanos, habla con devoción a su primogénito, al que mandaron a la Guerra Civil: "Mucho no le disgustó porque se reenganchó dos veces"; aunque ella recuerda 'esa historia' como "un mal sueño". La radio de una vecina y Correos eran su únicos vínculos en la distancia. A los 56 años quedó viuda y sacó a sus seis hijos para delante con sus ahorros, lo que le ha permitido conocer medio el mundo, aunque tiene el desconsuelo de visitar El Hierro. Su secreto: "cien flexiones al levantarme y otras cien para acostarme".

JOSÉ MANUEL LÓPEZ RAMÍREZ - 88 AÑOS - TENERIFE

  • José Manuel López vive en el límite de la historia y el futuro, a mitad de camino entre El Galeón, la nueva zona de expansión de Adeje, y la finca Los Tres Machos. Natural de Gran Canaria, sus recuerdos de infancia lo trasladan a La Puntilla de Agüimes y El Carrizal. Miembro de una familia numerosa -formada por ocho varones y tres hermanas-, son conocidos por la labor que desarrollaron como ovejeros en Casa Fuerte, lugar donde ha crecido su familia.Con una mente prodigiosa, hasta el punto de colaborar desde hace tres años con un investigador para ahondar en los modos del ayer, es contundente al asegurar que su escuela fueron las cabras con las desarrolló su labor como pastor. Recuerda como si fuera ayer algunas de las "tragedias que azotó a este pueblo" en la posguerra. Es un filósofo: "Hay que vivir para ver y ver para vivir"."¿Quién pensaba que íbamos a tener que salir a la calle con una mascarilla puesta?". "El mundo nunca volverá a ser igual al que conocimos hasta hace unos días; hay que olvidar los usos y costumbres, ahora se han impuesto los avances tecnológicos", apunta desde la sabiduría de la vida y de la reflexión de más de dos meses y medio de confinamiento por el Covid-19, otra guerra diferente a la que no le tocó. "Este Adeje actual no tiene nada que ver con el que yo conocí y en el que me crié. Ya ni los mismos del pueblo se conocen todos", comenta en referencia al pulso que le ha ganado el turismo al sector primario.

JOSÉ TACORONTE MELO - 102 AÑOS -TENERIFE

  • Nacido en abril de 1918 en Ifonche, en la parte de Vilaflor, vivió la guerra de España en primera persona, cuando fue llamado a filas con diecisiete años. De Tenerife pasó a Tetuán, al Norte de África y después de tres meses pusieron rumbo a Burgos, Pamplona, Lérida... Entre la guerra y la posguerra pasó un total de siete años alejado de su tierra, en los que transcurrieron largas épocas -hasta 24 meses- sin tener noticias de él. "Imagínese lo que tardaba en llegar una carta hasta Ifonche", cuenta su hijo. Durante aquella época se hizo con el oficio de zapatero, actividad que le permitió sacar adelante a su familia alternando esta práctica con el cuidado de cabras, sacudiendo ramas, juntando pinocha, levantando paredes de piedra en fincas y apañando papas, con la colaboración incluso en este último caso de su esposa e hijos que se encargaban de retirar el repudio (las más pequeñas).Recuerda que conoció a su esposa, Otilia Moreno Oliva, cuando ella tenía 16 años en los bailes de la época que se organizaban en las casas de los vecinos, y se aprovechaba para enamorar, precisa su hijo Luis, hasta que establecieron su residencia también en Ifonche, pero en la parte de Adeje, que era a la que pertenecía ella. El sol era el reloj vital de don José, que asegura que adquirió el vicio de fumar porque trabajaba tanto que "solo cuando encendía la cachimba se enderezaba y aprovechaba así para descansar un poco; así era la vida de antes".

MARÍA JESÚS MARTÍN SUÁREZ - 90 AÑOS - GRAN CANARIA

  • "Como decía mi abuela nadie se va de la vida con los dientes en blanco. La vida, la vida. ¡Gracias que Dios aprieta pero no ahoga!". A María Jesús Martín los avatares de la vida, que define como una "montaña rusa", no le han restado arrojo, pasión ni ganas. Llegó a Lomo Magullo (Telde) desde Montaña Las Palmas tras casarse a los 21 años. Con algo más de 50, con su marido enfermo, encontró trabajo en la limpieza de los colegios. Enviudó pronto y con tesón sacó adelante a sus seis hijos. Siempre fue costurera, una profesión que se intuye en el título de su libro Retazos de mi vida. En la obra, que presentó en septiembre del pasado año, repasa su recorrido de lucha, superación y valentía. Puso negro sobre blanco a una ilusión que mantenía viva en su interior desde su juventud. Nunca es tarde. "Cumplí un sueño, es lo mejor que he hecho en mi vida", apunta.Martín echa de menos la cercanía y la bondad con la que se vivía antes. "Ahora vivimos y no nos conocemos". Mantiene la cabeza activa con sudokus y sopas de letras y en su memoria atesora los viajes que comenzó a descubrir ya en la cincuentena. Por eso no olvida la primera vez que subió a un avión y su primer viaje a Galicia con maestros y alumnos: "Me pareció una gloria". El coronavirus ha frenado ahora sus salidas, una pandemia que le preocupa y entristece: "Aunque pasé miserias en mi juventud, nunca estaba triste. Esto no lo había visto en mi vida: muriéndose tantas personas mayores, retirándose unos de otro como si fuese la peste".

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