Se llama Tayyab Agha. Tiene treinta años, una barba larga, delgada y es un "pariente cercano" del mulá Mohammad Omar, el misterioso máximo dirigente del Régimen talibán que el pasado 21 de mayo fue muerto a tiros en Pakistán. Hasta entonces, Omar continuaba dirigiendo una insurgencia integrista que, pese a la ocupación militar internacional desplegada desde 2001, sigue controlando la mayor parte de Afganistán, un país que gobernó con mano férrea desde 1994 hasta la mencionada invasión. Tayyab Agha fue su jefe de Gabinete hasta entonces. Y su nombre apareció unos días después de la muerte de su jefe en la lista ofrecida por Der Speigel, el semanario de investigación y análisis internacional más riguroso e influyente del mundo, como la figura clave en las negociaciones entabladas en suelo alemán entre los talibán y la CIA.

La existencia de estos contactos negociadores desde 2010 es un secreto a voces y, de hecho, hasta el propio presidente afgano, Hamid Karzai, partidario de una salida negociada, por lo demás, inevitable, lo reconoció este pasado 18 de junio. "Las conversaciones con los talibanes han comenzado. Las tropas extranjeras, y especialmente, Estados unidos, están participando en las negociaciones", dijo. Sin embargo, Der Spiegel reveló más datos, muchos de ellos altamente comprometidos, que no han sido desmentidos por gobierno alguno. Siempre según este semanario alemán, las conversaciones entre las dos partes, enfrascadas en una guerra con miles de muertos en Afganistán, comenzaron ya el otoño pasado.

Alemania, prueba de fuego

Los norteamericanos eligieron Qatar para la primera cita, pero Alemania se había convertido en el país anfitrión en la segunda sesión. ¿Por qué Alemania? Son múltiples las razones. La principal es que, pese a participar en la coalición internacional que invadió el país afgano, es la única potencia occidental que cuenta con el beneplácito, en general, del mundo árabe-musulmán, para liderar este proceso. Es la líder de Europa. Y ejerce un papel internacional no sólo no alineado con los Estados Unidos sino que, en ocasiones, como ocurrió con los ataques a Libia ante la represión del régimen de Gadafi contra la revuelta árabe, abiertamente en oposición. Y la principal es que Berlín ha decidido, tras mucho titubeo, liderar una política exterior europea sin la cual la UE no contará mucho en el mundo. Y de ello Afganistán se ha vuelto la prueba de fuego.

Alemania es, de hecho, la anfitriona de una gran conferencia sobre Afganistán el próximo diciembre en el Hotel Petersberg, cerca de Bonn. Y según Der Speigel quiere mostrar éxitos concretos. El resultado de esos esfuerzos, avanzó dicho semanario, fue la tercera ronda de negociaciones "hace dos semanas" [a comienzos de mayo] "entre los norteamericanos y el portavoz de Omar, quien fue trasladado en un avión perteneciente a los servicios de inteligencia".

Limpieza de obstáculos

Las charlas son moderadas por Michael Steiner, representante especial de Alemania para Afganistán y Pakistán y "uno de los diplomáticos más experimentados del país". Se refiere que Steiner es muy optimista sobre la situación en la región y considera que una solución política es posible. Der Spiegel añadió en su extenso reportaje que la muerte del líder de Al Qaeda, Osama bin Laden en Abbottabad, el pasado 2 de mayo, podría suponer un nuevo impulso, dado que uno de los elementos centrales de las conversaciones es el abandono de todo apoyo de los talibán a la red terrorista del saudí. Significativamente el asesinato del mulá Omar, que avalaba dichos contactos, el 21 del mismo mes el pasado mayo) no fue reivindicado por EEUU, lo que abre a todo tipo de conjeturas sobre los movimientos internos dentro de la propia insurgencia talibán.

El relevo de Karzai

El encadenamiento de acontecimiento al que abre las revelaciones de Der Spiegel es claro: Primero, EEUU constata el fracaso absoluto de su misión en Afganistán tras una década -la operación militar más larga en el tiempo, contando incluso Vietnam-, así como la creciente hostilidad de la población por la continuas matanzas de civiles en unas operaciones militares cada vez más agresivas de pura impotencia. E igualmente, se hace cargo de la total inviabilidad del gobierno de Karzai, impuesto por el propio Washington, protagonista de un caudal incontable de corrupción y revalidado en elecciones puestas bajo sospecha por observadores internacionales. Segundo, el presidente Obama se ve en la tesitura de admitir que no hay otro interlocutor válido, con autoridad, que la propia insurgencia talibán, que es la única posibilidad de pacificar un país que ésta ya pacificó -aunque a costa de un medieval modelo integrista islámico- en 1994, tras la guerra civil afgana y la salida de la URSS en 1989. Y, tercero, Barack Obama desbroza una estrategia para allanar lo que se llama "política de olvido y perdón" con un movimiento -entonces régimen- que protegió y alentó a los autores del fatídico 11-S.

Un hilo de Ariadna

La muerte de bin Laden y el declinar de al Qaeda están en ese guión, como también lo está algo más espinoso aún si cabe: el regreso de los talibán a cambio de no imponer un sistema integrista radical y de permitir lo que hasta ahora ha sido visto como una línea roja por éstos últimos: la presencia de bases militares norteamericanas en ese país. Sea como fuere, el anuncio de una salida rápida de las tropas de EEUU y la separación de sanciones que la ONU aplica a los talibán y a al Qaeda van mostrando ya el hilo de Ariadna.