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Pleno del Parlamento regional | Crónica parlamentaria

Dame permiso para indignarme

En la sesión plenaria de ayer el presidente Ángel Víctor Torres recordó todo lo que se había indignado en los días anteriores

José Miguel Barragán realiza anotaciones en el pleno del Parlamento celebrado ayer.

El gran invento del torrecismo, definible como la metodología del PSC-PSOE en el poder en sus relaciones con Madrid, consiste en haber propuesto y conseguido el permiso para indignarse con el Gobierno central. Para contarlo brevemente: déjame mostrar mi irritación, mi indignación, mi rechazo a tus políticas y a tu trato a Canarias, que te prometo que, por supuesto, jamás pasaré de ahí. Es una actitud novedosa. Si algo ha caracterizado históricamente a los socialistas isleños es su escasísima autonomía estratégica y operativa respecto a la dirección federal y a los sucesivos gobiernos socialistas. El PSOE canario pudo haber apostado por una línea más autónoma en los años ochenta –aprovechando su fortaleza político-electoral y su gran cohesión organizativa– o a comienzos de siglo –con el cambio de liderazgo que supuso José Luis Rodríguez Zapatero– pero sus responsables, a lo largo de cuatro décadas, han preferido siempre un atento, aplicado seguidismo. En esa primera década del siglo el debilitamiento de su implantación municipal llevó a la perplejidad, pero incluso los más insatisfechos valoraron como más rentable ser el PSOE en Canarias antes que ser un partido canario que perteneciera orgánicamente al PSOE.

Y esa situación no ha cambiado. El sanchismo no promueve precisamente el empoderamiento de los militantes ni de las organizaciones territoriales. El PSOE es hoy, más que nunca, una compleja maquinaria burocrática, propagandística y verticalista dedicada a la producción de marketing y comunicación política para prolongarse en el poder, para confundir su ideología con la ideología del Estado y viceversa, priorizando la táctica oportunista sobre la coherencia estratégica. Pero hoy existe un flanco desde el cual simpatizar con la irritación ciudadana sin molestar realmente a la élite nacional del partido y al Gobierno central. Sí, es la emoción. La emoción se perdona porque es el lenguaje de la política actual y, finalmente, no tiene responsabilidad fáctica que pueda concretarse. Al fin y al cabo, si alguien me permite indignarme con él no es tan malo. Uno sospecha que la estratagema, incluso, está explícitamente acordada.

–Oye, que tenemos que indignarnos.

–Lo comprendemos, lo comprendemos.

–Vamos, no solo tenemos que indignarnos, sino tenemos que decir en voz alta que estamos indignados y que no vamos a tolerar esto, y poner mucho énfasis, y elevar la voz, y mover los bracitos… así… ¿ves? Así. Con mucho ímpetu.

–Claro. ¿De qué sirve indignarse en silencio? La peña debe saber que están indignados con el Gobierno. Madrid, es decir, el Gobierno, siempre ha sido el rompeolas de las indignaciones de España. A veces, te lo confieso, me indigna este Gobierno y cómo Pedro deja hacer y deshacer al puñetero Coletas…

–Pero si tú eres ministro…

–¿Y qué? Me indigna igual. A ver si piensas que mi indignación no tiene su corazoncito. Mira, indígnense un par de veces al día, que no pasa nada, es como comer un par de aguacates semanales contra el colesterol pero, por supuesto, con lo de los migrantes, Arguineguín y todo eso, nada de bromas…

–Por supuesto.

Por eso la Mesa del Parlamento, por ejemplo, rechazó siquiera considerar la necesidad de un pleno extraordinario sobre la crisis migratoria en Canarias, una propuesta que apoyaron CC y PP, pero que rechazó la mayoría que respalda al Ejecutivo. Indignarse cinco o seis horas seguidas ya se les antojó demasiado. El peligro de verse rechazando una declaración institucional que denunciara el comportamiento del Gobierno central y exigiera soluciones razonables era demasiado alto. Una línea roja como una rosa roja. Pueden indignarse –en fin– siempre que sea inútilmente.

El sanchismo no promueve el empoderamiento de los militantes ni de las organizaciones territoriales

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En la sesión plenaria de ayer el presidente Ángel Víctor Torres recordó todo lo que se había indignado en los días y semanas anteriores. En algún momento tuvo la ayuda solidaria de alguno de sus socios; por ejemplo, Luis Campos, el portavoz siempre arremangado de Nueva Canarias, recordó que el presidente había contradicho a un ministro en presencia del propio ministro. Campos lo contaba como si hubiera visto personalmente a Batman atrapando al Pingüino. Contradecir a un ministro le parecía un gesto homérico digno de quedar impreso en la memoria de los hombres y mujeres del futuro. Después Campos se decidió a meterse burdamente con el PP como mejor fórmula para no meterse con el PSOE. Manuel Morales también le aseguró al socialista Torres que tendría todo el apoyo de Podemos frente al Gobierno central del PSOE y Podemos. En cambio, María Australia Navarro, que hizo el mismo ofrecimiento, fue tomada ligeramente a guachafita. “Me alegra que esté usted a favor de la derivación de migrantes y no de su expatriación, como su jefe Casado”, le espetó Torres a la portavoz del PP. La inmensa mayoría de los inmigrantes, sean derivados o no, acaban expatriados, con lo que no se entiende bien el sutil matiz del presidente. Todavía fue más sorprendente el argumentario del jefe del Ejecutivo frente a las críticas del portavoz de Coalición Canaria, Pablo Rodríguez, al que le reprochó que los coalicioneros hubieran presentado una enmienda a la totalidad al proyecto de los presupuestos generales del Estado para 2021, con lo excepcionalmente buenos que eran para Canarias. Rodríguez estaba atónito. Era bastante difícil encontrar la relación entre la crisis migratoria y las cuentas cuentistas de María Jesús Montero, pero Torres se quedó muy a gusto y fue aplaudido –según costumbre– por los diputados socialistas, que bajo la dirección de Nira Fierro responden con más eficacia que el público de El club de la comedia.

En realidad la mañana no dio para mucho más. Entre lo destacable estuvieron los atinados mazazos de la consejera de Educación y Cultura, Manuela Armas, ante una pregunta del PP embadurnada con los tópicos más pringosos sobre la denominada ley Celaá. “Que usted, señoría”, le replicó a Lorena Hernández, diputada conservadora que suele ejercer en la Cámara como prima gamberra de Zipi y Zape, “nos diga que no ha habido participación en la ley Celaá, cuando ustedes apoyaron su ley educativa única y exclusivamente con sus votos en el Congreso de los Diputados, sin sumar ni un solo diputado de otro grupo, me parece realmente sorprendente”. La señora Hernández no parecía sorprendida: se limitaba a sonreír ligera y despectivamente desde su escaño. Todo lo demás fueron reuniones y recados acerca del pleno de presupuesto de la próxima semana y de una misteriosa, sorprendente, portentosa medida que tomaría Torres sobre inmigración en los próximos días. Algunos afirmaban entre toses que el presidente sería recibido por Pedro Sánchez; otros, más aficionados a la ciencia ficción o simplemente más oligofrénicos, hablaban de una reunión con el Rey Felipe VI, que se ha aislado en palacio siguiendo los protocolos anticovid. En lo que coincide todo el mundo es en que está muy indignado. El señor Torres, no don Felipe VI.

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